BIENVENIDO/A A ESTA PÁGINA DEDICADA A LA CULTURA, EL ARTE Y LA FILOSOFÍA. . .

"Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo." Benjamín Franklin


"Todo lo que se llama estudiar y aprender no es otra cosa que recordar" Platón


El presente espacio pretende ser una invitación al sano ejercicio de la REFLEXIÓN. Abarcando muy diversos temas, unidos por puntos en común como la CULTURA, el ARTE y la FILOSOFÍA. Esperando que algún tema de interés, sea la semilla que invite a indagar, buscar e investigar más profundamente y de forma personal aquello que nos cautive.

Podemos dejar de ESTUDIAR, pero nunca dejaremos de APRENDER. . .

Dr. R. J. Couvert

miércoles, 10 de noviembre de 2010

36.- EL SENDERO DEL DISCIPULADO





EL SENDERO DEL DISCIPULADO (CONFERENCIAS)


de Annie Besant



PRIMEROS PASOS


KARMA - YOGA. PURIFICACION

Cuando, hace dos años, hablé por vez primera en este sitio, os expuse el sistema de construcción del Kosmos en conjunto, las dife­rentes etapas de su evolución y los métodos, por decido así, de la vasta serie de fenómenos. El año pasado traté de la evolución del Yo en el hombre, distintamente de la evolución del Yo en el Kosmos, procurando demostraros cómo, envoltura tras envoltura, va adquirien­do el Yo experiencia y adueñándose de sus vehículos inferiores, de suerte que tanto en el hombre como en el universo, lo mismo en el individuo que en el Kosmos, el Yo propende a unirse con el eterno y único Yo de quien procede. Pero a veces, discutiendo acerca de estos elevados asuntos, me han objetado algunos en los siguientes términos: "¿Qué importancia tiene todo esto en la conducta de los hombres del mundo, rodeados como estamos de las necesidades de la vida, de la actuación del mundo fenoménico, continuamente substraídos del pensamiento en el único yo, continuamente obligados por nuestro karma a tomar parte en estas múltiples actividades? ¿De qué sirven, por lo tanto, las superiores enseñanzas sobre la conducta de los hombres y cómo es posible que los del mundo se eleven a tan alta vida?" De este asunto voy a tratar en las actuales conferencias. Procuraré demostraros que el hombre del mundo, sujeto a las obligaciones de familia, con deberes sociales que cumplir, con todas las actividades de la vida del siglo, puede, no obstante, disponerse a la unión con el Yo y recorrer los primeros pasos en el sendero que le ha de conducir al Supremo. Procuraré trazaros los pasos de este sendero, de modo que, empezando por la vida que un hombre cualquiera pueda llevar en la actualidad, colocándome en el punto de vista donde la mayor parte de voso­tros estáis ahora, reconozcáis la posibilidad de alcanzar una meta, de hallar un sendero que comienza aquí, en la vida de la familia, del municipio y de la nación, pero que termina en un punto mucho más allá de todo pensamiento y deja por fin al viajero en su sempi­terna patria. Tal es el objeto de estas cuatro conferencias y el camino en que confío me acompañéis. Para mejor comprender el tema, eche­mos una ojeada al transcurso de la evolución, a su significado y objeto, pues si vemos el conjunto, siquiera a vista de pájaro, podremos apreciar el enlace de los pasos que uno tras otro vamos a recorrer. Sabemos que el Uno se ha diversificado en varios. Observando las pri­marias tinieblas que todo lo envolvían, echamos de oír en ellas un susurro que exclama: "Me multiplicaré." Esta multiplicación engendra el universo y cuantos seres en él existen. En esta voluntad que de multiplicarse tiene el "Uno sin segundo", vemos la fuente de la mani­festación, reconocemos el primordial germen del Kosmos. Y al consi­derar el origen del universo, la compleja multiplicad resultante de la primaria y simple unidad, observamos también que cada una de estas manifestaciones fenoménicas ha de ser imperfecta, pues si todo fenó­meno requiere limitación, no puede por menos de ser inferior al Uno y en consecuencia imperfecto de por sí. Con esto comprendemos el por qué de la variedad y de la vasta multiplicidad de los separados seres vivientes, y también nos damos cuenta de que la perfección del universo manifestado estriba necesariamente en esta misma variedad, porque el Uno es como un sol que por doquiera difunde sus rayos, cuya totalidad constituye la perfecta iluminación del universo. Así, cuanto más numerosos, admirables y variados sean los objetos, más aproximada imagen, aunque todavía imperfecta, será el universo de Aquel de quien procede. El primer esfuerzo de la evolucionante vida consiste en establecer existencias aparentemente separadas, de modo que, vistas desde fuera, parezcan varias, y contempladas en su esencia reconozcamos que es Uno el Yo de todas ellas. Teniendo esto presente, comprenderemos que en el proceso de la múltiple individualidad, el individuo se mani­fiesta como débil y limitado reflejo del Único Yo. Asimismo compren­deremos cuál ha de ser la finalidad de este Universo, por qué han de evolucionar los diversos individuos, y por qué la separatividad es nece­saria en la evolución del conjunto. El resultado del universo ha de ser la evolución de un Lagos para otro universo, de los potentes Devas que en el porvenir serán los guías de las fuerzas kósmicas de dicho futuro universo, y de los divinos Instructores de la infantil humani­dad que ha de poblarlo. En todos los mundos de existencia individual se efectúa hoy día un continuo progreso de evolución, por el cual un universo proporciona a otro futuro universo sus Lagos, sus Devas, sus primeros Manús y todos los grandes Seres necesarios para construir, adiestrar, gobernar e instruir al todavía nonato universo. Así se enla­zan uno tras otro los universos, y un manvantara sucede a otro manvantara y los frutos de un universo son la simiente del que le sucede. Entre toda esta multiplicidad evoluciona una todavía superior unidad que encuadrará al futuro universo Y ha de ser la Potestad que lo dirija y gobierne. Tanto en Oriente como en Occidente, me han preguntado muchos repetidas veces por qué ha de haber tantas dificultades en la evolución, por qué tan evidentes fracasos en su obra, y por qué los hombres han de conducirse mal antes de que se conduzcan bien, inclinándose mayormente a lo que los degrada que a lo que pudiera ennoblecerlos. ¿No les sería posible al Lagos de nuestro universo, a sus agentes los Devas y a los Manús que vienen a guiar a nuestra infantil humanidad, trazar el plan de suerte que no hubiese semejantes fracasos en el transcurso de la evolución? ¿No les fuera posible guiar de modo que el camino fuese recto y seguido en vez de tan revuelto y tortuoso? Aquí está la dificultad de la evolución humana, si se tiene en cuenta su objeto final. Fácil en verdad hubiera sido una humanidad perfecta, dócil a la guía de sus alboreantes facultades por las sendas de lo que llamamos bien sin que jamás se extraviara por lo que llama­mos mal. Pero ¿qué hubiera resultado de tan expedito cumplimiento? Que el hombre fuera un autómata movido por una fuerza externa que le forzaría a cumplir una ley ineludible. El mundo mineral está sujeto a una ley forzosa, pues las afinidades que ligan a los átomos obedecen a una imperativa compulsión. Pero según ascendemos en los reinos de la naturaleza, observamos cada vez mayor libertad en los seres, hasta que en el hombre se echa de ver una espontánea energía, una libertad de elegir que realmente denota la incipiente manifestación de Dios en el hombre. La finalidad de la evolución no es hacer un autómata que ciegamente siga el camino trazado ante sus pasos, sino hacer un reflejo del Logos, una poderosa colectividad de sabios y perfectos hombres que escojan lo óptimo porque al cabo lo conozcan y comprendan, al paso que rechacen lo pésimo, porque la experiencia les enseñe sus inconvenientes Y las tristezas que ocasiona. Así es que, en el futuro universo y entre los grandes Seres que guían el universo actual, ha de haber una unidad de voluntades concertadas por el conocimiento y la elección que a todos mueva en un sólo propósito, y conocedores del conjunto, al saber que la Leyes buena, se identifiquen con ella, no por externa coacción, sino por interna aquiescencia. Así es que, en el futuro universo regirá una Ley, como rige en el presente, aplicada por medio de Aquellos que estén identificados con la Ley por la unidad de su propósito, la unidad de su conocimien­to y la unidad de su poder. No será una Ley ciega e inconsciente, sino una colectividad de Seres vivientes que por lo divinos constituirán Ellos mismos la Ley. No hay otro camino para alcanzar esta meta, para concertar la libre voluntad de muchos en una gran Ley y una superior Naturaleza, que el camino por donde sea posible atesorar experiencia y conocer tanto el bien como el mal, el fracaso y el triun­fo. Así los hombres se convierten en Dioses, y a causa de la experien­cia adquirida, quieren, piensan y sienten al unísono. Para llegar a esta meta, los divinos Instructores y Guías de nuestra humanidad establecieron varias civilizaciones, todas ellas encaminadas hacia el fin que tenían en perspectiva. No me detendré a examinar la gran civilización de la cuarta raza que precedió al nacimiento del poderoso pueblo ario. Baste decir, de paso, que fue una gran civiliza­ción puesta a prueba y que durante algún tiempo tuvo éxito bajo el gobierno de sus divinos Reyes, quienes, al fin retiraron su inmediata protección, como la madre suelta de la mano al pequeñuelo que empieza a andar, para ver si ya es capaz de valerse de sus miembros y dar de por sí los primeros pasos. De la propia suerte, los divinos Reyes y Guías dejaron suelta a la infantil humanidad, por ver si ya podría andar sola o si tropezaba en su camino. Pero la infantil humani­dad tropezó y cayó; y aunque potente y perfecta en el orden social y gloriosa por la fuerza y saber sobre que este orden social se fundaba, se desmenuzó bajo la pesadumbre del egoísmo humano y los todavía no subyugados instintos de la naturaleza inferior. Fue preciso hacer otro intento, y se estableció la gran raza aria, también con sus Reyes y Guías divinos, con un Manú que les dio su ley, fundó su civilización y desenvolvió su política auxiliado por los Rishis que administraron las leyes del Manú y guiaron a la infantil civilización. De nuevo tuvo la humanidad una norma y se le mostró el tipo hacia el cual debía evolucionar. Después, una vez más los grandes Instructores se retiraron por algún tiempo para que la humanidad probara sus propias fuerzas y viese si era lo bastante fuerte para andar sola, confiada en sí misma, bajo la guía del interno Yo, en vez de moverse por impulsos exteriores. Pero también, según sabemos, ha fracasado en gran parte la prueba. Al mirar hacia atrás, vemos que esta civilización, originaria­mente divina, fue degenerando poco a poco bajo la influencia de la todavía no vencida naturaleza inferior del hombre y de las no domina­das pasiones de la humanidad. En la India del pasado vemos perfecta política, maravillosa espiri­tualidad que, milenio tras milenio, fueron decayendo según se retira­ba de la vista del hombre la mano que lo guiaba, y una vez más la humanidad tropieza y cae al querer andar por sí sola. En todas estas tentativas vemos el fracaso del divino ideal. El mundo moderno nos di la prueba de que la naturaleza inferior del hombre ha triunfado contra el divino ideal que se le puso por meta al comienzo de la raza aria. En aquellos días, el ideal del brahmana consistía en la liberación del alma que ya no suspira por bienes terrenales ni por los goces de la carne ni por las riquezas ni el poderío ni la autoridad ni los placeres mundanos, sino que se satisface con la sabiduría acompañada de la pobreza, mientras que hoy vemos a menudo al titulado brahamana rico e ignorante, en vez de ser pobre y sabio. En la casta de los brahmanes, como en las otras tres, advertimos hoy signos de la degenera­ción que ocasionó la ruina del antiguo régimen. Veamos ahora cómo se propusieron los grandes Instructores que el hombre pudiese aprender por experiencia a escoger de su libre voluntad el ideal que ante sus ojos le habían puesto y del que se desviaba; cómo trataron los grandes Instructores de conducir a la imperfecta humanidad hacia el perfecto ideal expuesto desde un principio para la guía de la raza y no alcanzado en evolución por la flaqueza y puerilidad de los hombres. A fin de alcanzar este ideal con el transcurso del tiempo, se les enseñó a las gentes el modo de llegar a la unión por el camino de la acción. A este procedimiento le llamamos Yoga kármico o Karma Yoga, porque Yoga significa unión y Karma quiere decir acción. Es la modalidad de yoga adecuada a los hombres del mundo, asediados por las actividades de la vida; y mediante estas actividades, en virtud de su disciplinaria influencia se han de dar los primeros pasos hacia la unión. Así vemos que el Karma-Yoga sirve para disciplinar a los hom­bres. Notemos el enlace que en nuestro caso tienen las palabras unión y acción. Significa el Karma-Yoga, que la acción se ha de cumplir de manera que su resultado sea la unión. Conviene recordar que precisa­mente la actividad, las acciones, los múltiples afanes y quehaceres, separan y distancian a unos hombres de otros. Por lo tanto, parece poco menos que paradójico hablar de la unión por medio de la acción, como si fuera posible unir valiéndose de lo que divide y separa. Pero la sabiduría de los divinos Instructores nos explica la aparente parado­ja, según vamos a ver. Influido por las tres gunas o cualidades de la materia, se mueve desordenadamente el hombre en todas direcciones. El morador del cuerpo se halla bajo el dominio de las gunas, cuya activa operación constituye el universo manifestado y con las cuales se identifica el hombre, que se figura actuar cuando ellas actúan y estar atareado cuando ellas producen el efecto de su actividad. Las gunas, con las que convive, le ofuscan y alucinan, y pierde en consecuencia todo reconocimiento de su verdadero ser, de suerte que todo cuanto ve en la vida se contrae a la actividad de las gunas que le empujan de un lado a otro, arrastrado por encontradas corrientes, incapacitándole en tan desventajosas condiciones para las modalidades superiores del yoga, sin que le sea posible hallar los altos niveles del Sendero hasta desvanecer siquiera parcialmente dichas ilusiones. Así es que su primera tarea ha de consistir en comprender lo que son las gunas y separarse de estas actividades del universo feno­ménico. Podemos considerar como doctrina o principios didácticos del Karma-Yoga las declaraciones de Krishna a Arjuna en el campo de batalla de Kurukshetra. Declaró Krishna este linaje de yoga al príncipe, al guerrero, al hombre que había de vivir y batallar en el mundo, gobernar un país e intervenir en toda clase de actividades externas. Lo declarado en aquel entonces por Krishna es la eterna lección para que los hombres del mundo logren ir transcendiendo gradualmente las gunas y alcancen la unión con el Supremo. Por lo tanto, la primera fase o etapa del Karma-Yoga consiste en la regulación y disciplina de las actividades de las gunas, que, según sabemos, son tres: sattva (ritmo), rajas (movilidad) y tamas (inercia). De estas tres gunas combinadas y entrelazadas en multitud de diversas proporciones, está constituido todo cuanto nos rodea. Las tres actúan y operan en todas direcciones, y por lo tanto necesario es equilibrarlas y subyugarlas. El morador y señor del cuerpo debe ser su soberano dueño y distinguirse de las gunas, a cual efecto ha de conocer las fun­ciones del cuerpo y gobernar y dirigir sus actividades. No es posible prevalecer de pronto contra ellas ni tampoco desde luego transcender­las, como un niño no puede efectuar la tarea de un adulto. ¿Es capaz la humanidad en su imperfecto estado actual de evolución, de lograr la perfección del Yoga? No tal. Ni aún es prudente el intento, porque si al niño se le obligara a la tarea del adulto, no sólo fracasaría en cumplirla, sino que fatigaría con exceso sus facultades en el intento, y el resultado fuera no sólo fracaso en el presente sino también en el futuro, pues una empresa superior a sus fuerzas las debilitaría y torcería, cuando deben por el contrario vigorizarse antes de acometer la empresa, como el niño debe llegar a hombre antes de que se le confíen tareas de hombre. Consideremos las funciones de la cualidad tamas, equivalente a inercia, tinieblas, ignorancia, pereza, desidia o negligencia, ¿Qué servi­cio puede prestar esta cualidad a la evolución humana? ¿Qué utilidad tiene esta guna, en el desenvolvimiento del hombre? Su utilidad para el Karma-Yoga consiste en que obra como una resistencia a la que se ha de combatir y vencer, de modo que en la lucha se vigorice y forta­lezca la fuerza de voluntad, logrando el dominio y la disciplina del propio combatiente. Puede compararse el servicio del tamas en la evolución del hombre, a la maza o las pesas en los ejercicios atléticos. El atleta no robustecería sus músculos si no los ejercitara en vencer alguna resistencia, esforzándose repetidamente en levantar las pesas y manejar la maza. La utilidad no está en el peso de estos artificios gimnásticos sino en el empleo que se les da; y si un hombre quiere robustecer los músculos de sus brazos, el medio mejor es tomar una maza o unas pesas y esforzarse diariamente en vencer la resistencia que oponen a su manejo. De análoga manera el tamas (negligencia, ignorancia o inercia), interviene en la evolución, pues el hombre ha de vencer tan contraria cualidad y desarrollar su fuerza en la lucha. Los músculos del alma se robustecerán cuando el hombre triunfe de la negligencia, la desidia y la atonía, cuya es la índole de la cualidad tamásica. Así vemos que los ritos y ceremonias religiosas se han establecido con el propósito de vencer la cualidad tamásica, pues en gran parte sirven para adiestrar al hombre en combatir la pereza, indolencia y apatía de su naturaleza inferior, imponiéndole ciertos deberes que ha de cumplir en determinado tiempo, tanto si le viene o no de grado el cumplidos en el tiempo prescrito, lo mismo si se nota diligente y acti­vo, que perezoso y decaído, pues obligándole a deberes prefijados, se le excita a vencer la pereza, negligencia y obstinación de su naturaleza inferior y se le compele a seguir el sendero determinado por la volun­tad. Si consideramos la cualidad de rajas, vemos que las actividades del hombre están guiadas en Karma-Yoga por ciertos senderos que voy a señalar, en demostración de cómo la actividad, tan viva en el mundo moderno, pues se manifiesta en todo sentido y mueve a precipitados e incesantes afanes para lograr las manifestaciones, fenómenos y resul­tados materiales de la vida ordinaria, puede ser gradualmente dirigida, disciplinada y depurada hasta el extremo de quita de todo poder de estorbar la real manifestación del Yo. El objeto del Karma-Yoga es reemplazar la concupiscencia por el deber. El hombre actúa para dar satisfacción a su naturaleza inferior, con el deseo de obtener fruto de sus acciones, con la esperanza de recompensa, porque apetece dinero para gozar de la vida material y satisfacer sus bajos instintos. Todas estas actividades de la cualidad rajásica tienen por fin el contenta­miento de la naturaleza inferior, y para disciplinarias y reguladas de modo que sirvan al propósito del Yo superior, se le enseña a reempla­zar la concupiscencia por el deber, practicando toda acción porque debe practicarla, y voltear la rueda de la vida porque le incumbe volteada, al efecto de que pueda él obrar como Shri Krishna dice de sí mismo que obra, esto es, no porque haya de ganar cosa alguna, ni en este mundo ni en el otro, sino porque sin su acción dejaría de ser el mundo lo que es, y se paralizaría el giro de la rueda. Quienes practican el Yoga deben obrar según el espíritu en que obra Shri Krishna, con la mira puesta en el conjunto y no en la sepa­rada parte, con el propósito de cumplir la divina voluntad en el Kos­mos, y no por el placer de la separada entidad que se imagina inde­pendiente, cuando debiera secundar la actuación de Shri Krishna. El hombre ha de lograr este objeto por el gradual realce de la esfera de sus actividades. El deber ha de sustituir a la concupiscen­cia, y los ritos y ceremonias tienen por fin encaminar a los hombres a la verdadera vida, cuya función les corresponde. Toda ceremonia religiosa no es más que un medio de aleccionar a los hombres en la práctica de la superior y verdadera vida. El hombre suele meditar al levantarse y al acostarse, pero día llegará en que su vida sea una prolongada meditación. Medita durante una hora y así se prepara a la perpetua meditación. Toda actividad creadora es resultado de la meditación, y conviene recordar que por la meditación (tapas) se han creado los mundos. Así pues, para que el hombre logre este vigoroso y divino poder creador de meditación y sea capaz de ejercitarlo, debe ido fortalecien­do por sucesivas ceremonias religiosas, por intermitentes esfuerzos mentales, por interválicos empleos del tapas. La meditación a horas fijas es un paso hacia la constante meditación. Ocupa una parte de la vida diaria con objeto de llenarla después toda, y el hombre la practi­ca diariamente para que poco a poco le absorba por entero. Llega un tiempo en que el yogui no tiene hora señalada para la meditación, porque toda su vida es una continuada meditación. Sean cualesquiera las. actividades en que se ocupe, el yogui medita y está siempre a los Pies de su Señor, aunque mente y cuerpo actúen en el mundo de los hombres. Lo mismo cabe decir de todas las modalidades de acción. Primero aprende el hombre a cumplir la acción como deber de sacrificio y pago de una deuda al mundo en que vive, como si restituyera a los diversos reinos de la Naturaleza, lo que de ellos recibió. Después, el sacrificio es ya algo más que el pago de una deuda. Es la gozosa donación de todo cuanto el hombre tiene para dar. El sacrificio parcial es la deuda que ha de pagarse; el sacrificio perfecto es la donación total. Entonces el hombre se entrega con todas sus potencias y actividades, no ya deseoso de dar parte de lo que posee en pago de una deuda, sino que él mismo es la dádiva de su donación. Cuando llega a este punto, reali­za el yoga y aprende la lección del Karma-Yoga. Considerad como un paso hacia esta finalidad los cinco sacrificios diarios que la religión hinduista exige de sus fieles, y advertid lo que entraña la prescripción de estos sacrificios. Cada uno de ellos es el pago de una deuda, el reconocimiento de lo que el hombre debe indi­vidualmente a la colectividad que le rodea, como de ello os convence­réis si, aunque a la ligera, los examináis uno por uno. Consideremos el primero: el sacrificio a los devas. ¿Por qué está prescrito este sacrificio? Porque el hombre ha de saber que su cuerpo tiene contraída una deuda con la tierra y con las inteligentes entidades que presiden el régimen de la Naturaleza, por cuya virtud da la tierra sus frutos que de alimento le sirven; y por lo tanto, el cuerpo del hombre, en pago de esta deuda, ha de restituir a la Naturaleza el equivalente de lo que de ella recibió, por mediación de las inteligentes entidades kósmicas o devas que guían las fuerzas del mundo inferior. ¿Por qué se le ordenó al hombre que consumiera su ofrenda en el fuego? La explicación de esta ceremonia está en la frase: "Agni es la boca de los Dioses." Las gentes repitieron esta frase sin cuidar­se de comprenderla ni escudriñar bajo la superficie del externo nombre de deva las funciones de los devas en el mundo. El verdadero significado de la antedicha frase es que por doquie­ra actúan los conscientes y subconscientes obreros de la Naturaleza en cohortes de diversos grados jerárquicos con un superior deva cósmico al frente de cada una de las huestes del numeroso ejército. Subordina­dos a los devas que respectivamente gobiernan el fuego, el agua, el aire y la tierra, actúan numerosas legiones de devas de inferior catego­ría que presiden las separadas y diversas operaciones de las fuerzas naturales del mundo, como las lluvias, la potencia productiva del suelo y los fertilizantes agentes de vario linaje. Este primer sacrificio sirve de alimento a los devas inferiores que lo reciben por medio del fuego; y se dice que el fuego (Agni) es la boca de los Dioses, porque el fuego desintegra y transmuta primero en vapor y después en éter los sólidos y líquidos que se someten a su acción, convirtiendo, por lo tanto, las ofrendas sacrificiales en etéreo alimento de los devas inferiores encargados de ejecutar las órdenes de los superiores devas kósmicos. Así les satisface el hombre la deuda con ellos contraída, y en recompensa cae la lluvia, fructifica la tierra y recibe el hombre su alimento. Esto es lo que daba entender Shri Krishna al prescribir al hombre: "alimentad a los dioses y los dioses os alimentarán." Este ciclo de alimentación ha de reconocer el hombre. Al princi­pio lo aceptó como religiosa enseñanza. Después vino un período en que lo tuvo por superstición, porque desconocía la obra interna y sólo echaba de ver las externas apariencias. Más tarde, acrecienta el hombre sus conocimientos, y aunque la ciencia se inclina de pronto al materialismo, muda luego de orientación en virtud de más cuidadosos estudios, y se alza al reconocimiento del reino espiritual. La ciencia ya empieza a decir hoy en términos técnicos lo que los rishis dijeron en terminología espiritual, esto es, que el hombre es capaz de gober­nar y dirigir la operación de las fuerzas inferiores de la Naturaleza por sus propias acciones. Con esto el conocimiento científico corrobora las enseñanzas antiguas y la inteligencia confirma lo que el hombre espiritual ve por directa intuición o vista interna. Después del sacrificio a los devas, prescribe la religión hinduista el sacrificio a los antepasados. Este otro sacrificio implica el recono­cimiento de lo que el hombre debe a quienes antes de él estuvieron en el mundo. Es el pago de la deuda contraída con quienes actuaron en la tierra antes de que él naciese la última vez. Deuda de gratitud y veneración hacia quienes con su esfuerzo llevaron a cabo en el mundo las mejoras, progresos e innovaciones que de ellos heredamos. Este sacrificio es la deuda de gratitud con quienes inmediatamente nos precedieron en la humana evolución, que tomaron parte en ella durante sus vidas terrenas y nos legaron el resultado de su labor. Como quiera que nosotros cosechamos el fruto de su obra, debemos satisfa­cer la deuda de gratitud. Por esto, uno de los sacrificios dimos es el reconocimiento de esta deuda de gratitud a los antepasados. . Sigue a éste el sacrificio de conocimiento, o sea, el del estudio de las Escrituras, que capacite al hombre para instruir a los ignorantes, de modo que también puedan adquirir el conocimiento necesario para la manifestación de su interno Yo. El cuarto sacrificio es el que se hace en provecho del prójimo, dando de comer cada día a un necesitado, en reconocimiento del deber contraído con la humanidad, de que los hombres se han de auxiliar mutua y fraternalmente con toda clase de favores y buenas obras en el mundo físico. El sacrificio a los hombres es el formal reco­nocimiento de este deber, y al dar de comer al hambriento y aposen­tar hospitalariamente al peregrino, alimentáis y concedéis albergue en vuestro corazón a la entera humanidad representada en el hambriento y en el peregrino. El último sacrificio diario es el prescrito en favor de los animales. El dueño de la casa echa comida en el suelo para que de ella se aprove­chen los animales de paso. En este sacrificio se encierra el reconoci­miento de nuestro deber de alimentar, adiestrar y auxiliar al mundo inferior. El sacrificio a los animales tiene por objeto inculcar en la mente del hombre la idea de que ha de ser auxilio, guía y valimiento de las criaturas que están por debajo de él en la escala de la evolución. Siempre que tratamos con crueldad, aspereza o brutalidad a los anima­les, pecamos contra el supremo Ser que en ellos mora y de quienes son inferiores manifestaciones. Así, para que el hombre pudiese reconocer el bien en el bruto y comprendiera que también está Shri Krishna en los animales, aunque mucho más velado que en el hombre, se le orde­nó que hiciese sacrificio en obsequio a los animales, pero no a su forma externa, sino a su interno Dios. El único sacrificio que podemos ofrecer a los animales consiste en tratarlos con cariño, amabilidad y compasión, en auxiliarlos y ayudarlos a evolucionar, y no deprimién­dolos con la crueldad que por doquiera presenciamos. De esta suerte se le enseñaron al hombre, por medio de ritos y ceremonias externas, las internas verdades espirituales que habían de llenar su vida. Y una vez cumplidos los cinco sacrificios, se entregaba a sus diarias ocupaciones, que también pueden considerarse como sacri­ficio cuando tienen por objeto el cumplimiento de los ordinarios debe­res. La vida diaria que comenzó por los cinco sacrificios enumerados, prosiguió consagrada a la externa vida social. Pero el descuido en la practica de los cinco sacrificios tuvo por consecuencia la dejadez en los deberes de la vida cotidiana, no precisamente porque dichos sacri­ficios sean de por sí indispensables, pues tiempo vendrá en que el hombre los transcienda; pero recordemos que sólo podrá transcenderlos cuando su vida sea un ¡continuo y viviente sacrificio. Mientras no llegue a esta etapa le es necesario el formal reconocimiento del deber con objeto de realzar su conducta. Desgraciadamente, los cinco sacrificios diarios están muy en desuso en la India actual, no porque los hombres se hayan purifica­do y espiritualizado hasta el punto de transcenderlos sin necesitar estímulo, sino al contrario, porque se han materializado y caído en la indiferencia en nivel muy inferior al ideal de su Manú. Repugnan el reconocimiento de todo deber con las Potestades superiores; y por lo tanto, no cumplen sus deberes con sus iguales. Consideremos ahora los deberes del individuo en la vida social. Doquiera esté, ha nacido en determinada familia de tal o cual muni­cipio correspondiente a talo cual nación. Su nacimiento le señala sus deberes para con la familia, el municipio y la nación. Las circuns­tancias del nacimiento limitan los deberes del hombre, pues por el nacimiento le coloca la Buena Ley, según las instrucciones kármicas, en el lugar de actuación y en la escuela donde ha de aprender. Así se ha dicho que a cada hombre le incumbe cumplir su propio deber o dharma. Vale más cumplir nuestro particular deber, aunque imperfec­tamente, que entretenerse en cumplir el deber ajeno. Por eso el lugar de su nacimiento es el más necesario para cada cual, porque allí aprenderá lo que mejor le conviene saber. Cumplid con vuestro deber sin preocuparas de las consecuencias, y entonces aprenderéis la lección de la vida y daréis vuestros primeros pasos en el sendero del yoga. Desde luego que en un principio la acción tendrá por inmóvil, la apeten­cia del fruto que de ella se espere, el deseo de recompensa. Así com­prendemos por qué en los comienzos de su instrucción se le enseña al hombre a obrar con la esperanza de recibir en el cielo (svarga) el premio de sus buenas obras. Al hombre infantil se le alecciona con el estímulo del premio y se le representa el cielo como recompensa del cumplimiento de sus deberes morales y de las ceremonias religiosas. De este modo se le induce a portarse moralmente, como se induce a un niño a que aprenda las lecciones prometiéndole un premio o cualquiera otra recompensa. Pero cuando la acción se encamina al logro del yoga, sin deseo de recompensa en este ni en ningún otro mundo, entonces se cumple como un deber. Consideremos ahora las cuatro castas de la India y veamos cuál fue el propósito de su institución. El brahmana tenía el deber de enseñar para que pudiese haber una estirpe de sabios instructores capaces de dirigir la evolución de la raza. No había de enseñar por dinero ni por poderío ni por cosa alguna de personal provecho, sino tan sólo en cumplimiento de su deber de transmitir a los demás sus conocimientos. En toda nación bien organizada habría de haber siempre instruc­tores capaces de guiar, dirigir y aconsejar a las gentes sin móviles egoístas, de suerte que nada adquirieran ellos personalmente, sino que cuanto adquiriesen fuese para los demás. De esta manera cumplirían su deber y quedaría libertada su alma. La casta de los guerreros o kshattriyas tenía por objeto la educa­ción y adiestramiento de la actividad de los hombres nacidos para el gobierno y defensa del país. Pero no se les educaba ni nacían en esta casta para que se engriesen de su poder, sino para administrar justicia de modo que el pobre estuviese amparado y el rico impedido de tirani­zarlo, a fin de que la imparcial justicia prevaleciese en el batallador mundo de los hombres. Porque en este mundo de luchas, rencores y contiendas, donde los hombres sólo buscan su personal satisfacción en vez del bien colectivo, se les ha de enseñar el imperio de la justicia, y que si el fuerte abusa de su fuerza, debe el gobernante justo reprimir el abuso para ,que no quede pisoteado y oprimido el débil. Por esto el deber del rey era administrar justicia entre los hombres, de modo que todos los vasallo s mirasen el regio trono como la fuente de que manaba la divina justicia. Este es el ideal de la monarquía divina, del rey divino. Rama y Krishna vinieron a enseñar este ideal; pero los hombres fueron tan torpes que no aprendieron la lección, porque los kshattriyas se prevalieron egoístamente de su fuerza para oprimir a los demás y se apoderaron de las riquezas y del trabajo ajeno en provecho propio. Perdió el kshattriya el ideal del gobernante divino que encarnaba la justicia en el belicoso mundo de los hombres. Sin embargo, estaba destinado a hacer de este ideal el objeto de su vida; y por lo tanto, su deber era gobernar el país en provecho de sus habitantes y no por satisfacción personal de sí mismo. Lo mismo cabe decir de las funciones del kshattriya como soldado. La nación había de actuar en paz. Las gentes sencillas e inermes habían de gozar de seguridad en sus personas y haciendas para vivir contentas y dichosas. Los comer­ciantes habían de llevar a cabo en paz sus negocios. Todas las profesiones sociales habían de ejercerse sin riesgo de extrañas agresiones. Así al kshattriya se le enseñaba a pelear en defensa de la inerme pobla­ción civil y sacrificar generosamente su vida para que las gentes pudieran vivir en paz. No había de pelear por afán de victoria ni con intentos de conquistas y dominación, sino rodear como muralla de hierro el territorio nacional, de modo que todo ataque se estrellase contra su cuerpo, y pudiesen vivir las gentes en paz, seguridad y dicha en el recinto nacional con su pecho amurallado. Para seguir el sendero del Yoga dentro del deber de kshattriya, había de considerarse como agente del divino Actor, y por esto dijo Shri Krishna que Ello había hecho todo y que Arjuna repetía la acción en el mundo de los hom­bres. Cuando el divino Actor se muestra en todas las acciones del hombre, entonces cumple el hombre toda acción como un deber, sin deseo de recompensa, y así no es capaz la acción de ligar al alma. Análogas consideraciones cabe aplicar al comerciante o vaishya, encargado de acumular riquezas, no para su provecho, sino para el sostén de la nación. Había de ser rico con objeto de que toda actividad nacional necesitada de riqueza pudiese tenerla a mano en un común depósito que la distribuyese por doquiera, de suerte que los pobres tuvieran hogar y los viajeros albergue y los enfermos hospitales (tanto para personas como para bestias), y templos los devotos, y en donde sirviese la riqueza para sostener todas las funciones de la completa vida nacional. Así el dharma del vaishya era la acumulación de la riqueza para el bien común, y no en personal provecho. De esta manera podía seguir el sendero del yoga, y mediante el Karma-Yoga disponerse a la vida superior. Igualmente el shudra tenía sus deberes que cumplir en la colecti­vidad social. Era de su deber constituir el brazo manual de la nación, que le proporcionase cuantos productos necesitara y efectuase las serviles mecánicas externas. Para realizar el yoga había de cumplir gozosamente sus deberes, por ser sus deberes y no por el fruto que pudiera allegarle el cumplimiento. Así, primero obran los hombres por interés personal y de este modo adquieren experiencia. Después aprenden a obrar por deber y con ello inician la práctica del yoga en su vida diaria. Por último, su acción es un gozoso sacrificio sin pedir nada en recompensa, sino al contrario dar y entregar cuanto poseen para el cumplimiento de la obra divina. Y así realizan la unión con Dios. El significado de lo que entendemos por purificación resulta comprensible al observar las tres etapas de egoísmo, deber y sacrificio. Son las etapas del sendero de purificación. Pero ¿cómo debe ser esta puri­ficación para que conduzca a las etapas superiores, al introito del discipulado a cuya preparación concurre toda actividad? El hombre ha de purificar cuerpo y alma. No me detendré a discurrir sobre la purifi­cación del cuerpo; pero valga recordar que, según las enseñanzas del Bhagavad Gíta, se logra por medio de la moderación y la templanza, no por medio de la maceración ascética que, como Shri Krishna dice, tortura al cuerpo y al morador del cuerpo. El yoga se realiza por la suave subyugación y la deliberada disciplina de la naturaleza inferior, adoptando un puro régimen dietético, regulando las actividades físicas y disciplinando el cuerpo de modo que se someta al gobierno de la voluntad del Yo. Por lo tanto, se prescribió la vida conyugal porque los hombres, excepto unos cuantos, no estaban capacitados para seguir el áspero camino del celibato. El estado de brahmacharya no era para todos. Por medio de la vida de familia se le enseñaba al hombre a disciplinar sus pasiones sexuales, no sofocándolas violentamente de pronto y en un solo esfuerzo, (porque esto es imposible en la genera­lidad de los seres humanos, y si acaso alguien lo intentara con impru­dente energía, diera por resultado arrojar al imprudente en el libertina­je) sino por gradual moderación, practicando las abnegadas virtudes domésticas de modo que la naturaleza inferior se acostumbre por me­dio de la templanza a obedecer a la superior, arrancándola de todo exceso y subordinándola enteramente al verdadero Yo. Entonces interviene la operación del Karma-Yoga. El jefe de familia ha apren­dido gradualmente a dominar su personalidad por la práctica de la moderación, sometiendo la naturaleza inferior a la superior y discipli­nándola día tras día hasta que en absoluto se sujete a la voluntad. De este modo purifica el cuerpo y se predispone a dar los altos pasos del yoga. Después ha de purificar por completo las pasiones de la naturale­za inferior. Pondré de esto tres ejemplos que puedan servir para la enmienda de la conducta. Consideremos la pasión de la ira y exami­nemos cómo la transmuta el Karma-Yoga en virtud. La ira es una ener­gía que surge del hombre y produce su efecto exterior. En el hombre inculto y atrasado es una pasión que se manifiesta en variedad de formas brutales que, sin reparar en los medios, se debate contra todo cuanto se oponga al logro de sus deseos. En esta forma es una indisciplinada y destructiva energía natural, que forzosamente ha de subyugar quien anhele seguir los métodos del Karma-Yoga- ¿Cómo dominar la pasión de la ira? Primeramente ha de eliminar el elemento perso­nal. Cuando alguien le injurie o agravie, no se resienta del agravio. Tal es su deber. Si recibís un daño o sois víctima de una injusticia ¿qué hacer? Podéis dar rienda suelta a la ira y revolveros contra el agresor devolviéndole golpe por golpe con intento de prevalecer contra él. Os ha injuriado y le injuriáis a vuestra vez. Os agravió y le agraviáis. Así la ira se desborda con destructores efectos en la que debiera ser asociación humana. ¿Cómo purificar esta pasión? Que responda cualquiera de los Instructores que enseñaron el Karma-Yoga, o sea el modo de que la acción en el mundo de los hombres pueda servir a la finalidad del Yo. Recordaréis que en el Decálogo del Manú figura como uno de los diez mandamientos el perdón de las injurias. Tam­bién recordaréis que el Buddha dijo: "El odio nunca cesará por el odio, sino por el amor." Igualmente tendréis en cuenta que el instruc­tor cristiano Pablo se expresó en términos análogos al decir: "No seas vencido de lo malo; mas vence con el bien el mal." (Rom. 12:21). Esto es Karma-Yoga. Perdonar las injurias. Devolver amor por odio. Vencer el mal con el bien. De esta suerte eliminaréis el elemento personal y ya no sentiréis ira porque os agravien. Habréis eliminado el elemento personal y la ira no tendrá ya en vosotros esta baja moda­lidad. Pero todavía quedará otro linaje más sutil de ira. Cuando veis que se comete una injusticia con el débil, os airáis contra el injuria­dor. Cuando veis que maltratan a un animal, os indignáis contra el que comete la crueldad. Cuando veis oprimido al pobre, sentís ira contra el opresor. Es una ira impersonal, más noble que la modali­dad anterior y necesaria en la evolución humana, porque mucho mejor y más noble es airarse contra un agresor del desvalido, que presenciar la agresión con estólida indiferencia, sin la más leve simpatía con el sufrimiento infligido. La ira impersonal es más noble que la indiferen­cia, pero todavía es imperfecta y se ha de transmutar en la superior cualidad de hacer justicia por igual al fuerte y al débil, de compade­cer asimismo al agredido y al agresor, porque sabe que el agresor resul­ta más gravemente dañado que el agredido. Por ambos se entristece y a los dos abarca en un mismo sentimiento de amor y justicia. Quien así purifica la pasión de ira, abomina del agravio, porque deber suyo es abominado; pero al propio tiempo se muestra benigno con el agre­sor, porque necesita lección y auxilio. De este modo la ira fulminada contra una injuria personal se transmuta en justicia que evita todo agravio e igualmente protege al fuerte y al débil. Esta es la purifica­ción cumplida en el mundo de la actividad por medio del diario esfuer­zo que va depurando la naturaleza inferior, a fin de lograr la unión con el Yo superior. Consideremos ahora el amor. Puede revestir la baja y brutal forma de la pasión animal entre los sexos; una pasión de índole ruin que para nada tiene en cuenta el carácter de la persona hacia quien se siente, ni cuida para nada de su naturaleza moral y mental, sino que tan sólo atiende a la belleza física, a la atracción carnal y al placer concupis­cente. Esta es la ínfima modalidad del amor. Su móvil es el egoísmo. Pero quien sigue el Karma-Yoga lo transmuta en el amor que se sacri­fica por el ser amado, que cumple los deberes familiares, cuidando de la esposa y los hijos, y hace por ellos cuanto puede, sacrificándoles sus personales gustos, placeres e inclinaciones. Trabaja para aumentar las comodidades de la familia y satisfacer más holgadamente las necesi­dades del hogar. En él no busca ya el amor su personal placer, sino la protección y auxilio de los seres amados, asumiendo en sí mismo cuantos males les amenacen a ellos, a fin de que vivan con toda seguri­dad escudados por él. Mediante el Karma-Yoga purifica el hombre su amor de los elementos egoístas, y lo que era pasión animal por el otro sexo, se transmuta en amor conyugal, del hermano mayor, del parien­te que cumple su deber trabajando en provecho del ser amado para que vivan más contentos y dichosos. Después llega la última etapa en que el amor depurado de egoís­mo se efunde por doquiera. No sólo actúa en el reducido círculo del hogar, sino que en todo prójimo ve un necesitado de auxilio, en todo hambriento ve un hermano menesteroso de pan y en toda mujer desamparada una hermana a quien proteger. El hombre así purifica­do se convierte en padre, hermano y auxiliador del desvalido, no porque lo ame personalmente, sino porque lo ama idealmente, y lo favorece en virtud de su desinteresado amor, aunque el favorecido no le corresponda. El amor supremo, el amor dimanante del Karma-Yoga no pide nada en cambio de lo que da; no anhela gratitud ni reconoci­miento; actúa en secreto, y más le place obrar desconocido e ignorado, que obrar de modo que pudiera recibir agradecimiento y recompensa. La última purificación del amor es la que lo transmuta en divino, y da, porque es su naturaleza difundir la dicha, porque nada pide para sí y sólo procura la ajena satisfacción. Lo propio cabe decir de la codicia. Los hombres apetecen el lucro para disfrutar de los placeres, adquirir posición y poderío. Pero des­pués purifican esta baja modalidad de codicia por la apetencia de ganancias para mejorar la condición de su familia y ponerla a cubierto de la miseria y el sufrimiento. Ya no es hombre que así procede tan egoísta como antes. Más tarde desean poderío para emplearlo en el bien, de suerte que alcance a una esfera más amplia que la de la familia y en un campo más dilatado que el del hogar, hasta que, como en el caso del amor, aprenden a dar sin deseo de recompensa. Entonces anhelan conocimiento y poderío, no para detentarlo y gozar exclusi­vamente de ellos, sino para difundido. Así eliminan el egoísmo. ¿Por qué se representa a Mahádeva o Siva sobre las llamas? Extraña parece en verdad semejante morada y tal ambiente para tan poderosa Entidad que es la misma pureza. Pero la representación simboliza a Siva realzado sobre la vida humana, cuyas menudencias consumen las llamas. Si no fuera por El, las cosas terrestres se corrom­perían hasta la putrefacción y fueran un foco de infección que se extendería por doquiera. Pero en el ardiente paraje en que mora y cuyo fuego lo atraviesa de parte a parte, se consume todo lo egoísta, lo personal, todo cuanto pertenece a la naturaleza inferior. De estas regenerado ras llamas surge triunfante el yogui, completamente depura­do de todo elemento personal, porque el fuego del Señor consumió las bajas pasiones y no queda corrupción alguna capaz de difundir el contagio. Por esto a Siva se le llama el Destructor. Es el destructor de lo inferior a fin de posibilitar la regeneración. Del fuego de Siva emanó originariamente el alma y de sus llamas brota el purificado Yo. Así guían estos primeros pasos hacia el verdadero discipulado, conducen al encuentro del Maestro, hacia el recinto interno del Templo, en cuyo lugar santísimo reside el Maestro de la humanidad. Estos son los primeros pasos que se han de dar y el camino que se ha de recorrer. A pesar de vivir en el mundo y estar ligados por mundanos lazos, con actividades sociales y políticas, en el fondo de vuestro corazón anheláis el verdadero yoga y el conocimiento de la permanente y no de la transitoria vida. Porque sí buscáis en las intimi­dades de vuestro corazón, encontraréis el ansia de saber algo más, el deseo de vivir más noblemente de lo que hoy vivís. Sin duda, en apariencia amáis las cosas del mundo, y las amáis con vuestra naturale­za inferior; pero en el corazón de quien no ha renegado del todo de su país ni apostatado de su religión, hay todavía un íntimo anhelo de algo más que las cosas terrenas, una débil aspiración, dejada en huella por las tradiciones populares, a que la India sea más noble de lo que hoy es y sus habitantes más dignos de su pasado, He aquí, pues, el camino que habéis de emprender. No es posible la grandeza de una nación si no son magnánimos los individuos. No será poderoso un pueblo si los individuos son mezquinos, sórdidos y egoístas. Podéis empezar desde el punto en que ahora os halláis y con la conducta que observáis, pues siguiendo la dirección que a grandes rasgos acabo de señalaras, daréis los primeros pasos hacia el Sendero. Terminaré anticipando lo que es el término del Sendero, aunque en las sucesivas conferencias ampliaré el estudio del tema El término del Sendero es la unión por medio de la acción. Hay otros pasos que dar; pero ¿qué significa "unión"? Recordad cómo Shri Krishna señala las características del hombre que ha transcendido las gunas y es capaz de beber el néctar de la inmortalidad, de conocer al Supremo y de unirse con El. Un hombre así no reconoce otro agente que las gunas. Conoce a Aquel que está más allá de ellas. Ve la actuación de las gunas, y no las desea cuando ausentes ni las rechaza cuando presen­tes. Está ecuánime entre amigos y enemigos, en la alabanza y en el oprobio. Confiado mira todas las cosas de igual manera, el barro de la tierra y la barra de oro, al amigo y al enemigo. Para todos es el mismo, porque ha transcendido las gunas y ya no le alucina su acción. Tal es la meta a que aspiramos. Estos son los primeros pasos hacía el Sendero que atraviesa sobre las gunas. Mientras no se hayan dado estos primeros pasos, no es posible seguir adelante; pero una vez dados, se descubre el comienzo del verdadero Sendero.

CUALIDADES PARA EL DISCIPULADO
DOMINIO DE LA MENTE - MEDlTACION
FORMACION DEL CARÁCTER

Consideremos ante todo la cuestión del renacimiento y lo que significa el discipulado para que el hombre pueda escogerlo delibe­radamente por su futuro sendero en la vida. Ya vimos cuáles eran las diferentes etapas de la acción. Al principio, egoísta sin otro móvil que satisfacer las inclinaciones de la naturaleza inferior y gozar del fruto. Después, por medio de la práctica del Karma-Yoga, aprende el hombre a obrar, no ya por egoísmo, sino porque es su deber el cumplimiento de la acción, identificándose así con la Ley y tomando parte consciente en la gran obra del mundo. Por fin, la tercera etapa consiste en efectuar la acción no tan sólo como un deber, sino como el gozoso sacrificio de entregar todo cuanto posee el hombre. Al llegar a esta etapa le es posible quebrantar los lazos del deseo y librarse del renacimiento, pues le mueve a renacer el deseo de los goces y accio­nes que puede disfrutar y cumplir en la tierra. Todo el que va en pos de algún ideal mundano, que tiene por meta de su existencia algún objeto terrenal, está evidentemente ligado por el deseo, y mientras desee algo que la tierra pueda darle, habrá de volver a la tierra. Todo cuando perteneciente a la transitoria vida física sea capaz de atraerlo, será también capaz de ligarlo, porque todo atractivo cautiva al alma y la empuja al lugar en donde le quepa satisfacer su deseo. La naturaleza anímica del hombre es tan semejante a la divina, que aún la misma energía del deseo tiene de por sí poder bastante para la acción. El hombre obtiene cuanto desea, aunque no inmediatamente, sino a su debido tiempo, cuando la naturaleza de las cosas lo prescribe; y por esto se ha dicho repetidas veces que el hombre es dueño de su destino, y que el universo le dará todo cuanto pida. Por lo tanto, ha de recibir los resultados de su deseo en aquella parte del universo a que la cosa deseada pertenezca, y si desea algo terreno, a la tierra ha de venir para satisfacerlo. Además, también conducen al hombre al renacimiento aquellos deseos que hallan satisfacción en los mundos astral y mental, los cua­les son igualmente transitorios. Por ejemplo, si un hombre pone su deseo en los goces y delicias del cielo (svarga) y con la esperanza de disfrutados rehúsa los goces terrenos, los disfrutará en tiempo y sazón oportunos como consecuencia de su conducta; pero siendo el svarga o mundo celeste también transitorio, habrá de volver a la tierra una vez disfrutados sus goces. Por esta razón se llama "sende­ro de la Luna" el que toma el hombre deseoso de las venturas celes­tes, y se dice que "la luna es la puerta del svarga". Así vemos que todo deseo, haya de satisfacerse en la tierra o en cualquier otro mun­do transitorio, obliga al alma al renacimiento, y por ello se ha dicho que sólo puede libertarse el alma cuando "rompe los lazos del cora­zón." Si el hombre elimina todo deseo, alcanzará la pura y simple libe­ración sin necesidad de ejecutar insignes proezas ni haber llegado a una muy elevada etapa de evolución ni tener educidas todas las divinas cualidades latentes en la conciencia humana ni encaramarse a las altísimas cumbres en donde moran los Maestros y Auxiliadores del género humano. Logrará tan sólo una liberación esencialmente egoísta que lo coloque más allá del mudable mundo y quebrante cuantos lazos le atan a la rueda de nacimientos y muertes; pero no lo capacitará para ayudar en modo alguno a sus hermanos a romper los lazos que los sujetan. Será una liberación individual y no colectiva, por la que el hombre transciende la humanidad y la deja abandonada a sus esfuerzos. Sé que muchas gentes no tienen en la vida otro anhelo que la propia liberación, sin importados nada la de los demás. Esta clase de liberación es, según queda dicho, muy fácil de alcanzar, pues única. mente requiere el reconocimiento de la fragilidad de las cosas terrenas y la innanidez de las ambiciones por que diariamente se afana el hombre mundano. Pero en último término, esta egoísta e individual liberación también es transitoria, pues sólo dura un manvántara a cuyo término es preciso volver a las esferas de actividad. Deja al alma libre de las ataduras de la tierra; ¡¡ero en un futuro ciclo habrá de renacer para dar un nuevo paso hacia el fin realmente divino del hombre: la evolución de la individual conciencia en la conciencia colectiva que ha de aleccionar, auxiliar y guiar a los mundos futuros. Otras almas hay, más nobles y generosas, que alegremente rompen los lazos del deseo, no para eludir las dificultades de la vida terrena, sino para ponerse en condiciones de seguir el alto y nobilísimo sende­ro del discipulado, tras los pasos de los grandes Seres que facilitaron camino a la humanidad. Dichas almas Van en busca de Maestros propicios a aceptar por discípulos a quienes para el discipulado se dispongan con el propósito de no liberarse tan sólo ellos personal­mente ni de esquivar las tribulaciones, sino de llegar a ser auxiliares, maestros y salvadores de la humanidad, restituyendo al mundo lo que de sus precursores Maestros recibieron. Todas las Escrituras sagradas del mundo aluden al discipulado. Uno de los ideales de todas las almas de alta evolución que en este mundo externo anhelan unirse con la Divinidad, es encontrar un Maestro aleccionador de hombres. En todas las Escrituras está expre­sada esta idea. Todos los Upanishadas mencionan el Gurú, a cuya búsqueda y hallazgo se convierte la atención del aspirante a discípulo. Trataremos ahora de las cualidades que es necesario adquirir para entrar en el discipulado y lo que es preciso practicar antes de obtener éxito en el hallazgo del Maestro. Expondremos lo que se ha de llevar a cabo en la vida cotidiana, aprovechada para el caso como una escuela en donde aprender las preliminares lecciones y capacitar­se para ser dignos de tocar los Pies de los grandes Maestros que le confieran el verdadero renacimiento simbolizado en todas las religio­nes exotéricas por una u otra ceremonia externa, no tan sagrada en sí misma como por lo que simboliza. En el hinduismo vemos que la frase "dos veces nacido" significa que el hombre no sólo nació de sus padres carnales, sino que volvió a nacer al dar el Maestro nuevo naci­miento a su alma. Desgraciadamente, esto sólo está hoy simbolizado, en la generali­dad de los casos, por la iniciación que confiere la familia del gurú o el padre del iniciado cuando éste llega a ser lo que en el mundo profa­no se llama "el dos veces nacido". Pero en otro tiempo y también actualmente en algunos casos, se efectúa una verdadera iniciación, esencia de la ceremonia externa, que no se contrae al ingreso en una casta social, sino que es el realmente divino nacimiento conferido por un potente Maestro delegado por el sumo y único Iniciador de la humanidad. La historia nos habla de estas iniciaciones en el pasado y sabe­mos que todavía existen en el presente. Hay testimonios históricos de su realidad. En muchos templos de la India subsisten las criptas de las antiguas iniciaciones, y aunque el vulgo profano ignora su situación, allí están accesibles todavía a quienes se muestran dignos de entrar en ellas. También Egipto tuvo sus criptas de iniciación, sobre algunas de las cuales se yerguen hoy robustas pirámides que las ocultan a la vista de las gentes. Las últimas iniciaciones conferidas en Egipto y Grecia, según nos dice la historia, entre las cuales se cuentan algunas de insignes filósofos, se celebraron en los templos de iniciación, conocidos del mundo profano. Para entrar en estos templos no valía el conocimien­to científico, sino que era necesario cumplir ciertas condiciones vigen­tes desde la más remota antigüedad y perpetuadas hoy día tal como entonces existieron. La historia no sólo atestigua la realidad de la iniciación, sino también la del iniciado. Al frente de las principales religiones figuraron hombres extraordinarios que dieron las Escritu­ra' a los fieles, bosquejaron la fe exotérica y sobresalieron de entre sus prójimos por la espiritual sabiduría que les dio intuición para ver lo oculto y atestiguar lo que habían visto. Es característica de todos los grandes Maestros, que no arguyen, sino que proclaman; no discu­ten, afirman; no infieren las conclusiones por lógicos procedimientos, sino que las alcanzan por espiritual intuición. Hablan siempre con autoridad corroborada por sus propias palabras, y los hombres recono­cen ingenuamente la verdad de sus enseñanzas, aunque sean demasiado elevadas para los entendimientos vulgares, porque en el corazón de todo hombre palpita el espiritual elemento que el Maestro evoca, y este elemento responde a la verdad de la espiritual declaración, por más que la inteligencia no sea lo bastante aguda para discernir la reali­dad de lo que ve el Espíritu. Los insignes maestros, instructores y filósofos de que nos habla la historia fueron iniciados muy superiores al ordinario nivel de la huma­nidad. Siempre existieron y todavía existen hoy estos iniciados. ¿Có­mo podría la muerte posar su descarnada mano en quienes vencieron a la vida y a la muerte y dominan toda inferior naturaleza? Trascen­dieron la evolución humana en el transcurso de pasados milenios, y unos proceden de nuestra misma humanidad y otros de humanidades anteriores a la nuestra. Algunos vinieron de otros planetas cuando la actual humanidad estaba todavía en la infancia; y otros surgieron cuando esta humanidad había recorrido suficientes etapas de evolu­ción para producir de su seno iniciados que la auxiliasen. La muerte ya no tiene imperio alguno sobre el hombre que ha recorrido este sende­ro y alcanzado su meta, y por lo tanto, no es posible que deje de existir. Su presencia en la historia fuera suficiente prueba de que siguen existiendo, aún sin el testimonio de año en año creciente de cuantos los encuentran y los conocen y a Sus pies aprenden las lecciones. Porque en nuestros mismos días hay quienes, uno tras otro, entran en el antiguo y estrecho sendero, sutilísimo como filo de navaja de afeitar, que conduce al portal del discipulado y capacita al hombre para recorrer el altísimo Sendero del Discipulado. Uno tras otro entran en él en nuestros días, y por consiguiente, pueden confirmar la verdad de las antiguas Escrituras y recorrer el Sendero etapa por etapa. Pero, veamos qué cualidades requiere la entrada en el Sendero. La primera es el dominio mental que, por lo menos en cierta medida, debe poseerse antes de que sea posible en algún modo el discipulado. Expliquemos, ante todo, lo que significa dominio mental, qué es la mente y quién la ha de dominar. La generalidad de las gentes iden­tifican con su Yo la mente o inteligencia consciente, y cuando un hombre dice: "pienso, siento, conozco", transpone, si bien se indaga, los límites de su conciencia vigílica y resume en el pensar, sentir y conocer todas las características de su individualidad.[1] Pero quienes - han estudiado cuidadosamente la constitución del hombre saben que la mente no es el Yo, sino una de sus cualidades, o mejor dicho, instrumentos de actividad en el mundo. A fin de comprender con mayor claridad lo que significa el dominio de la mente y cómo es posible dominada, veamos antes qué entendemos por autodominio en el seglar hombre del mundo, y adverti­remos que dista mucho de parecerse al autodominio como cualidad para el discipulado. Cuando decimos que un hombre es dueño de sí mismo significaremos que su mente es superior a sus pasiones y emociones, que la voluntad, la razón y el discernimiento prevalecen contra la naturaleza inferior, y el hombre es capaz de resistir el embate de la tentación, diciendo: "No cederé. No consentiré que la pasión me arrastre por el empuje de los sentidos que no son ni más ni menos que los caballos uncidos a mi carro. Yo soy el auriga y no les dejaré galopar por el camino que se les antoje." Cuando un hombre habla y obra de tal suerte, decimos que es dueño de sí mismo. Este es el ordinario sentido de la frase, y por cierto que supo­ne una admirable cualidad, una etapa por la que todo hombre ha de pasar. El indisciplinado, enteramente sujeto a los sentidos, tiene, en verdad, mucho que hacer antes de adquirir esta cualidad de autodominio en la vida social; pero el discipulado exige mucho más. Al hablar de hombres de voluntad firme y de voluntad débil, significa­mos que los de voluntad firme, en caso de verse en las ordinarias tentaciones y dificultades de la vida, procederán con arreglo a su razón y buen juicio, guiados por el recuerdo de pasadas experiencias y los resultados que derivaron de ellas. Entonces decimos que un hombre así tiene recia voluntad, que no es juguete de las circunstancias ni presa de los impulsos, que no se parece a un buque zarandeado por las corrientes ni sacudido por los vientos, sino que más puede compararse al buque gobernado por un piloto consciente de su deber, que utiliza vientos y corrientes para dar al buque el rumbo que le conviene, y se sirve del timón de la voluntad para que el buque navegue en la dirección determinada. Verdaderamente, la diferencia entre una voluntad recia y otra floja indica el grado de desenvolvimiento individual, pues según el hombre adelanta en su camino es más capaz de dirigir desde el interior todas sus acciones. Recuerdo "que H. P. Blavatsky, en uno de sus escritos acerca de la individualidad, dice que ésta se reconoce en el hombre y se echa de menos en los animales inferiores al observar el modo de actuación de uno y otros en determinadas circunstancias. Si rodeásemos a unos cuantos animales silvestres de las mismas circunstancias, todos ellos obrarían de igual manera, porque sus actos dependen de las circunstancias y son incapaces de modificarlas o equilibrarlas en correspondencia con un deliberado propósito de acción. Todos obran de la misma manera. Conociendo la índole del animal y las circunstancias en que está colocado, podréis inferir ¡de los actos de unos cuantos los de todos los de su especie. Esto denota evidentemente la ausencia de individualidad. Pero si se trata de cierto número de hombres, no podremos asegurar de antemano que todos obren de la misma manera en igualdad de circunstancias, porque según el desenvolvimiento del individuo, así variará su conducta, aún siendo iguales las circunstancias. Cada individuo es diferente de los demás, y por lo tanto, obra diferentemente. Tiene voluntad propia, y en consecuencia elige distinto procedimiento. El hombre abúlico tiene menos individualidad, está menos desarrollado y no va muy adelante en el camino de la evolución. Ahora bien; suponiendo que el hombre haya adquirido el auto. dominio en la vida ordinaria y tenga robustecida la voluntad, puede entonces dar un nuevo paso más allá del dominio de la naturaleza inferior por la superior y conocer algo de la creadora potencia del pensamiento, es decir, algo más de lo que el pensamiento es para el ordinario hombre del mundo, pues requiere ciertos conocimientos filosóficos. Si, por ejemplo, estudia las obras capitales de los filósofos índicos, aprenderá en ellas lo que intelectualmente se entiende por potencia creadora del pensamiento; y desde luego advertirá que hay algo tras lo que llama su mente, porque si el pensamiento tiene fuerza crea. dora, si el hombre puede engendrar pensamientos por medio de la mente, debe de haber algo que los genere y esté oculto tras la mente de que brotan los pensamientos. El poder, fuerza o potencia creadora del pensamiento, por cuyo medio es capaz el hombre de disciplinar e influir en su mente y en las ajenas, basta para demostrar que algo hay superior a la mente, algo que, por decido así, es inseparable de ella y que de ella se vale por instrumento. Estas reflexiones infunden en el estudiante que se esfuerza en la comprensión de su propio ser, la conjetura de que no es tan fácil como parece dominar la mente, pues los pensamientos brotan de ella espontáneos sin que él los excite ni provoque, y muchos de ellos son contrarios a su voluntad. Invaden su mente toda especie de quimeras y fantasías que le repugnan, pero se ve incapaz de rechazarlas. Está forzado a rozarse con pensamientos que prevalecen en su mente y no están sujetos a su dominio ni autoridad. Entonces se pregunta: ¿de dónde vienen estos pensamientos? ¿cómo actúan? ¿cómo se les puede dominar? Poco a poco aprende que muchos de los pensamientos venidos a su mente, provienen de las mentes de otros hombres, y que, en cambio, él influye en las ajenas con los que engendra en la suya, de lo cual infiere que de la índole de sus pensamientos le alcanza mayor responsabilidad de la que hubiera podido suponer. Si figuraba que tan sólo con la palabra influía en las mentes ajenas y que únicamente con el ejemplo de sus acciones afectaba a las acciones de los demás. Pero, según adelanta en su aprendizaje, se va convencien­do de que hay una invisible energía, dimanante del hombre pensante, que influye en las mentes de los demás hombres. La ciencia moderna nos dice algo de esto y en el mismo sentido, pues no sólo reconoce la transmisión del pensamiento entre dos cere­bros sin necesidad de palabra hablada o escrita, sino también reconoce que en el pensamiento hay algo tangible, observable, parecido a una vibración que levanta otras vibraciones, aunque no se oiga palabra alguna. La ciencia ha descubierto que el pensamiento puede transmi­tirse silenciosamente de una a otra persona sin externa comunicación, o como dice el profesor Lodge, sin medios materiales[2] de comuni­cación. Siendo esto así, todos nos estamos afectando mutuamente por medio del pensamiento sin que medien palabras ni actos. El pensa­miento que hemos engendrado irradia para afectar las mentes ajenas, al paso que los pensamientos de los demás influyen en nuestra mente. Entonces advertimos que la inmensa mayoría de las gentes piensan muy poco por sí mismas, aunque les parecen pensamientos propios los que reciben de quienes los engendran. En realidad, las mentes de los hombres se asemejan por lo gene­ral a los mesones o posadas en donde los caminantes se albergan durante una noche. Los pensamientos entran y salen de su mente, sin que de por sí influya gran cosa el hombre en el pensamiento que reci­be, lo alberga y luego se marcha. Pero nosotros debemos pensar delibe­radamente, con el propósito de transmutar nuestro pensamiento en acción. ¿Por qué es tan valiosa esta disciplina mental que regula y refre­na el pensamiento y rechaza los provenientes de ajenas mentes? ¿Por qué debe ser ésta una condición del discipulado? Porque cuando el hombre se convierte en discípulo, son mucho más poderosos sus pensamientos y se acrecienta y vigoriza su individualidad hasta el punto de que todos sus pensamientos tienen reduplicada "talidad y energía para influir en las mentes de los hombres del mundo. Con el pensamiento se puede matar a un hombre o sanarlo de una enferme­dad. Con el pensamiento es posible influir en una muchedumbre o forjar una visible ilusión que engañe y extravíe a quienes candorosa­mente la vean. Por lo mismo, si tanto poder adquiere el pensamiento cuando se acrecienta la individualidad, y si el discipulado significa el rápido incremento de la individualidad, de modo que un hombre pueda reali­zar en pocas vidas lo que de otra manera tardaría milenios en conse­guir, es necesario que antes de conferirle estos amplios poderes, sepa dominar sus pensamientos, resistir cuanto de maligno haya en ellos y no albergar más que lo puro, benéfico y útil. Por lo tanto, el dominio de la mente es una condición del discipulado, pues antes de que el hombre adquiera el supletorio poder mental dimanante de las ense­ñanzas del Maestro, debe dominar el instrumento engendrador de los pensamientos, a fin de ser capaz de engendrar los que quiera y ninguno brote sin su consentimiento. Sé que a muchos les parecerá difícil la cuestión que vamos consi­derando, y acaso pregunten: ¿Qué es esta individualidad siempre cre­ciente, que desenvuelve la voluntad y adquiere dominio mental y que, sin embargo, no es la mente, sino superior a la mente? Probaré de emplear un símil tomado del mundo externo para representaros imaginativamente el desenvolvimiento de la individua­lidad y la manera como crece. Supongamos que estáis en una atmós­fera saturada _e vapor de agua¡ tan caliente y tenue, que fuese invisi­ble y pareciera aire. Diríais que nada, sino aire, hay en aquella atmós­fera. Pero si un químico toma una porción de aquel ambiente satura­do de vapor de agua y lo enfría, aparecerá una neblina que poco a poco se irá condensando hasta resolverse en gotas de agua donde antes parecía no haber más que aire. Este símil puede servimos para expli­car la formación de la individualidad. Del invisible Ser de quien todo procede surge una tenue neblina que se separa del diáfano vapor cir­cundante y poco a poco se va condensando hasta resolverse en la gota individual a la que consideramos como unidad. Del Todo procede lo separado y distinto que, si bien uno en naturaleza y esencia con el Todo, está separado por sus condiciones y se individualiza entre el conjunto. El alma individual del hombre es la individualización del único Yo y se desenvuelve por las experiencias que adquiere en los centenares de vidas que una tras otra pasa en este mundo. Lo que llamamos mente no es más que una leve actuación de la individuali­dad en el mundo de materia. Así como la ameba para alimentarse alarga una porción de su cuerpo y después de tomar la partícula nutritiva retrae otra vez la parte alargada que contiene el alimento, con el cual se nutre, así la individualidad sume en el mundo físico una pequeña porción de sí misma para adquirir experiencias a modo de alimento, y retraerla luego en la llamada muerte para asimilarse la adquirida experiencia. La mente es la porción de individualidad sumi­da en el mundo físico; pero la conciencia individual es mayor que la mente, a que suele llamarse inteligencia. Todas las experiencias adquiridas por el hombre en el pasado se almacenan en la conciencia. Todo el conocimiento logrado antes de entonces se atesora en la conciencia causal, o sea la del hombre verdadero. Al nacer colocamos una pequeña parte de nuestra individualidad en disposición de acumu­lar nuevas experiencias que la acrecienten; y en cada vida, su amplia­da conciencia procura influir en aquella porción de su ser, sumida en el mundo físico. Lo que llamamos voz de la conciencia es la del Yo superior que habla al inferior con propósito de guiarle en su ignoran­cia con la sabiduría que vida tras vida fue adquiriendo. Pero se interpone una dificultad con relación a la mente inferior. Leemos en el Bhagavad Gita que al hablar de la mente inferior, le dice Arjuna a Krishna: "Porque la mente es en verdad inquieta ¡oh! Krishna. Es impetuosa, violenta y a la sujeción rebelde. La juzgo de tan difícil en freno como el viento." [3]Ciertamente es así, y todos sabemos que es tan difícil de dominar como el viento. Todo el que se esfuerza en disciplinar la mente sabe cuán inquieta, impetuosa y vio­lenta es y cuánto cuesta dominarla. Pero el Señor bendito le responde a Arjuna: "Sin duda, ¡oh! armipotente, que inquieta y rebelde al yugo es la mente; pero a subyugada bastan el esfuerzo sostenido y la caren­cia de pasiones."[4] .No hay otro medio. La práctica constante. Nadie puede efectuada por otro. Ningún Maestro puede cumplida por vosotros. Cada cual debe realizarla y entretanto no será posible hallar al Maestro. Inútilmente clamaréis por halla de si no seguís el camino trazado por todos los grandes Maestros para llegar a Sus Pies. Vemos que Shri Krishna, el potente Maestro, el Avatara, expone lo que ha de hacerse y dice que se puede hacer. Y cuando un Avatara dice que se puede hacer, da a entender que puede hacerlo quien quiera, porque sabe hasta dónde llegan las fuerzas de los hombres puestos por El en el mundo. Y si empeña su divina palabra de que es posible el vencimiento, ¿nos atreveremos a decir que no podemos hacerlo y desmen­tir con ello a Dios?. Krishna dice que conseguiremos dominar la mente por "constante práctica", esto es, que en la vida cotidiana y en los negocios mundanos, comenzaremos a refrena",la turbulenta mente y sujetada a nuestra voluntad. Si probáis a pensar fijamente durante un momento, notaréis que todos los demás pensamientos se desvanecen y podréis enfocar la cuestión en el punto que deseéis. Así, escoged un asunto y pensad firme y sostenidamente en él. Para esta disciplina mental tienen los indos la inmensa ventaja de las tradiciones de raza, la herencia física a ellas subordinada y la educación durante la niñez y la juventud que los acostumbra o debe acostumbrados a disciplinar la mente. A un occidental le es mucho más difícil esta disciplina, porque nadie la enseña en Europa ni América, ni forma parte, como en Oriente, de la educación religiosa, por lo que las gentes propenden a mariposear de uno en otro objeto. La cos­tumbre (poniendo por ejemplo un caso baladí) de leer periódicos, aca­so tres o cuatro cada día, es una de las más graves dificultades contra la disciplina mental. El lector pasa velozmente de uno a otro asunto y se le llena la cabeza con la multitud de telegramas que empujan la mente de Inglaterra a Francia, a España, a Kamskatcha, a Nueva Zelanda y a los Estados Unidos, pasando por todos los países de Europa. Después vienen otra clase de noticias. Las declaraciones de los políticos, las idas y vueltas de los personajes conspicuos, las cróni­cas de teatros y deportes, los sucesos del día anterior. Nadie se figura el daño que acarrea el consumo de las energías mentales en estas frívolas materias; y sin embargo, hay quienes leen cada día media docena de periódicos, diluyendo de esta suerte las fuerzas de su mente y acostumbrándose a diluidas de modo que no son capaces de concen­tradas en un punto fijo. Además, se pierde con ello un tiempo precio­so que estaría mejor empleado en más valiosas ocupaciones. No quiere esto decir que el hombre del mundo haya de ignorar lo que en el mundo ocurre; pero basta leer un solo periódico para enterarse de las noticias de mayor interés, y quien sepa leer un perió­dico no empleará mucho tiempo en quedar al corriente de todos los sucesos de capital importancia que le señalen la cotidiana marcha del mundo. A fin de vencer esta moderna propensión a desperdigar el pensa­miento, conviene acostumbrarse a concentrar cada día durante un rato la atención en determinado asunto, y para ello nada más a propó­sito que la lectura habitual y diaria de algunas páginas de un libro que trate de las más graves cuestiones de la vida, con preferencia de las espirituales, fijando la mente en la lectura, sin consentir que de ella se desvíe. En caso de involuntaria distracción, es preciso volver de nuevo al mismo punto que se estaba leyendo, y repetir la lectura para disciplinar la mente, hasta que por la perseverancia en el ejercicio quede dominada y siga el camino trazado por la voluntad. Aún en los asuntos mundanos es sumamente ventajosa esta disciplina, pues el hombre capaz de poner sus cinco sentidos y fijar la atención en lo que hace, tiene mayores probabilidades de éxito que el distraído y descuidado, de suerte que el dominio de la mente no sólo le servirá de preparación a la más alta vida que le espera, sino que le abrirá paso en este bajo mundo. La constante práctica de la disciplina mental en los asuntos de la profesión mundana conduci­rá poco a poco al dominio de la mente, que es una de las condiciones del discipulado. Una vez logrado este dominio, no será difícil dar un nuevo paso y emprender el ejercicio de la meditación, que consiste en el delibe­rado y formal ejercicio de la mente en la concentración y fijeza del pensamiento. Es preciso hacer todos los días este ejercicio para esti­mular, el automatismo de cuerpo y mente, es decir, la formación del hábito, pues lo que diariamente se practica acaba por hacerse con el tiempo sin esfuerzo alguno. La meditación puede ser de índo­le devocional y de índole intelectual, y el hombre prudente se dispone al discipulado practicándolas ambas. Fijará su pensamiento y concen­trará su mente en el divino ideal, en el Maestro de sabiduría a quien, si por de pronto desconocido, espera encontrar al fin. Manteniendo ante él éste perfecto ideal, fijará en él su mente concreta en la hora de la meditación, anhelando alcanzado con fijo e indesviable pensamiento. Así desarrolla la mente y la va disciplinando cada vez con mayor dominio de modo que principie a reflejar en sí mismo su ideal y a acercarse algún tanto a él. Esta es una de las creadoras fuerzas de la mente, porque el hombre se convierte en lo que piensa, y si cada día reflexiona sobre el ideal de perfección humana, se aproximará poco a poco a este ideal. Después advertirá que al fijar con firmeza la mente en este ideal, anhelando logrado y ponerse en contacto con él, se apacigua y aquieta su mente inferior, y el mundo exterior se desvanece de su conciencia, de suerte que la conciencia superior, la conciencia individual, brote, por decirlo así, de su interior y se conozca a sí mismo. Porque cuando la mente inferior está apaciguada y ha conseguido aquietada, se ase. meja el hombre a un lago cuyas tranquilas aguas no conturban vientos ni corrientes. De la propia suerte que la superficie de un lago tranqui­lo es a manera de espejo clarísimo sin sombra alguna, en donde se refleja el sol de los cielos, así también la conciencia superior se refleja en el espejo de la apaciguada mente inferior. Entonces conoce el hombre, no ya por autoridad ajena, sino por propio convencimiento, que es algo más que la mente intelectual, que su conciencia es superior a la transitoria conciencia de la mente, y le es posible ir identificán­dose con la conciencia superior y percibir siquiera momentáneamente la majestad del Yo. Conviene recordar que las Escrituras de las principales religiones enseñan que el verdadero hombre es la conciencia superior, no la infe­rior, y así dice el Chhandogyopanishad: "Tú eres Brahmán." "tú eres Aquel." Y los budistas repiten: "Tú eres Buddha." Pero por mucho que especuléis intelectualmente sobre estas afirmaciones, no os será posible tener real conciencia de su verdad hasta que por la meditación convirtáis la mente inferior en el espejo donde se refleje la superior. Prosiguiendo la meditación llegaréis a indentificaros con vuestro verdadero ser y reconoceréis el significado de la famosa frase: "el reino de Dios está en vosotros", con que el insigne Maestro afirma­ba la inherente divinidad del hombre. Cuando así se hace por meditación continuada, día tras día, mes tras mes y año tras año, va infundiéndose este conocimiento poco a poco en nuestra entera vida. Primeramente se contraerá al rato de meditación y luego se extenderá hasta presidir todas las circunstancias de la vida ordinaria. Alguien preguntará: "¿Cómo puedo yo tener conciencia de mi divinidad si estoy atareado en los negocios del mun­do? ¿Cómo ser consciente de lo superior cuando lo inferior está en plena actividad?" Sin embargo, cabe responder que si un devoto se inclina ante el altar de su veneración, ofreciendo un ramo de flores, su pensamien­to no estará fijo en las flores, sino en la Divinidad a quien las ofrece. El cuerpo está empleado en la ofrenda material de las flores, mientras que la mente está concentrada, no en las flores, sino en el objeto de la ofrenda. Las manos cumplen con su deber y ofrecen perfectamente las flores, aunque el pensamiento esté puesto en la Divinidad. Así, en el mundo de los negocios, puede ofrecer cada cual las flores del deber en una vida de constante actividad y cotidiano traba­jo. Ofrecerá las flores del deber con cuerpo y mente, pero el espíritu, el verdadero hombre, estará fijo en la meditación, aunque escrupulo­samente cumpla sus deberes en la vida social. En cuanto sepáis separar la conciencia superior de la inferior, de abstraeros de vuestra mente, y vayáis adquiriendo poco a poco la facultad de proseguir las actividades mentales sin perder el real "yo soy" en ellas, la mente cumplirá en todo y por todo con sus peculia­res deberes mientras el Yo permanezca a superior nivel. Nunca dejaréis el intérrimo santuario por muy atareada que sea vuestra vida en el mundo de los hombres. Así se dispone el hombre para el discipulado. Consideremos ahora otra etapa, a la que llama el aspecto intelec­tual de la meditación, relacionado con la gradual y consciente forma­ción del carácter. De nuevo acudiré al gran tratado de Yoga-Karma, cuyo texto son las enseñanzas de Shri Krishna en el Bhagavad Gita. En la estancia XVI hallaréis la larga enumeración de las cualidades que el hombre debe desarrollar para nacer con ellas en el futuro. Las llama Shri Krishna, condiciones o cualidades divinas, y así le dice a Arjuna: "Mas no temas ¡oh! Pandava. Tú naciste en condición divi­na." Ahora bien; si queréis nacer con estas cualidades en futuras vi­das, preciso es que comencéis a cultivarlas en la presente. Si anheláis traerlas con vosotros a una vida, debéis idas vigorizando en sucesi­vas vidas anteriores. El hombre del mundo que desee saber cómo for­mar su carácter, no tiene para ello mejor procedimiento que ir adqui­riendo en la vida diaria por la meditación combinada con la acción, las divinas propiedades o cualidades enumeradas en el Bhagavad Gita. Consideremos, por ejemplo, la pureza, una de dichas cualidades. ¿Cómo puede el hombre adquirirla? Pues resolviéndose a que la pure­za forme parte del objeto de meditación hasta comprender en qué consiste. Nunca debe consentir que le manchen pensamientos impu­ros; ninguna acción impura ha de contaminarle; debe ser puro en la triple modalidad de pensamiento, palabra y obra. Esta es la triple cuerda del deber y está representada, según ya os dije, por el triple cordón del brahmán. Todas las mañanas piensa en la pureza como virtud deseable que debe adquirir, y cuando se mezcla en los asun­tos del mundo lleva consigo la memoria de su meditación. Vigila sus acciones y no consciente que ningún acto impuro manche su cuer­po. No comete acción impura durante el día, porque anda muy cuidadoso en cuanto hace, de modo que nada impuro pueda tocarle. Vigila también sus palabras. No pronuncia ninguna impura ni en sus conversaciones interpone temas obscenos. Jamás consiente que su lengua se manche con torpes insinuaciones. Todas sus palabras son puras, de modo que pueda pronunciadas en presencia de su Maestro, cuya vista descubre la más tenue sombra de impureza que el ojo mortal no advertiría. Cuidará de que todas sus palabras sean las más puras de cuantas puedan brotar de sus labios y nunca se ensuciará ni tampoco a los demás, con palabra o frase alguna que entrañe grose­ras sugestiones. Sus pensamientos serán puros. No tolerará que inva­dan su mente pensamientos deshonestos, y si alguno se acerca lo rechazará sin demora en el momento en que se acerque. Y como sabe que no se acercarán, a menos que haya en su mente algo que los atrai­ga, la purificará de modo que ningún torpe pensamiento penetre en ella. Así vigila durante todo el día su conducta sobre este concreto punto de la pureza. Asimismo, puede tomar la veracidad por objeto de su meditación matutina. Pensará en la veracidad, en su valía en el trato social, en los negocios del mundo y en su propio carácter, de suerte que en sus ordi­narias relaciones nunca cometerá una acción que parezca contraria a la verdad ni pronunciará palabra alguna que induzca a error. No sólo evitará la mentira, sino también la inexactitud, que es una variante de la falsedad. Relatar inexactamente lo que se ha visto es mentir. Toda exageración o disimulo de un relato, todo cuanto no se ajuste a la verdad del hecho referido y tenga siquiera sombra de inveracidad, no es propio de quien aspire al discipulado. Igualmente debe ser veraz en pensamiento, de modo que cuanto piense sea todo lo más verídico posible sin asomo de falsedad que manche su mente. Lo mismo cabe decir de la compasión. Meditará en esta virtud por la mañana y procurará ejercitarla durante el día. Será benévolo con cuantos le rodeen y servirá con todo su poder a la familia, amigos y vecinos. Doquiera vea una necesidad acudirá a remediarla. Doquie­ra vea una aflicción se apresurará a consolada. Doquiera vea una miseria se esforzará en aliviarla. Practicará la compasión además de pensar en ella, y así la incorporará a su carácter. Análogamente con la fortaleza. Pensará en cuán noble es el varón fuerte a quien las circunstancias no son poderosas para abatir ni desalentar, que no se engríe en el éxito ni se acobarda en el fracaso, que no está a merced de las vicisitudes de la vida, hoy triste porque las cosas le son adversas y mañana alegre porque le son favorables. Procu­rará ser quien es, siempre equilibrado y firme; y cuando actúe en el mundo practicará la virtud de la fortaleza. Si le sobreviene la tribula­ción, pensará en lo Eterno donde no hay turbulencia. Si sufre quebrantos de material fortuna, pensará en la riqueza de la sabiduría que nadie le puede arrebatar. Si la muerte le roba a un amigo, conside­rará que el alma viviente no muere, y que el cuerpo es sólo el vestido desechado por el alma de puro inútil y que tomará otro de suerte que vuelva a gozar de la compañía de su amigo. Así son todas las demás virtudes, como la subyugación, la apaci­bilidad y el valor. Sobre todas ellas puede meditar y practicarlas, aun­que no todas a la vez, pues no hay hombre en el mundo capaz de meditar diariamente en todas. Se han de ir tomando una tras otra hasta incorporarlas al carácter. Esforzaos en la meditación y en el ejercicio de la virtud meditada sin perdonar tiempo ni trabajo, porque todo cuanto en este punto hagáis lo haréis para la eternidad, y vale la pena de tener paciencia en el tiempo cuando se extiende la eterni­dad por delante. Todo cuanto ganéis lo ganaréis para siempre. La meditación de por sí y la práctica por sí sola son insuficientes para la formación del carácter. Es indispensable combinarlas. Ambas deben formar parte de la vida diaria, y de esta suerte se edifica un noble carácter. El hombre así disciplinado, que ha hecho cuanto le ha sido posi­ble y empleado pensamiento, tiempo y fatiga en capacitarse para hallar al Maestro, seguramente lo hallará, o más bien el Maestro le hallará a él, y se manifestará a su alma. La ceguedad y la ignorancia forjan la errónea idea de que los Maestros quieren permanecer ocultos. La ilusión hace creer que Ellos se esconden deliberadamente de la vis­ta de los hombres para dejarlos entregados a sus tropiezos sin prestar­les auxilio y guía. No obstante, lo cierto es que por mucho que anhe­léis hallar al Maestro, tiene El un anhelo mil veces más intenso de encontraros y ayudaros. Al examinar el mundo de los hombres ven los Maestros que se necesitan muchos auxiliadores y se encuentran pocos. Las multitudes perecen en la ignorancia sin que nadie las ayude por falta de Maestros, y así necesitan éstos discípulos que actúen en el mundo inferior debidamente aleccionados para consolar a los afligi­dos y enseñar a los ignorantes. Siempre están los Maestros exploran­do el mundo para descubrir almas anhelosas y dispuestas a recibir auxilio. Siempre están en busca de quienes se hallen prontos a recibir. los y no les cierren las puertas de su corazón, pues si el corazón del hombre está cerrado a pestillo y cerrojo, no entrará el Maestro, pues no quiere nunca violentar las puertas para entrar a la fuerza. Si un hombre obra a su antojo y cierra las puertas de su corazón, nadie sino él mismo podrá abrirlas. Las cerramos con el cerrojo do los deseos mundanos, de los apetitos terrenos, del pecado, de la indiferencia y la desidia. Pero el Maestro permanece en espera de que la puerta se abra para cruzar el dintel e iluminar la mente. Acaso preguntéis: ¿Cómo conocen los Maestros entre las miríadas de hombres quiénes son aptos para recibirlos y obrar para Ellos" A esta pregunta se le ha dado alegórica respuesta: Así como un hombre puede ver desde la cumbre de una montaña la luz que brilla en una choza del valle, a pesar de las tinieblas circundantes, así también el alma dispuesta para el discipulado irradia su luz entre las sombras del mundo que la rodea y la descubre el Vigilante desde la cumbre de la montaña. Por lo tanto, debéis encender la luz de vuestra alma para que el Maestro la vea, porque está vigilando y a vosotros toca dar la señal a fin de que sea vuestro Maestro y os guíe en el camino. Comprenderéis mejor la gran necesidad de auxiliadores para terminar la obra que todavía nos aguarda, si os explico cuál ha de ser la labor del discípulo; pero por de pronto recordad que el Maestro vigila, espera y desea encontraros y enseñaras; que en vuestra mano está atraerlo a vosotros y que únicamente vosotros podéis consentir que venga a vosotros. El llamará a las puertas de vuestro corazón; pero vosotros habéis de decirle que entre. Y si seguís el camino que acabo de trazaros, si paso a paso aprendéis a dominar la mente, a meditar y construir el carácter, enunciaréis así la triple palabra que mueve al Maestro a manifestarse. Cuando esta palabra resuena en el silencio del alma, el Maestro se presenta y el aspirante al discipulado cae de hinojos a Sus pies.

LA VIDA DEL DISCÍPULO

EL SENDERO PROBATORIO - LAS CUATRO     INICIACIONES ­


Hemos tratado hasta ahora de la vida de los hombres en el mun­do, explicando cómo en ella pueden irse preparando gradualmente a superiores etapas de evolución y adiestrarse para más rápido progreso y más veloz adelanto. Pero mayor dificultad opone la tarea de colocar­nos fuera de la ordinaria vida del hombre, no en cuanto a su aspecto externo se refiere, sino por lo que toca a la realidad de su vida interna. Las etapas del progreso humano que ahora vamos a considerar son distintas y definidas y conducen a los hombres de la vida del mundo a la de regiones superiores, desde la ordinaria humanidad a la humani­dad divina. Pero como quiera que hemos de trascender en nuestro estudio las ordinarias experiencias, resulta la tarea mucho más difícil, tanto para quien habla como para quien escucha, porque al tratar de tan elevadas materias es preciso poner en actuación superiores faculta­des, y en consecuencia les será mucho más fácil comprender estas ele­vadas enseñanzas a quienes hasta cierto punto, por lo menos, hayan procurado la purificación de vida y formación del carácter a que espe­culativamente nos referimos en las dos conferencias anteriores. Quedamos en que cuando el hombre mejora su conducta y domina su pensamiento, capacitándose para el discipulado, llama la aten­ción de algún Maestro y puede desde entonces dar los primeros pasos en las iniciales etapas del discipulado, las cuales vamos a considerar; y aunque sea un tema muy amplio, examinaremos la entera vida del discípulo. Las primeras etapas constituyen el "sendero probatorio", en dis­tinción del estado de discípulo aceptado. Aunque en el sendero proba­torio reconozcamos ciertas etapas señaladas por la adquisición de defi­nidas cualidades, no las vemos tan distintas como las del Sendero propiamente dicho, o sea el del discípulo aceptado, donde Maestro y discípulo se reconocen mutuamente. Las cuatro etapas de este supe­rior Sendero están trazadas con suma precisión, tienen nombres pecu­liares y sus respectivos límites son las cuatro iniciaciones, mientras que las etapas del sendero probatorio, aunque distintamente trazadas, no las separan análogos límites, pues más bien pueden considerarse para­lelas que sucesivas. Al que entra en el sendero probatorio no se le exige que cumpla perfectamente todo cuanto comience a practicar, sino tan sólo que se esfuerce en la perfección. Basta con que sea fervoroso, que persevere en sus esfuerzos, que no mude de propósito ni pierda de vista su finali­dad. Se le dispensan muchas cosas en punto a flaquezas y debilidades humanas en consideración a la falta de conocimiento que todavía entorpece su adelanto. Las pruebas a que se le somete y las dificulta­des que al efecto se le oponen no van más allá de las de la vida ordina­ria en su diversidad de tribulaciones, pero no de la índole de las corres­pondientes al superior Sendero. Años atrás, un brahmana, miembro de la Sociedad Teosófica, Mohini Mohun Chatterji, de Calcuta, aunque a la sazón residente en Inglaterra, entresacó de las enseñanzas hinduistas las características de las etapas del sendero probatorio que el aspirante ha de recorrer con ayuda del Maestro, aunque todavía no lo conozca, por lo menos en conciencia vigílica, pues el aspirante parece como si recorriera el sen­dero probatorio sin auxilio alguno, fiado tan sólo en sus propias fuer­zas. Desde luego, que esto es una ilusión forjada por su propia cegue­dad e ignorancia, pues la vista del Maestro está fija en él, aunque no se percate de ello su conciencia física, y recibe de los planos superio­res continuo auxilio que se manifiesta en su conducta sin que él lo advierta claramente. Veamos ahora qué cualidades preliminares se necesitan en gene­ral para que intensifiquen su matiz en el sendero probatorio. Viveka. Equivale a discernimiento y es el resultado de las pasadas experiencias que enseñan a discernir entre lo real y lo ilusorio, entre lo eterno y perecedero. Hasta que no adquiera esta cualidad se verá ata­do a la tierra por la ignorancia y los objetos mundanos le alucinarán con su seductor atractivo. Ha de abrir los ojos y penetrar a través del velo de maya con mirada bastante aguda para estimar las cosas terrenas en su verdadero valor. De viveka se deriva la segunda cualidad, que es: Vairagya. Ya dijimos que el aspirante al discipulado ha de empe­zar a prescindir del fruto de sus acciones, y cumplidas como un deber sin apetencia de lucro personal; pero ya en vidas anteriores debe de haberse ejercitado en esta cualidad de modo que sea capaz ahora de satisfacer las exigencias que se le demanden antes de ser posible la iniciación y que se muestre del todo indiferente a las cosas terrenas y mundanas. Es vairagya la segunda cualidad del sendero probatorio, derivada del viveka o discernimiento entre lo real y lo ilusorio, entre lo permanente y lo transitorio, porque cuando el aspirante se afirme en el conocimiento de lo real y permanente, no cabe duda de que los objetos mundanos perderán su atractivo y quedará por completo indi­ferente hacia ellos. Cuando se ve lo real ya no satisface lo ilusorio. Cuando siquiera por un momento se ve lo permanente, resulta lo tran­sitorio indigno de que en su logro nos esforcemos. En el sendero pro­batorio todo cuanto de mundano nos rodea pierde su atractivo y el hombre ya no se esfuerza en poseerlo ni deliberadamente trabaja con apetencia del fruto de su labor. Los objetos no tienen ya de por sí atractivo; la raíz del deseo se va poco a poco marchitando, y como dice el Bhagavad Gita, los objetos terrenos se apartan del austero morador del cuerpo; pero más bien que abstenerse él de ellos, pierden éstos la propiedad de satisfacerle. Los objetos de sensación se apartan de él a consecuencia de la disciplina a que, según dijimos, se sometió. Al advertir el transitorio carácter de los objetos de deseo, es muy natural que de la indiferencia con que los mira el candidato derive la indiferencia por el fruto de las acciones, porque, en rigor, este fruto es también un objeto apetecible, y si el hombre está convencido de su ilusión y fugacidad, se abstendrá de él por reconocimiento de lo real y permanente. Shatsampatti. Es la tercera de las cualidades que se han de adqui­rir en el sendero probatorio y está integrada por un séxtuple grupo de atributos mentales que se manifiestan en la conducta del candidato. Largo tiempo luchó para dominar sus pensamientos del modo-que ya sabemos. Practicó todos los métodos de que ya tratamos para dominarse, contraer el hábito de meditación y formar el carácter. Logradas estas cualidades, se manifestarán ahora en el hombre real  (pues del hombre real estamos tratando y no de su apariencia) en la cualidad de shama o dominio de la mente y disciplina del pensamiento, cuyos efectos comprenda según afecten en bien o en mal a quienes le rodeen. Conocedor de la facultad que tiene de auxiliar o entorpecer con sus pensamientos a los demás hombres y de retrasar o favorecer la evolución de la raza, se convierte en deliberado obrero del progreso humano y de todos los seres evolucionantes en el mundo a que pertenece. La disciplina del pensamiento y la firme actitud de la mente le predisponen al definido discipulado durante el cual todos sus pensamientos han de servir para la obra del Maestro, y la ejercitada mente se desliza sin apenas esfuerzo alguno por los surcos que traza la voluntad. De la disciplina del pensamiento, en tan amplio grado cumplida, deriva inevitablemente la cualidad o atributo mental llamado doma, que significa gobierno de los sentidos y del cuerpo o regulación de la conducta. ¿No se echa de ver en todo esto que consideradas las cosas desde el punto de vista oculto resultan invertidas respecto del punto de vista desde el que se consideran en la tierra? Las gentes profanas dan mucho más valor a los actos que a los pensamientos, mientras que para el ocultista tiene mayor importancia el pensamiento que la con­ducta. Si el pensamiento es recto, forzosamente lo será también la conducta. Si el pensamiento está disciplinado, no dejará de estarlo asimismo la conducta, porque la acción no es ni más ni menos que el trasunto del ¡pensamiento concretado en el mundo de las formas, pero cuya forma depende de la conducta interna, de la plasmante energía que modela la acción. El mundo arrúpico es el mundo de las causas y el mundo rúpico el de los efectos. Por lo tanto, si disciplinamos el pensamiento, disciplinada quedará la conducta, porque ésta es natu­ral e inevitable expresión del pensamiento. El tercer atributo mental que denota esta actitud del hombre interno es upárati, que significa amplia, noble y sufrida tolerancia por todo cuanto le rodea; una especie de sublime paciencia capaz de esperar y de comprender y que por lo tanto no pide de nadie más de lo que puede dar. También esta es una preparación para otra distinta etapa del sendero del discipulado. La tolerancia es indulgente con todas las personas y en todas las cosas, porque no mira a los hombres como son vistos desde fuera, sino como son en su interior, y ve sus aspiraciones, deseos y motivos, y no solamente los artificiosos disimu­las que las apariencias suelen dar en el mundo externo. Es tolerante con las diversas formas de religión, con las diferentes costumbres y tradiciones de las gentes, pues sabe que todo esto son fases pasajeras que por fin transcenderá el hombre, y no es tan insensato que pretenda de la infantil humanidad la amplia, extensa y dignificada paciencia, propia de la humanidad viril y no de la que todavía está en las primeras etapas de la evolución. Esta mental actitud de tolerancia ha de cultivarla constantemente el hombre que se acerca a la iniciación, y debe adquirida por la intuición de la verdad y ser capaz de reconocer la verdad encubierta bajo el velo de falaces apariencias. ¿No advertimos en todo esto el alborea del sentido de la realidad que ha de transmutar profundamente al hombre en el sendero probatorio? Ya no le engañan las apariencias como al principio le engañaron. Conforme adelanta descubre la realidad y va desechando la ilusión. Se desliga de la Sujeción a las apariencias y reconoce la verdad cualquiera que sea su ilusoria forma. El siguiente atributo o cualidad mental es titiksha, que equivale al aguante sin resentimiento de todo cuanto sobrevenga. Recordaréis que, según dije, es preciso esforzarse en la adquisición de esta cualidad, desprendiéndose poco a poco de la propensión a sentirse agraviado y acostumbrándose a la compasión y el perdón. El resultado de este ejercicio de la mente es la firme y definida actitud de titiksha. El hombre interno desecha así todo resentimiento hacia las personas y las cosas, hacia las circunstancias y cuanto le rodea en la vida, porque descubre la verdad, conoce la Ley y por lo tanto sabe que cualesquiera que sean las circunstancias en que se halle son consecuencia de la buena Ley. Comprende que todo cuanto los hombres puedan hacer­le, proviene de que son agentes de la Ley. Sabe que cuanto le suceda en esta vida es efecto de las causas por él establecidas en el pasado, y así desecha todo linaje de resentimientos. Obra en justicia y así no se encoleriza por nada, pues nada puede afectarle si no lo ha merecido, ni nada puede interponerse en su camino si él mismo no lo interpuso en sus anteriores vidas. Así vemos que ni penas ni alegrías pueden desviarle de su sendero ni cosa alguna que le ocurra será capaz de tor­cer su dirección. Ve el sendero y lo huella; ve la meta y va en pos de ella. Ya no se extravía por vericuetos ni andurriales, sino que firme y perseverantemente sigue el escogido camino. Ni el placer ni el dolor lo apartarán de él. No le desalentarán la pereza ni el tedio ni el hastío, ni le halagará ofrecimiento alguno, excepto los del Maestro a cuyos Pies desea postrarse. La incapacidad de desviarse y la fortaleza en el aguante es cualidad verdaderamente necesaria en el sendero probato­rio. Dije que ha de pasar por pruebas y experiencias y conviene comprender la razón de estas dificultades. El que entra en el sendero probatorio se propone efectuar en corto número de vidas lo que en centenares de ellas habrá de cumplir el hombre del mundo. Se parece al que anheloso de subir a la cima de una montaña, no sigue el largo camino que por su falda serpentea, sino que dice para si: "Vaya encaminarme derechamente por la falda a la cima y no perderé tiem­po en recorrer ese meandro larguísimo, aunque cómodo y suave, trilla­do por las miríadas de pies que lo hollaron. Iré por el atajo, por el sen­dero corto que conduce derechamente a la cima. A pesar de todas las dificultades escalaré la montaña. Subiré a la cumbre por muchos que sean los obstáculos. Si hay precipicios, los cruzaré; si peñascales, tre­paré por ellos. De un modo u otro venceré o soslayaré los impedimen­tos, pero estoy resuelto a escalar la cumbre." ¿Cuál será el resultado? Tropezará con millares de dificultades en su camino y lo que gane en tiempo debe compensado con el esfuerzo necesario para salvadas. El que entra en el sendero probatorio hace lo mismo que quien escoge el atajo para subir a la montaña, y acumula sobre sí todo su karma pretérito, que debe agotar antes de merecer la iniciación. Los Señores del Karma, los administradores de la ley kármica, las potentes Inteligencias que sobre nosotros actúan y cuya grandeza excede a nuestra comprensión y supera a cuanto nuestro raciocinio pueda conjeturar, los Registradores del Karma, que conservan las crónicas akásicas donde están anotados los pensamientos y acciones de los hombres, llevan, por decirlo así, una cuenta de cada individuo. Tienen ante sus omniscientes ojos el registro de la vida de cada ser humano y ha de saldarse o por lo menos aligerarse mucho la cuenta antes de que el hombre atraviese los portales de la iniciación. Y cuan­do entra en el sendero probatorio y en él pone los pies por deliberada voluntad, con sólo ello demanda de los Señores del Karma que entresaquen el debe de su cuenta y se lo presenten para el pago. ¿Es, por lo tanto, extraño que las dificultades ericen su sendero? El karma que se hubiera diluído en centenares de vidas, se ha de concentrar en unas cuantas, acaso en una, y en consecuencia es muy difícil hollar el sendero- Le sobrevienen al hombre disgustos y contrariedades de fami­lia, tropiezos en el negocio, tribulaciones de mente y enfermedades del cuerpo. Así es que, según antes dije, necesita mucha firmeza para proseguir en el sendero probatorio y no desalentarse ni retroceder. Parece que todo se revuelve contra él, y se figura que le ha abandona­do su Maestro. ¿Por qué, cuando se esfuerza en lo mejor, ha de caer sobre él lo peor? ¿Por qué, cuando su conducta aventaja en bondad a la que observó hasta entonces, le han de asaltar estas penas y dificul­tades? Parece injusto, duro y cruel que cuando más noblemente vive, se vea más duramente tratado por el destino que cuando observó peor conducta. Pero debe sobrellevar la prueba y no-consentir que el senti­miento de injusticia penetre en su interna vida. Debe decirse: "Yo lo quise. Desafié a mi karma. ¿Qué de extraño tiene que lo satisfaga?" Al menos cobra aliento al recordar que una vez pagada la deuda queda para siempre satisfecha y ya no puede volver a perturbarle. Cada deuda kármica que satisface, se borra definitivamente de la cuenta de su vida. Está saldada. Por lo tanto, si le sobrecoge la enfermedad, si le asaltan penas y congojas, piensa que es para su bien y exclama: "Esta tribulación quedará tras mí en el pasado y no ante mí en el porvenir" Por lo mismo, está gozoso en la tristeza, esperanzado en el desconsue­lo y alegre en la pena, porque el hombre interno bendice la Ley y le contenta la respuesta recibida a su demanda. Si no hubiese respuesta, significaría que su voz no ha llegado a oídos de los Maestros, que su ruego cayó en tierra, pues sus tribulaciones son la respuesta a su petición. Así en estas luchas, dificultades y esfuerzos adquiere el quinto atributo mental, el shraddha o fe, que mejor debemos llamar confian­za en su Maestro y en sí mismo. Posible es comprender cómo es la confianza el resultado de semejante lucha, porque al terminar brota la confianza a manera de flor que se abre bajo la influencia del sol y de la lluvia. Tiene ya confianza en su Maestro, pues ¿no le ha condu­cido por aquel espinoso sendero hasta llevarle al otro extremo en don­de se extiende ante sus pasos la entrada a la iniciación? Además, tiene confianza en sí mismo, no en su yo inferior a cuyas flaquezas se ha sobrepuesto, sino en su divino Yo cuya fortaleza reconoce. Compren­de entonces que todo hombre es divino y que en el transcurso de las vidas que le esperan, llegará a ser lo que hoy es su Maestro, en cuyo poder para enseñarle y guiarle, en cuya sabiduría para conducido e instruirle tiene plena confianza. Y aunque muy humilde y sin embargo fortísima, también tiene confianza en sí, pues sabe que es divino y a pesar de los esfuerzos que necesite hacer para desbaratar las dificul­tades todavía no vencidas, su fortaleza es la de Brahmán y le basta para triunfar de obstáculos y pruebas. El sexto atributo mental es samadhana, que significa ajuste, equiponderación y paz de la mente, el estable equilibrio resultante de la adquisición de las otras cinco propiedades. Logrado el samadhana se acaba de hollar el sendero probatorio y el candidato permanece firme ante el portal de la iniciación. Entonces adquiere sin ulterior esfuerzo la cuarta cualidad: Mumuksha. Es el anhelo de emancipación, el ansia de liberarse que, coronando los prolongados esfuerzos del candidato, lo convier­te en adhikari o sea apto para la iniciación. Se le puso a prueba y con­tra ella prevaleció. Tiene agudo discernimiento, su indiferencia hacia las cosas terrenas no es temporáneo disgusto ocasionado por pasaje­ros desengaños; su carácter mental y moral subió de nivel. Es apto y está dispuesto para la iniciación. Ya no se le pide más. Se halla pron­to a ver a su Maestro cara a cara, a entrar en la vida que por tanto tiempo anheló. Antes de pasar adelante, conviene advertir que cada cualidad del sendero probatorio es doblemente mental y moral, y sirve de prepa­ración para adquirir las del sendero superior. Son cualidades morales y mentales, que no deben confundirse con los siddhis o poderes resul­tantes de un anormal desarrollo psíquico. En modo alguno se le exigen estos poderes al que ha de recorrer el sendero probatorio. Cabe la posibilidad de que un hombre haya adquirido algún poder psíqui­co o siddhi, y sin embargo no esté capacitado para la iniciación. Ha de poseer cualidades morales que se le exigen con inquebrantable rigi­dez, porque así lo requiere la experiencia de los Maestros en su aleccionamiento de la humanidad, etapa por etapa, en el transcurso de millares de años. Saben muy bien que la aptitud para el verdadero discipulado consiste en el incremento de la mente y del carácter moral y no en el desarrollo de la naturaleza psíquica, que ya llegará cuando haya de llegar a su debido tiempo y en ocasión oportuna. Mas para ser discípulo aceptado es preciso estar mental y moralmente dispuesto a afrontar la mirada del Maestro, quien exige las cualidades expuestas, que el discípulo ha de poseer antes de recibir el segundo nacimiento que sólo el Maestro puede otorgar. Tengamos también presente que las requeridas cualidades entra­ñan conocimiento y devoción, a fin de que por el conocimiento pueda el hombre ver el sendero y por la devoción hollado. Así dice el Upanishad que no basta el conocimiento sin devoción ni la devoción sin conocimiento. Han de estar combinados uno y otra, porque son las dos alas que al discípulo remontan. Tratemos ahora del Sendero propiamente dicho. De cuando en cuando ha salido de labios de los Maestros alguna que otra declara­ción explícita acerca de las cuatro grandes iniciaciones que señalan las etapas del Sendero desde el punto en que el Maestro acepta al discípu­lo y lo coloca bajo su guía, instrucción y guarda. Sobre este particu­lar encontrarnos acá y allá varias insinuaciones comprobadas por la experiencia de quienes cruzan el portal y que está permitido divulgar, no para satisfacción de ociosa curiosidad, sino para aleccionar a quie­nes anhelen prepararse a dar este gran paso hacia adelante. Desde luego que ha de ser incompleto cuanto se diga sobre las iniciaciones, pues sólo fragmentarios informes de tan grandes misterios cabe proporcionar al mundo profanó, y por lo mismo, la declaración de cuanto es lícito decir suscita en el oyente muchas preguntas a las cua­les no fuera discreto responder, porque no se publican estas informa­ciones con objeto de que muevan a curiosas preguntas, sino para provecho de quienes ardientemente anhelen aprender y comprender, a fin de prepararse al cumplimiento de su labor. Así es que de cuando en cuando se dan estas insinuaciones y parciales informes que bastan para servir de guía, aunque no para satisfacer la ociosa y profana curiosidad de las gentes. La historia nos presenta dos insignes Maestros que más que otro alguno nos ha dado informes acerca de este asunto. Fueron Instruc­tores de dos religiones mundiales, aunque este adjetivo no debe to­marse en significado de extensión, sino en el de intensidad, por entrañar dichas religiones las almas mejor dispuestas a recibir la iniciación. Uno de los dos insignes Maestros fue el Señor Buddha, fundador del budismo, y el otro Shri Shankaracharya, quien hizo por el hinduismo lo que podemos decir que hizo el Buddha por los países donde purifi­có la exotérica fe. En cuanto al Sendero, las enseñanzas de ambos instructores son idénticas, cual deben serio la de todos los grandes iniciados, pues todos trazan las mismas etapas y las señalan por medio de definidas iniciaciones que separan cada etapa de la que le precede y de la que la sigue. Las enseñanzas de los iniciados son esencialmente idénticas y úni­camente difiere la terminología empleada para adaptarlas a las respecti­vas religiones. Aquí vemos por qué han de aprender los hombres a buscar la verdad bajo diversas formas y apariencias, pues de lo contrario disputarán sobre las formas en vez de descubrir la identidad subyacen­te en los marbetes externos, que no son más que nombres. En el Sendero hay cuatro etapas, señaladas por su respectiva iniciación. Con esta palabra se expresa el explaye de la conciencia determinado por la peculiar mediación del Maestro que actúa en nombre del único y Supremo Iniciador de la humanidad y en cuyo nombre ¡confiere el Maestro el segundo nacimiento del discípulo. Dicho explaye de la conciencia es la nota característica de la iniciación, porque le da al discípulo "la clave del conocimiento", esto es, que despliega ante los ojos del iniciado nuevos horizontes de conocimiento y poder y pone en su mano la llave de las puertas de la naturaleza, a fin de que sea capaz de prestar más eficaz auxilio al mundo, que tenga mayor aptitud para el servicio y merezca incorpo­rarse a la pequeña hueste de hombres que renunciando al yo infe­rior se han consagrado al servicio de la humanidad, idéntico al servi­cio del Maestro, sin apetecer otra cosa, porque rehúsan cuanto el mundo pueda ofrecerles y quieren servir perpetuamente de instru­mentos de acción a los Maestros y ser los canales por donde Su ayuda y gracia se derramen sobre el mundo. Entre una y otra de las cuatro iniciaciones se han de operar en el hombre interno ciertos cambios muy diferentes de los que hasta ahora hemos considerado. Ha de hacer perfectamente cuanto haga y cumplir del todo sus tareas y quebrantar definitivamente sus cadenas. Ya no se le consienten labores chapuceras, y no podrá seguir adelante hasta que haya realizado acabadamente la obra peculiar de la etapa en que se halle. Vemos, pues, que sólo a él se le exige esta rigurosa exactitud en sus obras, de modo que no pase adelante hasta cumplir perfecta­mente la tarea asignada. No se permite en este Sendero nada hecho a medidas ni chapuceramente, y por mucho que tarde en acabar su labor, ha de acabarla en definitiva antes de proseguir. A esta actuación se la ha llamado "el quebrantamiento de los grilletes", o sea de todo cuanto aún sujeta al alma. En el término del Sendero alcanzará el estado de jivanmukti, cuya vida es en absoluto libre, y por lo tanto, para alcanzarlo, ha de ir quebrantando el discípulo todos los grille­tes de modo que nada pueda aherrojar al hombre viviente. La primera iniciación convierte al discípulo en parivrajaka, según la terminología de Sankara, o en srotapatti, según la de Buddha. Esta palabra srotapatti es del idioma pali y significa "el que ha entrado en la corriente", es decir, que se ha separado del mundo y ya no per­tenece a él, aunque en él viva, porque no tiene lugar en él ni nada que pueda retenerlo. Exactamente el mismo concepto expresa la palabra parivrajaka, que significa errante y sin hogar; pero no ha de entenderse por ello un vagabundo sin casa ni albergue en el sentido vulgar, sino en el de que el parivrajaka vive internamente separado del mundo y no tiene en él morada fija, porque tanto le importa un sitio como otro, y va a donde el Maestro le manda. No le atrae lugar determinado, pues ha quebrantado las ligaduras de nacionalidad y por esto se le llama el "errante". Bien sé que hoy día se toma esta etapa en sentido completamente exotérico; pero yo la considero en el significado esotérico que siempre le dieron los Maestros. Desgraciadamente han cambiado mucho las cosas desde los tiempos antiguos, y lo que antes era realidad de conducta se contrae hoya meras palabras y apariencias. Pero deseo dar a conocer las cuatro etapas del Sendero, tal como las explica el hinduismo y según algunos creen que las reveló originariamente el Señor Buddha, cuando no hizo más que restaurar las enseñanzas del antiguo y áspero Sendero que todos los iniciados de la única Logia Blanca hollaron, huellan u hollarán. Consideremos primeramente la realidad del caso. El que entra en la corriente y se ha separado en absoluto del mundo, ya sólo espera de él ocasiones de servirle. Únicamente anhela hacer en el mundo lo que su Maestro le mande. Esta es la característica de la primera gran iniciación, la señal del hombre renacido. Por lo general, el renacimiento se efectúa fuera del cuerpo físico, aunque en conciencia vigilica, es decir, que casi siempre la primera iniciación consiste en despertar la conciencia activa del hombre en su cuerpo astral, mientras el cuerpo físico queda en éxta­sis, aunque a veces recibe el discípulo la iniciación sin que durante algún tiempo tenga despierta conciencia de haberla recibido; sin embargo, ni en uno ni en otro caso puede deshacerse lo hecho. El hombre ya no será nunca lo que antes fue. Un recién nacido estará durante algún tiempo inconsciente del mundo que le rodea; pero no puede restituirse al claus­tro materno como si no hubiese nacido. Así tampoco puede el iniciado renacido ser como era antes de renacer y actuar en la vida del mundo co­mo quienes no han todavía renacido. Podrá rezagarse en el cami­no, retardar su progreso, costarle mucho tiempo de ruptura de los grillos que aún lo sujetan; pero no puede volver a ser un ininicia­do ni se le caerá la llave de las manos. Ha entrado en la corriente, se ha desligado del mundo y ha de seguir adelante por muchas vidas que necesite para adelantar. Se ha discutido el número de vidas intermedias entre la primera iniciación y el logro del final estado de jivanmukti. Recuerdo que Swami T. Subba Row, al examinar la generalizada opinión de que han de sucederse siete vidas en el Sendero, observó muy acertadamente que "lo mismo podían ser siete vidas que setenta, o también siete días o siete horas". En efecto, la vida del alma no se cuenta por años de almanaque, sino que depende de su energía, fortaleza y voluntad para vencer. Un hombre puede desperdiciar el tiempo o emplearlo provechosamente y de ello dependerá su progreso. Pero durante la etapa que comienza en la primera gran inicia­ción y termina en la segunda, debe desprenderse de tres cosas antes de pasar por el segundo portal. Lo primero es la ilusión del yo perso­nal. Ha de destruir la personalidad. No basta ya dominada, empeque­ñecerla y refrenada, sino que es preciso destruirla y matada para siem­pre. Se ha de desvanecer la ilusión del separado yo personal. El discí­pulo ha de reconocer su unidad con todos los demás seres, porque uno es el Yo de todos. Debe convencerse de que cuanto le rodea, hombres, animales, plantas, minerales y elementales formas de vida constituyen una unidad. Ha de desechar la ilusión de la personalidad. El explaye de su conciencia le ayudará a desechar la ilusión. El reco­nocimiento del verdadero Yo le permitirá desechar el falso. La vista de lo real desvanecerá lo ilusorio, y así matará la ilusión del yo perso­nal, porque están abiertos sus ojos y penetran a través del velo de ilusión. De esta suerte se libra de la ligadura llamada "ilusión del yo". El segundo, obstáculo que le impide adelantar es la duda, y ha de desprenderse de ella por medio del conocimiento. Ya no han de ser para él tema de especulación las cosas del mundo invisible ni contraer­se a puras ideas filosóficas las grandes verdades religiosas, sino que han de ser hechos positivos. No ha de preguntarse ya cómo y porqué es tal o cual cosa. Hay ciertas verdades fundamentales sobre las que no ha de caberle la más ligera duda. Antes de dar otro paso ade­lante, debe estar absolutamente convencido sin reparo posible de las capitales verdades de la reencarnación y del karma, así como de la existencia de los hombres divinos, de los jivanmuktas o Maestros de la hu­manidad. Sobre estos puntos no ha de quedarle la más leve sombra de duda, es decir, que no se ha de limitar a conocerlos teóricamente, sino en práctica realidad, de suerte que ningún reparo pueda obscurecer su mente. El único modo de logrado es que el conocimiento substituya a la especulación y que el absoluto contacto con la realidad imposibi­lite los engaños dimanantes de las ilusiones del mundo exterior. La tercera y última ligadura que ha de quebrantar en esta prime­ra etapa del Sendero es la superstición. Si advertimos bien lo que la superstición significa, comprenderemos por qué Shankara y el Buddha dieron los nombres que ya dijimos a esta etapa del discipulado. Superstición significa técnicamente la confianza en externos ritos y ceremonias para obtener auxilio espiritual. En cuanto a su externa naturaleza se refiere, el discípulo reconoce la verdad bajo la forma, y por lo tanto, la forma sólo vale para adaptada a este mundo de igno­rancia e ilusión. Así es que el discípulo ha de sobreponerse a las formas y ceremonias exotéricas. A los que en la India llaman Sannyasis se les supone haber trans­cendido la superstición porque conocen la realidad de las cosas y no necesitan subir por los peldaños de la escalera por donde suben la generalidad de los hombres. Los peldaños son necesario en un princi­pio, pues para subir al piso de una casa es precisa la escalera, a menos que quien haya de subir tenga tal conocimiento y de tal modo domine las leyes de la naturaleza, que sea capaz de invertir la polaridad de su cuerpo y elevarse por levitación en virtud de la fuerza de su voluntad, en vez de ir subiendo peldaño tras peldaño. A un hombre así no le hace falta escalera porque puede elevarse por su propia energía y llegar al piso alto de la casa sin el lento método de la escalación. Pero de esto no se infiere que la escalera sea inútil, pues la necesitarán quienes no puedan subir por sí mismos; y hay muchos hoy día que, incapaces de propia elevación, repugnan valerse de la escalera, olvidando que mientras la voluntad no esté del todo desarrollada, las formas inferio­res son necesarias para el ascenso del hombre. Esto me mueve a decir algo sobre "el verdadero sannyasi".Hace cinco mil años había ya perdido esta palabra su genuino significado. En los comienzos de la edad kali, vemos que Shri Krishna distingue entre el sannyasi aparente y el real. Recordad que el tratar de este asunto dice: "El que cumple la acción como un deber, independiente­mente del fruto de la acción es sannyasi, es yogui, porque carece de fuego y nada hace". La frase "carece de fuego" significa que no enciende el fuego del sacrificio ni practica ritos ni ceremonias, pues no se le exigen al sannyasi. Pero añade Shri Krishna que no es verdadero sannyasi quien sólo prescinde de ritos y ceremonias y se abstiene de actuar en el mundo de los hombres. Si esto era verdad hace cinco mil años, mucho más lo es, desgraciadamente, ahora. Si era cierto cuando el gran Avatara recorría las llanuras de la India, mayormente lo es al cabo de cinco mil años de tinieblas. Al observar los países orientales y especialmente la India con sus innumerables sannyasis vemos que algunos lo son por el traje y no por interna renunciación. Si de la India pasamos a Ceilán, Birmania, China y Japón, veremos allí monjes budistas que lo son por su habito amarillo y no por la nobleza de su conducta; en aspecto externo y no en verdad interna. Pero si bien es cierto que más sinceramente se practica la religión en la India que en otros países, y por tradición religiosa es su suelo más sagrado y su ambiente más espiritual que los de otras tierras; aunque hay en la India lugares tan santificados por los ascetas, que aún al visitante profano le sosiegan la mente y despiertan en su alma espirituales aspiraciones; aunque todo esto, por ser cierto, hace amable y sagrada para siempre a la India, sus hijos, ¡ay! no son dignos de ello, porque han decaído en todos conceptos. Observando el mundo profano no vemos punto alguno en donde predomine la vida espiritual ni nación que reconozca su supremacía. Se estremece el ánimo de quien conoce las posibilidades y ve las actua­ciones; que conoce lo que puede ser y ve lo que es; que conoce la verdad y ¡ay! ve las simulaciones de la verdad. Pero a pesar de todo, el ánimo del discípulo no desfallece, porque eternamente viven los Maes­tros y todavía siguen los discípulos sirviendo al mundo de los hom­bres. Sin embargo, el discipulado no tiene ahora el habito por distinti­vo, sino su vida interna; no el traje que se desgasta, sino el conocimiento, la pureza y la devoción que le abren las puertas de la iniciación. Consideremos la segunda etapa del Sendero durante la cual es el discípulo un kutichaka, según la terminología de Shankara, o un sakridagamin, según la del Buddha, con que se designa al hombre nacido una vez más. En esta segunda etapa no hay que romper determinadas ataduras, sino adquirir ciertas cualidades, y ahora llega la oportuna ocasión de educir los siddhis o poderes, porque el discípulo ha de ser capaz durante esta etapa de muy amplio servicio y efectuar la obra de su Maestro, no sólo en el mundo físico, sino en los astral y mental. Por lo tanto, necesita, no sólo hablar con los labios, sino de mente a mente con deliberado y consciente propósito. Ya veremos mas adelante qué posibilidades se le ofrecen de servir al mundo físico; y si estas posibilidades se actualizaran cumplidamen­te, cambiarían con ventaja el rumbo de las cosas y aún de la vida física del hombre. Más para que el discípulo realice esta parte de la obra y se disponga a ejecutar la todavía más alta que le aguarda cuando posea pleno conocimiento y la naturaleza no tenga velo alguno con que ven­darle los ojos, debe ir educiendo una tras otra sus internas facultades. Si antes no lo hizo, es necesario que en esta etapa alumbre el fuego interior y funcione el kundalini en los cuerpos físico y astral del hombre viviente. Algunas obras, como el Ananda Lahiri, de Shri Shankara, tratan del encendimiento del fuego vivo y de su transporte de chakram a chakram. Según se va encendiendo este fuego vivo, confiere al hombre el poder de dejar a voluntad su cuerpo físico, porque al pasar de uno a otro chakram desprende el cuerpo físico de los demás del hombre. Entonces, sin interrupción de la conciencia, sin solución de continui­dad ni vacío alguno que separe un mundo de otro, el hombre es capaz de actuar conscientemente en los astral y mental y traer consigo, al restituirse al cuerpo físico, el conocimiento de la obra efectuada en los dos mundos superiores. Estos poderes o facultades se desenvuelven durante la segunda etapa del sendero, si ya no se edujeron antes, y mientras no los ejerza en toda su plenitud y con absoluto dominio, sin valla alguna entre el mundo visible y los invisibles, no podrá seguir adelante en el Sendero. Cuando el desarrollo de los internos sentidos y facultades, la adquisición de los siddhis, derribe las vallas, estará el discípulo dispuesto a entrar en la tercera etapa del Sendero. Fácilmente se comprende lo muy expuestos a engaño que están quienes sin la debida aptitud intentan por medios artificiosos llegar a esta tercera etapa sin poseer la necesaria espiritualidad y mucho antes del tiempo en que la alcanzarían por ordenada evolución. Hay algunos libros, especialmente los de texto extractado de los Tantras, que leen ávidamente los ansiosos de poseer facultades psí­quicas, sin cuidar de su mental y moral capacidad para usarlas recta­mente. En algunos Tantras hay muchas verdades para provecho de quie­nes acierten a descubrirlas, pero su expresión literal es, por lo incom­pleta, ocasionada a peligrosos extravíos si no se conoce la realidad de los hechos o no hay Maestro que enseñe a levantar velos y salvar abismos. Así es que las gentes cuya ignorancia y ambición las llevan a estas prácticas con deseo de violentar su desenvolvimiento psíquico antes de que el mental y moral los capacite para ello, obtienen resultados a menudo perjudiciales que minan su salud, desequilibran su mente y apagan sus facultades intelectuales, porque intentan cosechar antes de la madurez el fruto del árbol de la vida y con sus impuras manos y sus contaminados sentidos quieren entrar en el Santo de los Santos, en el lugar santísimo donde el ambiente es de tal índole, que nada impuro puede subsistir en él, y sus vibraciones tan intensas, que en añicos quiebran cuanto con ellas no se pone en diapasón. todo cuanto por impureza no es capaz de armonizarse con aquella sutil y tremen­da vibración. Sin embargo, cuando aleccionado por el Maestro, pues no hay otro medio, el discípulo acaba de recorrer esta tercera etapa, recibe el discípulo la tercera gran iniciación que lo convierte en hamsa, según la terminología de Shankara, o en anagamin, según la budista. Es el hombre que ya no vuelve a nacer, excepto por su propia y libre volun­tad.  En esta etapa, según denota el nombre de hamsa, el hombre percibe la unidad y conoce que es uno con el Supremo. Su conciencia se remonta a la región del universo en que se percibe la identidad y se experimenta la certeza del "Yo soy Aquel". El perfeccionamiento de sus sentidos psíquicos en correspondencia con los físicos, no sólo le capacita para elevarse a la región en donde se percata de la unidad de conciencia, sino que también puede transmitir al cuerpo físico, en horas de vigilia, la memoria de dicha conciencia. Digamos ahora que si en esta etapa queda todavía alguna hilacha de terrenales deseos, ha de eliminada de sí por completo. A estos residuos se les llama kamaraga, 'y aunque son muy leves deseos, se desvanecen en esta etapa, porque pierden toda su deceptiva eficacia cuando el hombre advierte la unidad de todas las cosas en apariencia separadas. Se ha elevado muy por encima de las limitaciones de sepa­ratividad, y en consecuencia no sólo transciende los deseos terrenales, sino también los más sutilmente refinados deseos espirituales que entrañen algo para el separado Yo. Aún los mismos deseos espiritua­les se desvanecen en quien alcanza tan excelsas cumbres, porque como no puede separarse mentalmente de los demás seres, tampoco puede tener separados deseos espirituales, sino como parte del conjunto de todos los seres. Todo lo que gana lo gana para todos; todo cuanto logra, para todos lo logra. Permanece en una región del universo de donde fluye la energía y sobre el mundo de los hombres derrama cuanta adquiere y con todos la comparte. Así cada hombre que alcan­za este estado es un estímulo de mejora para el mundo. Todo cuanto consigue es para la humanidad y todo lo que en sus manos recibe lo transfiere desde luego al mundo de los hombres. Es uno con Brahmán y por lo tanto uno con todas sus manifestaciones; Y lo es en su conciencia y no en anhelosa esperanza. Otra ligadura que ha de desatar en esta etapa se designa con la palabra pali patigha, cuyo significado no tiene exacta traducción en lenguas occidentales, aunque la más cercana sería la de animosidad. Porque patigha significa que cuando el hombre se siente en Unidad con todos los seres y todas las cosas, no puede ya distinguir entre razas ni naciones ni familias ni entre los objetos diferenciados en el mundo, y por lo tanto no tendrá aminosidad contra nadie, ni amor ni odio, en el concepto mundano, por causa de externas distinciones. Ya no puede amar ni odiar a una persona por razón de la raza a que perte­nece. Ya no puede amar ni odiar movido por las distinciones entre los hombres y las circunstancias que los rodean. Recordaréis la chocante frase de Shri Krishna, cuando dice que el sabio no distingue entre el iluminado brahmana y un perro, porque el sabio ha alcanzado la unidad y ve a Brahmán en todas las cosas. También equivale esto a decir que el sabio ve a Shri Krishna por doquiera, y el externo aspecto del Señor no entraña diferencia para su purificada visión; y así carece en absoluto de animosidad, odio o repulsión. Nada le repugna ni nada le repele. Es amor y compasión para todos los seres y todas las cosas. A su alrededor extiende un círculo de afecto que todo lo abarca. Todos cuantos a él se acercan, reciben la influencia de su divina compasión. Por esto en tiempos en que los brahmanas eran realmente lo que su nombre significa, se decía de ellos que eran "amigos de todas las cosas y de todas las criaturas". Su corazón estaba unido con Dios y era lo bastante amplio para conte­ner cuanto Dios creó. Desvanecida para siempre la separatividad, pasa el discípulo a la final etapa del sendero, a cuyo término será un paramahamsa, según Shankara o un arhat, según el Buddha. También aquí hay que deplo­rar la terrible degradación moderna de los nombres sagrados, pues los de este elevadísimo estado espiritual han solido emplearse sin mira­miento alguno y por mera lisonja para las externas apariencias, en vez de reservados para la viviente realidad. El verdadero significado del nombre arhat es que el hombre ha recibido la cuarta gran iniciación, se halla en la etapa precedente a la de jivanmukta, y es capaz de actuar con plena conciencia en el plano búdico o sea en la región de turiya. No necesita dejar el cuerpo físico para actuar conscientemente en dicho plano, pues su conciencia se ha explayado hasta el punto de abarcar al propio tiempo el cerebro físico. Esta ubicuidad es una de las más características señales de haber recibido la cuarta iniciación. Ya no necesita quedar físicamen­te inconsciente para remontarse a la región superior de la conciencia, y mientras habla y conversa y vive en el mundo de los hombres, su dilatada conciencia actúa también con pleno conocimiento y voluntad en el plano búdico. En esta cuarta etapa rompe las cinco últimas ataduras que le es preciso romper para convertirse en jivanmukta. La primera se llama ruparaga y es el deseo de "vida con forma". No debe moverle tal deseo. Después ha de abandonar el aruparaga o deseo de "vida sin forma". Tampoco le ha de subyugar este deseo. Seguidamente ha de librarse de mana o sea el engreimiento. Ni por un instante de vana­gloriarse de la magnitud de su triunfo, de la esplendente altura a que se ha elevado, pues para él ya no hay cimas ni simas, ni enhiestas altu­ras ni profundos valles. Todo lo percibe en unidad de conjunto. Desecha hasta la eventualidad de que le conturbe nada de cuanto pueda acontecer. Suceda lo que quiera, permanecerá inquebrantable. Aunque se hundieran las esferas quedaría inconmovible. Nada de cuanto pueda ocurrir en el mundo manifestado logrará perturbar la sublime sereni­dad con que ha logrado percibir el Yo en todas las cosas. No le impor­tan las catástrofes, porque sabe que sólo perecen las formas. No le importa que el mundo se desquicie, porque sólo se muda la manifesta­ción. Vive en el único Yo, en Aquél, en el eterno, inmortal e inmuta­ble, y nada puede alterar su serenidad ni distraer su perfecta paz. Después se desliga de la última atadura, de avidya, la forjadora de ilusiones, la postrera y tenue venda que impide la perfecta intuición y la perfecta libertad. Aunque ya no necesita renacer, puede reencarnar, si tal es su voluntad, y su conocimiento abarca todo lo perteneciente a nuestra cadena planetaria. Sabe ya cuanto esta manifestación puede enseñar; no ha dejado de aprender lección alguna ni hay para él escon­didos secretos, ni rincón que su vista no pueda escudriñar, ni posibili­dad que escape a su acción. Al término de esta etapa sabe ya todas las lecciones Y posee todas las facultades. Es omnisciente y omnipotente en los límites de esta cadena planetaria. Terminó su evolución humana. Ha dado el último paso que dará la humanidad cuando se cumpla el gran manvantara y termine la obra de este universo. Nada se le oculta ni nada hay que no esté en su interior. Su conciencia se ha explayado hasta el punto de abarcado todo en sí. Puede entrar, si tal escoge, en el nirvana, donde hay unidad y plenitud de conciencia y vida. Llegó a la meta de la humanidad. Únicamente tiene ante sí el último portal, que se abrirá al ruido de sus pasos. Una vez atravesado este último portal, se convierte en jivanmukta según la terminología induísta, o en asekha adepto, esto es, el que nada más ha de apren­der, según la nomenclatura budista. Todo lo conoce y todo lo ha efectuado. Ante él se abren diversos senderos, entre los cuales tiene opción a escoger, y se extienden numerosas posibilidades que a su albedrío puede utilizar. Más allá de nuestra cadena planetaria, en regiones allende nuestra más profunda comprensión, se abren para el jivanmukta senderos que puede elegir. Uno de ellos, el más dificultoso y áspero de todos, aunque también el más rápido, es el de la Gran Renunciación. Si deliberadamente lo elige mirando al mundo de los hombres, el jivanmukta ya no lo deja ni de él se aparta y toma una y otra vez un cuerpo para enseñanza y auxilio del hombre. Nos habla Shí Shankara de quienes sirven y actúan hasta que esté acabada la obra. Su peculiar tarea ya terminó; pero se han identificado con la humanidad y hasta que acabe de evolucionar la humanidad no se apartarán de las militantes filas de los hombres. Son libres y se ligan voluntariamente. Están liberados, pero no quieren gozar de su liberación, hasta que liberada esté toda la raza humana. Son los excelsos Maestros de Compasión, que viven en cercanía de los hombres, a fin de que la humanidad no quede huérfana y los anhelo­sos de aprender encuentren quien los aleccione. Algunos de nosotros sentimos por Ellos intensa gratitud, porque viven en la conciencia nirvánica y permanecen dentro de la esfera de la tierra, para enlazar los mundos superiores con el de los hombres todavía no libertados, que con aprisionada vida gimen en la cárcel de su cuerpo. Todos cuantos alcanzaron el nivel asekha son igualmente glorio­sos y divinos; pero sin irreverencia cabe decir que los más queridos de la humanidad, los más íntimamente ligados al corazón de los hombres con los lazos de apasionada gratitud, por su renunciación, son Aquellos que, pudiendo haberse separado de nosotros, permanecen con nosotros; que pudiendo habernos dejado huérfanos, quisie­ron ser Padres de los hombres. Tales son los insignes Maestros a cuyos pies nos postramos; tales son los Maestros que celan la Sociedad Teosófica. Enviaron a su mensajero H. P. Blavatsky, a que llevase al mundo un mensaje, que el mundo casi había olvidado, y señaló de nuevo el angosto y antiguo Sendero que algunos están hollando ahora y que todos podéis hollar.

EL PROGRESO FUTURO DE LA HUMANIDAD

FUTUROS METODOS ClENTÍFICOS
EL VENIDERO DESENVOLVIMIENTO DEL HOMBRE

Hasta ahora hemos indicado el progreso del individuo, demostran­do cómo el hombre atento a su porvenir puede alzarse paso a paso desde la vida del mundo a la del discípulo, y cómo le es posible anti­ciparse al progreso de la humanidad efectuando en unos cuantos años lo que la raza cumplirá en indecibles milenios. Pero ahora vamos a trazar el progreso de la humanidad en el transcurso de los siglos, exponiendo brevemente las grandes etapas del progreso humano, considerada la humanidad en conjunto. Así es que echaremos una rápida ojeada sobre la evolución, para ver no sólo el pasado desde donde llegamos al presente, sino el porvenir que colec­tivamente nos aguarda. Me propongo tratar del progreso de las naciones y del desenvol­vimiento de la humanidad a que ahora pertenecemos. Más para dar esta ojeada a vista de pájaro, casi me atrevería a deciros que subáis conmigo al vehículo de Vishnú, la potente ave Garuda, y atravesando la atmósfera de innumerables edades, posemos la vista en los panora­mas que encontremos en nuestro vuelo. Me parece que todos quedare­mos sin aliento después del viaje. Sin embargo, en cierto modo me será a mí más fácil que a voso­tros, porque a causa de haber pensado muy a menudo en este asunto me es ya familiar, mientras que a muchos de vosotros les parecerá algo extraño el terreno, y nuevo en sus pormenores el concepto teosófico de la evolución. Pero forzoso es pasar rápidamente de uno a otro punto sin dilucidarlos, y así tal vez os evite, por la rapidez de la expo­sición, muchas dificultades que suscitaría la completa y pormenori­zada explicación del conjunto. Con todo, permitidme deciros que acaso me equivoque en algu­nos pormenores y puntos subalternos de esta vasta descripción; pero es fiel el bosquejo del conjunto, porque no lo trazo yo, sino que viene trazado de otra parte, y aunque la insuficiencia de quien os lo mues­tra pueda ocasionar algún error en los detalles, tened absoluta confian­za en la fundamental exactitud del diseño. A la vista de los Grandes Seres que fueron sus primitivos instruc­tores, gobernantes y guías, el hombre no es tal como hoy aparece, pues no ha llegado a ser lo que debe ser y será algún día. No quiero decir con esto que colectivamente haya sido insatisfactorio su progre­so. Por el contrario, el punto a que la humanidad ha llegado en su evolución, rodeada de dificultades y sufrimientos. es bastante satisfac­torio si lo miramos desde un elevado punto de vista, considerando el tiempo, corto según los cómputos divinos, aunque largo según los años terrenos, que tiene tras sí en su evolución. Seguramente que el hombre actual no es tal como lo conciben quienes proyectaron su peregrinación ni según lo ven en su mente los que le impelieron a la evolución. Recorrió la humanidad el arco des­cendente, ha transpuesto el ínfimo punto de conversión y se extien­de ante sus pasos una empinada cuesta a cuyo término la perfecta y gloriosa humanidad, muy distinta de la de hoy, será tal como la concibió el divino pensamiento. Necesario es tener en cuenta que el universo comprende siete grandes y distintas regiones o planos. surgidos de la mente divina de dentro afuera o de arriba abajo, según la frase que prefiráis. Cada plano está constituido por distintas modalidades de la única esencia, el paramatma de que todos proceden. Al en fundirse el divino pensa­miento y tomar forma por la divina voluntad en el manifestado uni­verso, se fue constituyendo cada plano caracterizado por la diferente densidad de su materia constituyente y el número de envolturas en que estaba velada la primaria energía. Así es que en términos generales podemos concebir el universo como un grandioso sistema solar en que el sol representa al Lagos que lo formó, y cada orbe representa un plano del universo. Los planos interiores serían los de materia más sutil y de energía menos aprisionada; los exteriores serían los de materia más densa y energía más aprisionada por la densidad de la materia que la envuelve. Además, conviene advertir que cada una de estas regiones o pla­nos tiene sus habitantes y que la evolución va primero del centro a la circunferencia y después regresa de la circunferencia al centro. Cuando el Gran Aliento espira y la materia aparece en existencia cada vez más densificada, llega un punto en que la materia alcanza el máximo de densidad y la energía el máximo de flaqueza. En este punto la forma tiene su mayor rigidez y la vida su mayor ocultación, por lo que será un proceso en que la materia se vaya densificando y la forma aumente en rigidez mientras que la vida estará cada vez más velada en esta manifestación. Por otra parte, cuando el Gran Aliento inspira, retrayendo hacia el centro su creadora actividad, la materia se va sutilizando y la vida está menos velada, hasta que finalmente el Gran Aliento cosecha del manifestado universo todas las experiencias adquiridas en los mundos. La humanidad, objeto y resultado de este proceso evolutivo, será divina y estará dispuesta a superiores etapas de adelanto. Observando el curso de la evolución, echamos de ver que los habi­tantes de los planos propenden a individualizarse a medida que pasan a formas de más densa materia. Así es que si miramos hacia atrás de nosotros, advertimos que la llamada esencia elemental va tomando poco a poco formas cada vez más definidas, porque involuciona por el arco descendente y en consecuencia propende a separarse en formas materiales. Es el proceso del descenso a la materia, mientras que la humanidad evoluciona ahora por el arco ascendente y propende a tomar formas cada vez más sutiles en aspiración a la unidad y a la vida sin velos. Esta ligera explicación os dará idea del universo en conjunto, y comprenderéis que en los planos menos densos que el físico, no sólo está evolucionando y ascendiendo la humanidad, sino que también está involucionando y descendiendo la esencia elemental. El mundo mineral es el punto de conversión, porque en él llega la materia al máximo grado de densidad. En el transcurso de la evolución ascenden­te, los reinos mineral y vegetal del mundo físico ocupan el plano físico y su conciencia no pasa más allá; pero al proseguir la evolución, el reino animal da un paso adelante y ha de vivir en los planos físico y astral. El hombre está destinado por el pensamiento del Lagos a ocupar y adueñarse, durante la actual evolución, de cinco de los siete planos del universo, que son el físico, el astral, el mental, el búdico y el nirvánico. El plano mental incluye el svarga del hinduista y el deva­chán del teósofo; pero también podemos designar más ventajosamente el estado de conciencia mental con el nombre de sushupti, que ahora sólo conocen en la tierra los hombres de mucha experiencia y desarro­llo, aunque en el transcurso de la evolución llegará a él la mayoría de la raza humana. Al plano búdico se le llama también el plano de turiya, y al nirvánico, turiya-tita. Con esto tenemos cinco distintas regiones o planos del universo que la humanidad está destinada a ocupar en el transcurso de la evolu­ción, en los cuales ha de ir desenvolviendo su conciencia para acabar con éxito feliz su peregrinación. El individuo puede recorrer estas etapas más rápidamente por medio del yoga; pero la colectiva humani­dad sólo podrá terminar su evolución en el transcurso de las edades. La mayoría de los hombres, no todos, habrán desplegado su concien­cia en los cinco planos y actuarán en ellos antes de que finalice el actual manvantara. El hombre poseerá entonces vehículos a propósito para actuar conscientemente en cada plano. Y al observar al hombre de hoy día, vemos en él la posibilidad de explayar dicha quíntuple vida con los cinco vehículos que le capaciten para habitar en los cinco planos y enseñorearse, cual es su destino, de este manifestado universo. Más allá de los cinco planos referidos, se dilatan otros dos, a donde no llegará la mayoría de la humanidad, por lo menos en la actual evolución. Dichos dos planos son para nosotros meros nombres sin definido significado, pues transcienden a cuanto nos cabe imagi­nar. Se les llama paranirvánico o anupadákico y mahaparanirvánico o ádico, sin que ni soñar podamos lo que sean ambos estados de con­ciencia. He ahí, pues, los siete planos del universo. La mayoría de la humanidad ha de ocupar y adueñarse de cinco de ellos, y algunos de sus más insignes hijos llegarán a los dos planos superiores pero la masa general de la raza humana terminará su evolución en el quíntuple universo. Esto os dará, tal vez, una insinuación acerca de la controversia suscitada respecto a los números "cinco" y "siete" en la naturaleza. Muchas discusiones ha habido sobre esto, especialmente entre los teóso­fos y algunos de nuestros hermanos brahmanas, quienes defienden la división quíntuple, mientras que los teósofos insisten en la séptuple. Seguramente que la división total es séptuple, y diversos pasajes de los Upanishadas nos hablan de la división del séptuple fuego; pero la actual evolución es de índole quíntuple, simbolizada en los cinco pranas, tan frecuentemente citados en la literatura hinduista. Digo esto de paso, porque muchas discusiones se evitarían si las gentes se comprendieran mutuamente mucho mejor de lo que hoy se comprenden, pues si en vez de contender sobre meras apariencias mirasen debajo de la superficie, encontrarían casi siempre el punto de coincidencia. Repito que me falta tiempo para detenerme en esta cuestión; pero en lo dicho está la clave del enigma relativo al cinco y al siete. La humanidad en conjunto desarrolla cinco vehículos para a quíntuple evolución, mientras que la flor de la humanidad alcanzará los dos planos allende los cinco. Estudiando la evolución humana, vemos que las razas primera y segunda se ocupan en la evolución de la forma física y de la naturaleza inferior o animálica, es decir, que desarrollan el cuerpo físico con su doble etéreo y la naturaleza kámica o pasional que hallamos en los animales y también en el hombre. La tercera raza de la humanidad recibió especial ayuda al llegar al promedio de su evolución. Desde Juego que el linaje humano hubie­ra podido progresar sin esta ayuda en el transcurso de las edades; pero la recibida ayuda apresuró enormemente la evolución, de modo que fue. mucho más rápido su progreso. Los grandes Kumaras, que también se llaman Manasaputras o Hijos de la Mente, las primicias de una pretérita evolución, descendieron a la humanidad terrestre a fin de que pudiera apresurar su' desenvolvimiento, y emanando una chispa de su peculiar esencia, despertaron el manas o alma individual en el hombre. Esta especial ayuda tuvo por consecuencia un grande aceleramiento de la evolución humana. Entonces quedó formado el cuerpo causal (karana sharira) o cuerpo del manas superior, el último de los que posee el reencarnado espíritu, y que perdura de una a otra vida entrojando los resultados de cada una de ellas para transferirlos a la siguiente. Por esto se le llama cuerpo causal, porque en él radican las causas que se resuelven en efectos en el plano físico de la vida terrena. Desde la formación del cuerpo causal dispuso la humanidad de un vehículo, de un receptáculo y depósito donde acopiar las experiencias y conocimientos adquiridos en el mundo físico durante la vida terrena, cuando el ego con su cuerpo causal se proyecta o refleja en los cuerpos inferiores. Al morir el cuerpo físico, el hombre debe asimilar­se las cosechadas experiencias y vive entonces sucesivamente en los planos astral y mental, donde infunde en su ser las experiencias y efec­tos resultantes de la vida terrena. Cada vida física le produce ciertos resultados que se transmutan en potencias y facultades. Si, por ejem­plo, durante la vida terrena frecuentó el hombre el ejercicio de su mente, esforzándose en aprender y comprender y acumular conoci­mientos, resultará que en el período transcurrido entre la muerte física y el renacimiento irá transmutando en facultades intelectuales cuantos esfuerzos realizó en la tierra, y al renacer traerá congénita­mente consigo las elaboradas facultades. De la propia suerte, sus nobles aspiraciones, sus levantados deseos, sus espirituales anhelos quedarán asimilados definitivamente a su íntima naturaleza durante el intervalo de la muerte al renacimiento, y renacerá en circunstancias favorables a su progreso, trayendo consigo las facultades espirituales que le servirán para mayor adelanto durante aquella nueva vida terres­tre. Así vemos cuán regulares son las etapas de crecimiento del cuerpo causal o vestidura peculiar del ego, que se proyecta o refleja en los planos inferiores para adquirir y acopiar experiencias que después se lleva consigo al devachan o plano mental, para asimilárselas y transmu­tarlas en potencias, facultades y aptitudes que infunde definitivamen­te en su conciencia. Entonces se refleja o proyecta de nuevo en los planos inferiores, enriquecido con los allegados tesoros y manifiesta en otra vida terrena las potencias, facultades y aptitudes que con su esfuerzo ganó en las vidas anteriores. Por lo tanto, progresa lenta, pero incesantemente, el hombre, vida tras vida, teniendo el cuerpo causal por receptáculo de todas sus experiencias cuyo fruto se asimila el ego. Comprendido esto se ve claramente el significado de la frase: "peregrinación del alma", porque en cada vida terrena ha de tener el hombre mayores potencias, facultades y aptitudes mentales, mora­les y espirituales. Tal es el plano de evolución; pero como se prosigue muy imperfectamente, de aquí la enorme longitud del camino de peregrinación, porque el peregrino da muchas vueltas y revueltas, se extravía por vericuetos y se descarría por andurriales en vez de seguir un derecho y ascendente sendero. Por lo enormemente largo del camino, necesita la humanidad millares de milenios para terminar su evolución. Sin embargo, ha de terminarla, porque así lo quiere la divi­na Voluntad y nada podrá impedirlo por mucho que tarde en llegar a la meta señalada. Prosiguió la evolución en el transcurso de la segunda mitad de la tercera raza hasta llegar a la cuarta, en la que floreció la poderosa civilización atlante cuyo cenit señala la gran subraza tolteca, de la que también dice algo la ciencia occidental. Fue una civilización de maravillosas hazañas, pero con el inconveniente de que como el hombre estaba todavía muy abajo del arco ascendente, y por lo tanto profundamente sumergido en la materia, sus facultades mentales eran de índole psíquica. De aquí la necesidad de velarlas durante algún tiempo para que pudiesen desarrollarse las de índole intelectual, faci­litando con ello en el porvenir una superior evolución de la humani­dad. En consecuencia, la ley cósmica, a la que nada resiste, sumió a la raza atlante en una grandiosa pero muy materializada civilización. Las clases directoras y gobernantes del imperio tolteca contribuyeron deli­beradamente a extinguir las facultades psíquicas, pues con egoístas fines las fueron debilitando y entorpeciendo en las clases populares de atrasada evolución, al objeto de que desprovistas de ellas fuesen dóciles instrumentos de sus ambiciones. De esta suerte, además de la natural acción de la ley cósmica en la pérdida de las facultades psíquicas, contribuyó artificialmente a ella la acción de los gobernantes toltecas. Esto me mueve a recordaras que nadie puede resistir el formidable empuje de la ley cósmica ni detener la majestuosa marcha de la divina evolución; pero sí es posible que el hombre actúe en pro o en contra de ella. Puede obrar bien o mal. Si reconoce la sabiduría y grandeza de la evolución, a ella cooperará con el cumplimiento de su deber y la sumisión a la divina voluntad; pero también puede utilizar en su personal provecho, con fines egoístas, alguna de las fuerzas de la naturaleza en vez de emplearla en contribuir a la realización de los divinos designios. Cuando el hombre se vale, con fines egoístas, de las fuerzas del universo, engendra un mal karma individual, aunque sin afectar por ello al karma colectivo de la raza. Así vemos que el individuo puede malograr su porvenir y hacerse miserable en el exiguo círculo de su personal evolución, aunque esté comprendido en la amplísima esfera de la ley cósmica, y si egoísta­ mente utiliza las fuerzas de la naturaleza, cosechará frutos de árido egoísmo. Por lo tanto, bajo la acción de la gran ley cósmica, puede engendrar el individuo su buen o mal karma. Vale la pena de reflexionar sobre este asunto porque seguramen­te os descifrará muchos enigmas, entre ellos cómo cabe que sea divina la ley de evolución que impele al hombre hacia adelante, cual si adelantar fuese su fatal destino, cuando el hombre reconoce el relativo albedrío de su voluntad. A esto diremos que cada quién es libre de escoger su _propio camino, pero en el inmenso campo de la evolución. Los atlantes emplearon las fuerzas de la naturaleza con fines egoístas, y la última consecuencia de su conducta fue la destrucción de la Atlántida y el aniquilamiento de la raza, excepto algunos núcleos de población que, salvados de la catástrofe, quedaron acá y allá, especialmente en el Perú donde dejaron vestigios de su gloriosa civilización. Tanto era su esplendor, que aún en la época de la decadencia, cuando los españoles conquistaron el imperio de los Incas, sorprendió les en extremo la dulzura, afabilidad y candor de las gentes, la sabiduría de los gobernantes, la prosperidad y dicha del país entero. Esta civilización, hollada por las invasoras huestes de los conquistadores, era el postrer destello de la civilización atlante, de aquella civilización tan esplendente en su cenit como espantosa en su caída, que anegaron las olas del Atlántico al engullir las un tiempo amenas y rientes tierras de la Atlántida. Llegamos ahora a la evolución de la raza a que pertenecemos; más para proseguir nuestro estudio conviene recordar que el Lagos de nuestro sistema se manifiesta en trino aspecto. Sabéis que en las principales religiones la Trimurti o Trinidad representa a Dios manifestado, y también sabéis (por lo menos los más pensadores y filosóficos), que las tres personas de la Trinidad son la trina manifestación del único Dios, los tres aspectos de la única Esencia inmanifestada, sólo cognoscible cuando se manifiesta existentemente en el universo. En el Trino Logos se descubren los aspectos de Poder, Sabiduría y Amor. Pues bien; todas las actividades humanas llevan la característica del trino Logos y pueden relacionarse con uno u otro de los tres aspectos de poder, sabiduría y amor, de suerte que las actividades de toda nación, estirpe o individuo se agrupan bajo dichos tres aspectos. Expongo esta clasificación porque en un tema tan complejo como el que estamos considerando, servirá a modo de armario con diversos cajoncillos donde ir colocando las diferentes partes del tema para vuestro ulterior estudio y consideración. Recordemos que los tres son uno y que, por lo tanto, se interpenetran pues la división en tres se refiere al aspecto fenoménico y no a la esencia; pero como estamos en el mundo de los fenómenos, y la separación es fenoménica, podemos considerar a los tres distintamente, sin que nos confundamos por ello con tal de tener presente su fundamental unidad. Tomemos la trina división y subdividamos cada uno de sus elementos. En el Amor descubriremos aquellas actividades del ánimo que naturalmente se relacionan por una parte con la religión y por otra con la filantropía, tomando ambas palabras en su más amplio significa­do, es decir, que por religión entendemos el servicio tributado a los seres que están sobre nosotros, y por filantropía el servicio prestado a los que están alrededor y debajo de nosotros. Así, en el Amor incluimos el conjunto de las humanas actividades que tributan homenaje y servicio a Quienes están más allá de nosotros en la evolución, y prestan ayuda compasiva y auxilian a los que nos rodean y a quienes están más atrasados que nosotros. Si clasificamos a los seres en dioses y hombres, tendremos que a la religión incumbe el directo servicio a los dioses, mientras que la filan­tropía se contrae al servicio prestado en el plano físico a los hombres. En la Sabiduría se comprenden todas las actividades de la mente humana, tanto altas como bajas, que podemos dividir en científicas, filosóficas y artísticas. Estos son los tres dilatados campos de las acti­vidades de la mente comprendidas en la Sabiduría; pero no vaya a creerse que el conocimiento sea de por sí Sabiduría, sino el material de que por espiritual alquimia dimana la Sabiduría, porque el conoci­miento espiritualmente transmutado se convierte en Sabiduría, y por lo mismo agrupamos bajo el título de Sabiduría el conjunto de las actividades del conocimiento. En el Poder comprendemos todas las actividades relacionadas con el gobierno humano, con el ejercicio de las funciones administra­tivas y ejecutivas, la constitución de las nacionalidades y municipios, con todo aquello en donde se ejerce el poder. También entran en esta división las creadoras facultades que por derecho de nacimiento le corresponden al hombre como brote de la Divinidad, y que, sin embar­go, tan pocos comprenden y menos aún ejercitan conscientemente, a pesar de ser poderosos medios de evolución y adelanto. Todos los esfuerzos de los divinos Instructores del pasado y del presente se dirigen a poner estos vastísimos campos de actividad bajo el inteligente cultivo del hombre, de suerte que con acierto labrados aseguren su evolución. Todos los esfuerzos de los Maestros se encami­nan a dirigir las actividades humanas de suerte que sean de amor, sabiduría o poder y se encaucen derechamente en beneficio de la gene­ral evolución de la humanidad. A este fin se han fundado las principales religiones, se dictaron los códigos de moral y se estimuló con enérgicos impulsos el desarrollo intelectual de las gentes. A este mismo fin, en nuestros días, se han restaurado las antiguas verdades con el nombre helénico de Teosofía, que equivale a Sabiduría divina, y no es más que un nuevo restableci­miento de la antigua verdad, logrado por el esfuerzo de los Maestros que dirigen las actividades de la vida humana. Hoy día es doblemente necesaria la restauración de las antiguas verdades, porque si echáis una ojeada sobre el mundo, parece como si el hombre hubiese llegado al límite de su poder en todas sus modalida­des de actuación. Es ya dueño del plano físico, y tanto se ha ocupado y tan grande ha sido su interés por los fenómenos físicos, que no per­cibe las realidades de los planos superiores. Si observamos las activi­dades de la vida humana, veremos que en punto a religión, el materia­lismo la combate por un lado y la superstición la socava por otro. Contra la religión se asestan dos puñales: el del escepticismo incrédulo y el de la superstición crédula. Ambos son dañinos para el progreso humano en esta particular actividad. Si de la religión volvemos la vista hacia la filantropía en el mundo moderno, vemos que la miseria está demasiado extendida y es en exceso intensa para que los hombres se debatan contra ella. Donde la moderna civilización se muestra más pujante y esplendente, allí vemos los más acerbos sufrimientos y las más horribles miserias capa­ces de aplastar la vida humana. Al ver estas miserias, no sólo nos convencemos de que la filantropía es impotente para remediarlas, sino que engendran resentimientos, rencores y odios de clase. con amenaza de anárquicas revoluciones. Así la civilización se estremece en sus cimientos y los hombres no saben cómo afrontar el peligro, porque han perdido el espíritu de amor. En los tres campos de la Sabiduría no son menores las dificulta­des. La ciencia parece haber consumido todos sus recursos materiales. Sus aparatos de observación y análisis son tan maravillosamente deli­cados, que no cabe imaginar mayor perfeccionamiento. Sus balanzas de precisión son tan finas, que aprecian las milésimas de miligramo; y sin embargo, dicen los científicos que todavía hay substancias imponderables en tan delicadas balanzas. La ciencia está agotando sus recursos en cuanto con sus métodos de investigación se relaciona, y a su pesar se ve compelida por misteriosas Y sutiles fuerzas que se negaba a reconocer. Si entramos en el laboratorio del químico y en el gabinete del físico, echaremos de ver que actúan allí fuerzas imposibles de sujetar a peso ni medida. La realidad de estas fuerzas confunde al científico, pues contrarían todos los métodos clásicos y difieren de todo cuanto él se figura conocer de la naturaleza. En filosofía advertimos la lucha entre el materialismo ya desacre­ditado y el idealismo que no acierta a asentarse sobre firmes e incon­movibles cimientos. En el arte echamos de ver la propensión a la extravagancia, la aridez y esterilidad, sin nada nuevo ni original, sino tan sólo torpes remedos de las antiguas escuelas. Ha perdido el arte su potencia crea­dora y si nos detenemos a mirar la tercera actividad, la del Poder, ¿qué vemos en el mundo moderno? Las naciones tantean una tras otra diversidad de regímenes políticos. Perdieron los divinos gobernantes que un tiempo las condujeron por caminos de paz, prosperidad y dicha, y ahora intentan compensar la pérdida de los reyes divinos entronizando al policéfalo monarca llamado Pueblo. En vez de la divina monarquía de poderosos iniciadas, han instaurado los regíme­nes de autonomía y democracia, como si multiplicando la ignorancia por un factor de millones de unidades, hubiese de dar por producto el conocimiento. Echaréis de ver que en cuanto con el poder creador se relaciona, se ha perdido el verdadero conocimiento, y quien de él habla­ra sería víctima del ridículo, porque las gentes desconocen la divinidad de su herencia. ¿Qué nos enseña todo esto? Que la humanidad colectivamente considerada se dispone a dar otro paso adelante. Nos enseña que hemos llegado a uno de aquellos períodos de transición cuando, gas­tado ya lo viejo, debe abrir sitio a un nuevo crecimiento y desarrollo. Entre tanta turbulencia y desasosiego, entre tanta angustia y perpleji­dad, laten en el seno de la raza humana las semillas de su próximo avance que restituirán a los tres órdenes de actividad su antigua efica­cia mediante un nuevo desarrollo por retrazados caminos de progreso. Porque, si bien la evolución no puede retroceder sobre sus pasos para reproducir atávicamente las formas ancestrales, se mueve en línea espiral que regenera en superior nivel lo que de mejor contuvo el inme­diato inferior. La humanidad camina hoy por esta espiral y da la vuel­ta a una espira, para restaurar con nuevos poderes y más amplias posi­bilidades lo que bajo diferente forma existió en el pasado. Consideremos el Amor. Cuando la humanidad dé su próximo paso hacia adelante (ya se notan acá y allá señales de que va a darlo) y haya perfeccionado su vehículo físico, comenzará la tarea de perfec­cionar su segundo vehículo de conciencia con el que ha de actuar li­bremente en el plano astral. Transcurridos millares de años, la humani­dad habrá ya perfeccionado dicho segundo vehículo y la mayoría de las gentes serán capaces de actuar con él en el plano astral tan fácil y cómodamente como hoy actúan con el cuerpo físico en el plano físico. No tendrá esta facultad todo el linaje humano, porque los hombres no son - iguales, según pretende absurdamente la moderna democracia; pero la inmensa mayoría podrá valerse-del cuerpo astral para actuar cons­cientemente en el plano de este nombre, sin dejar por ello su actua­ción en el físico, y así progresará la humanidad. ¿Qué alteraciones producirá este nuevo paso? En religión, tendrá la humanidad desplegado ante su abierta vista el plano astral, donde algunos de los más poderosos Seres se manifiestan en forma humana para auxiliar e instruir a los hombres. Entonces verán las gentes a las Entidades cuya existencia les declaró por fe la religión y las conocerán como ahora conocen o se figuran que conocen a los seres que en cuerpo físico los rodean. Conocerán a los habitantes del hoy invisible mundo. De esta suerte, la mayoría de la humanidad compar­tirá con los actualmente más adelantados el directo conocimiento y la absoluta seguridad del mundo astral, que tan pocos conocen hoy, y se desvanecerá para siempre el escepticismo, porque nadie podrá negar la existencia del mundo ahora invisible, cuando despierto y consciente vea a los seres que en él habitan, como no puede negar la de sus parientes y amigos en el plano físico.[5] Al dar la humanidad el nuevo paso, la religión cambiará de carác­ter hasta el punto de que todos los hombres conocerán cuanto cono­cieron y proclamaron los videntes y profetas, porque será materia de su diario conocimiento y experiencia, resultando con ello el escepti­cismo tan imposible como hoy lo es en las verdades científicas positi­vamente comprobadas. La superstición sufrirá la misma suerte que el escepticismo, porque vive en tinieblas y se nutre de la ignorancia. Vive y florece y es una maldición para las naciones, porque hay quienes se valen de la tergiversada y contrahecha tradición del conocimiento, sin su vívida realidad, para esclavizar a sus prójimos, cuya ignorancia los somete al dominio de quienes pretenden poseer las llaves del cono­cimiento, aunque estas llaves estén enmohecidas y no sirvan para dar vuelta a la cerradura. Más, no obstante el terror que a los ignorantes se les infunde para apartarlos del verdadero conocimiento, la supersti­ción es imposible cuando se abren los ojos del hombre. No podéis imaginar el cúmulo de errores que de la superstición derivan en el plano astral. Es indecible la miseria y el terror que sufren muchas almas al dejar el cuerpo físico y entrar en un mundo desconocido y repleto para ellas de todos los imaginarios terrores de que la supersti­ción dominada por el falso conocimiento lo pobló. Sobre todo así ocurre en Occidente, donde tan divulgada está la idea del infierno eterno y se les enseña a las gentes que después de la muerte no hay adelanto ni progreso, y que a los pecadores se les sumerge en un lago de fuego y azufre por toda eternidad, sin esperanza de remedio ni salvación. No es posible imaginar el efecto que estas arraigadas supers­ticiones producen en el mundo astral a quienes allí pasan dominados por ellas. Creídos de que todo cuanto les enseñaron sus ignorantes maestros es verdad o puede serio, se figuran que van a ser víctimas de semejantes horrores, y con muchas dificultades tropiezan los auxilia­dores del plano astral para ir disipando poco a poco el terror de aque­llas pobres almas y darles a entender que las leyes la misma por doquiera y no cabe malicia ni malignidad en las potestades directo­ras del universo. Así tenemos que el escepticismo y la superstición serán imposi­bles. Habrá otras dificultades, problemas y enigmas; pero los dos gemelos enemigos del hombre, el escepticismo y la superstición, que­darán extirpados sin posibilidad de rebrote cuando aquel día llegue para la humanidad. También será muy grande el adelanto en el aspecto del amor que llamamos filantropía, pues desde el plano astral se puede hacer en favor de la humanidad mucho más que desde el plano físico, porque las actividades físicas tienen más hojarasca que fruto. Veis a un gober­nante dictando leyes, decretos y reglamentos sin descanso, y las gentes se admiran de lo intenso de su labor y esperan que ha de ser muy provechoso su trabajo. Pero en extremo mezquinos y desabridos son los frutos en comparación de la oculta labor silente y tranquila que sin esfuerzos físicos ni meneo de lengua efectúa la actuación de la mente en el sutil medio que influye en los pensamientos de los hombres con mayor eficacia que en sus cuerpos. Cuando la humanidad ascienda a este superior plano, dicha  influencia se derramará mucho más copiosamente que hoy día, y la miseria, el crimen y el vicio se combatirán influyendo en las mentes de los hombres para purificadas y elevadas, realzándolas de esta suerte sobre las circunstancias que ahora las asedian. Habéis de advertir que cuando engendráis un pensamiento renco­roso, impuro sórdido o vengativo, lo mandáis a las gentes del mundo como una fuerza viva, un agente activo que planea sobre las masas humanas y se lo asimila el más débil y receptivo, el menos desarrollado, de suerte que estos pensamientos de individuos al parecer respetables, esparcen las semillas del crimen entre las gentes de inferior clase social, cuyos delitos nutren en gran parte el mal karma de quienes con sus pensamientos los estimularon. Esto no lo conocen como debieran la generalidad de las gentes ni lo creen cual habrían de creer­lo. Todo hombre poseído de sentimientos de venganza envía al plano astral una fuerza destructora, y cuando alguna débil personalidad se interpone con un mal karma en adversidad de circunstancias, pasiones indómitas e impulsos irreductibles, se acumulan en él los siniestros pensamientos de gentes de representación social, y si llega a excitarlo alguna injuria o a descomponerlo algún agravio, arriesgan dichos pensamientos a inducirle al asesinato; pero aunque él haya blandido el arma homicida en sus manos físicas, el golpe recibió su impulso de los pensamientos engendrados por quienes sintieron mortífera venganza, por más que no aparezcan en plástica forma. No se extinguirán los crímenes de la plebe social hasta que se puri­fiquen las mentes de las clases superiores cuya educación las obliga a comprender la naturaleza de las cosas. Cuando todo esto se vea y conozca y el mundo astral se abra a la vista de los hombres, dispondrá la humanidad de otra valiosa fuerza que la auxilie y la realce, porque nadie negará entonces el poder del pensamiento y todos apreciarán su responsabilidad por los pensamien­tos que engendren, y emitirán amorosas y auxiliadoras influencias en vez de las siniestras que con tanta frecuencia emiten hoy. También entonces se convencerán las gentes de la posibilidad de recibir directa ayuda de los mundos superiores, como actualmente se recibe, pues los descubrimientos de los científicos suelen tener su origen en la influencia que la mente del descubridor recibe del mundo mental. Cuando un científico, como, por ejemplo, sir Guillermo Crookes, descubre la génesis de los átomos, una de las más delicadas generalizaciones de la ciencia moderna, ¿creéis que procede de abajo arriba para llegar a tan alto? Por el contrario, las nuevas ideas provienen de arriba y no de abajo, porque los Maestros influyen en las men­tes de quienes poseen alguna aptitud utilizable, y desde el mundo mental a través del astral, donde los pensamientos son formas vivientes y activas, influyen en algunos individuos con objeto de apresurar el progreso del mundo y facilitar el adelanto de la humanidad. Esta influencia no es más frecuente hoy día, porque hasta que el hombre no mejore su naturaleza moral, no conviene que conozca demasiado las invisibles fuerzas actuante s tras el velo, pues abusaría de ellas en vez de aprovecharlas, y las emplearía para oprimir a las gentes con egoístas propósitos en vez de aplicarlas al bien de la humanidad. Por esta razón no se divulga más rápidamente dicho conocimiento ni recio be la ciencia más poderoso auxilio. Como dice un Maestro, la ciencia ha de emplearse en servicio de la humanidad para obtener mayor ayuda de los Auxiliadores y Salvadores de la raza humana. Más rápido aún será el progreso en otros sentidos cuando llegue el día que vislumbramos. En educación supongo que nadie negará cuán mayor provecho obtendrían los educandos si los educadores supieran estimular directamente las buenas cualidades y sofocar las siniestras. Sabemos que en torno de cada individuo hay un aura, visible a los adiestrados ojos del yogui, que denota el desarrollo de la mente, la índole del carácter y el estado de adelanto del alma residente en aquel cuerpo, con todas sus características y cualidades. Cada individuo lleva en su alrededor este registro de su condición como prueba evidente del grado de evolución en que se halla, y que revela los pensamientos y el carácter a una vista ejercitada con tanta facilidad como la vida física percibe los rasgos fisonómicos, pero con mayor exactitud por lo que se refiere al carácter del hombre. Ahora bien; cuando nace un niño, al pasar por las primeras fases de crecimiento, tiene su aura la particularidad de entrañar los resultados kármicos del pasado, aunque la mayor parte de las congénitas cualidades mentales y morales están latentes y no en plena actualiza­ción. El aura del niño es relativamente pura; sus colores son nítidos y diáfanos, no pesados, sucios y espesos Como en el adulto. En el aura infantil residen los gérmenes de las inclinaciones, unas buenas y otras malas, que más tarde manifestará. La vista ejercitada que distinga estas características podrá estimular las buenas y reprimir las malas rodeando al niño de favorables influencias. El agricultor que necesita una planta sana y robusta siembra la semilla en buen terreno, la riega y procura que le dé el sol. Según el cultivo, así será lozano o desme­drado el crecimiento de la planta. Análogamente sucede en la educa­ción del niño. Cuando nace ya lleva en sí los gérmenes de iracundia y de ardiente y pasional temperamento, pongamos por caso. Si los que le rodean estuviesen dotados de conocimiento y sabiduría, acertarían en el método de educación. No consentirían que jamás oyese aquel niño ni una palabra colérica ni viese una acción pasional. Todos cuan­tos familiarmente le trataran habrían de ser de apacible, amoroso y dominado carácter, sin nunca excitar el germen latente con las coléri­cas vibraciones de los adultos que lo vitalizarían provocando su creci­miento y fructificación. Así es preciso rodear al nido de influencias estimulantes de todo lo bueno, noble y puro. Si de esta suerte se procediera con todos los niños, la humanidad adelantaría con velocidad de carrerista, mientras que ahora va a paso de lisiado. La ignorancia nubla la mente de los hombres, que no saben cómo educar a la niñez. Fracasan todos los métodos; pero no habrá fracaso cuando aumente el conocimiento del hombre y los maestros eduquen a los nidos según el aura de cada cual y no a ciegas como hoy día. Entonces los educarán con pleno conocimiento y no por ignorancia. Esta necesidad de la verdadera educación explica por qué en antiguos tiempos se confiaba la dirección de todo niño a un precep­tor religioso o gurú, cuya disciplinada mente influía en la del educando con auxilio de una intuición más profunda que la de los hombres vulgares. El gurú solía ser varón sabio y vidente que acertaba a estimular en el educando las buenas cualidades y reprimir las malas. Pero como ya no hay verdaderos gurús o preceptores sinceramente religiosos, la humanidad ha perdido esta gran ventaja, aunque la recobrará cuando el conocimiento se divulgue entre las gentes y un mayor estado de desarrollo facilite la noble educación de la infancia. En todas las modalidades de conocimiento cambiarán los méto­dos. El médico no se verá en la precisión de diagnosticar una enferme­dad por los síntomas, ni por razonamiento, sino por videncia. Algunos individuos diagnostican ya por medio de las facultades clarividentes cuya vista penetra a través de la materia" física sin que la eclipse la densidad del cuerpo, y ven la enfermedad y descubren exactamente las lesiones de los órganos internos, dando después al médico los informes convenientes para recetar con perfecto conocimiento de la dolencia. Imaginad cuán diferente sería la medicina si los médicos tuviesen esta clarividencia que hoy es facultad de unos cuantos individuos, y por ella pudieran diagnosticar con seguridad y recetar con absoluta precisión según lo que hubiesen visto. Cosa parecida sucederá en química, porque cuando los químicos posean vista astral, harán muchísimo más de lo que ahora hacen, y en vez de combinar los cuerpos y computar sus proporciones y equivalen­cias por conjetura, sin tener completa seguridad acerca del resultado del experimento, procederán por visión exacta de las fuerzas y agentes químicos, apresurando el adelanto de la ciencia y previniendo muchísimas accidentes. En el número de Noviembre de 1895 de la revista Lucifer, apare­ció un artículo que insinúa el modo de realizarse el progreso de la ciencia. Allí se dice que cuando el hombre haya hecho utilizable su vehículo astral, se ensancharán considerablemente los límites del conocimiento. En cuanto a la sicología, tenemos que cuando los hombres puedan comunicarse unos Con otros por medio del pensamiento, en vez de emplear los lentos métodos de la pluma y la imprenta, volarán las ideas de cerebro a cerebro sin necesidad de los tardos procedimien­tos que usamos hoy día. Por lo referente al mundo físico, esta genera­lizada transmisión del pensamiento significará que la separación es ya cosa del pasado, pues ni montes ni mares podrán apartar al hombre de sus amigos y parientes. Significará que cuando el hombre domine el plano astral de la naturaleza podrá comunicarse con los demás hom­bres mente a mente, doquiera resida o por doquiera viaje, pues para la mente no hay limitaciones de tiempo y espacio como las hay en el mundo físico. Cuando el hombre perfeccione su vehículo astral podrá relacionarse continuamente con quienes ame, y la separación habrá perdido su dolor, como la muerte perderá también su poder de separar. Considerad la vida de los individuos y de las naciones tal como es hoy día y veréis que la muerte y la separación son las dos amargas tris­tezas que afligen a la humanidad. Ambas perderán su poder de herir cuando el hombre dé este gran paso hacia adelante. Ambas perde­rán su poder de separar cuando el hombre llegue a este superior nivel. Todo cuanto sólo poseen hoy los discípulos será entonces compartido por la mayoría de la humanidad. ¡Y cuán mucho más hermosa será la vida terrena del hombre cuando barridas estas influencias ya no le conturben! Lo mismo cabe afirmar de la filosofía con su entonces más agudo conocimiento de las posibilidades de la materia y su más intensa intui­ción de las realidades de la vida. Asimismo sucederá con la escritura de la historia, cuando los historiadores tengan su fuente en las crónicas akásicas y no escriban parcialmente para halagar las pasiones de un partido político, apoyar alguna falsa teoría sobre el progreso humano o robustecer alguna hipótesis de científica Imaginación. Toda la historia está en los imperecede­ros e indestructibles archivos del akasa. Ningún hecho o suceso pretérito de la humanidad deja de estar allí anotado. No hay acontecimiento de la historia humana que no esté allí escrito por los ojos capaces de ver. Tiempo vendrá en que toda la historia se escriba de acuerdo con los documentos akásicos en vez de escribirla ignorantemente como ahora; y cuando los hombres necesiten conocer el pasado escudriña­rán los perdurables archivos y de ellos inferirán las provechosas leccio­nes de pasadas experiencias para estimular el rápido desenvolvimiento de la humanidad. Respecto a lo que será el arte cuando estos nuevos poderes lleguen a manos del hombre, sólo son capaces de comprenderlo los pocos que de ellos se valen ahora. Nuevas formas de indecible belleza y nuevos colores de inimaginable esplendor desconocidos en el mundo físico, y que son imposibles de describir porque el color escapa a toda descripción verbal, tomarán existencia en la sutil materia del plano astral. Formas y colores enriquecerán la región del arte con maravillosas posibilidades de los sentidos sutiles. ¿Y qué diremos de la voluntad y del poder? Entonces se restaura­rá en la tierra la divina monarquía y los hombres ocuparán en la socie­dad el lugar correspondiente a su grado de evolución, y no por compa­drazgo o conjetura de sus méritos, como sucede hoy día. Todos los hombres conocerán lo que cada cual es y lo que los demás son, porque en el aura estarán visiblemente impresas sus cualidades mentales y morales, y por lo tanto, la posición social que cada uno merezca ocu­par. Entonces se destinará a los jóvenes a la profesión mejor adecuada a sus aptitudes y facultades con seguridad de éxito, y no habrá el des­contento de hoy día, porque el descontento dimana de las facultades malogradas y del sentimiento de injusticia que invade la mente de los hombres al ver que poseen aptitudes sin ocasión de emplearlas y facultades a que no pueden dar aplicación. Si estos tales tuvieran verdadero conocimiento, comprenderían que las circunstancias en que se ven son kármicas; pero ahora tratamos de las masas y no de los individuos razonables. El descontento será imposible cuando cada hombre esté en el lugar para el que le capaciten sus notorias facultades, y así queda­rá nuevamente la sociedad bien ordenada. También entonces sabremos tratar mejor a los tipos inferiores de la humanidad. No castigaremos, sino que corregiremos a los crimina­les. No los mataremos; los educaremos, porque nuestros ojos verán el preciso punto en que es necesario el auxilio, y habrá sabiduría en reformar en vez de cólera en infligir castigo. No solamente cambiará la sociedad merced a esta influencia en la naturaleza de los hombres, sino que igualmente variará de aspecto el reino animal por el plasmante poder del hombre. Ya no será el tirano y opresor cama ahora, sino el educador y maestro del mundo animal. Cumplirá su destino de ser el auxiliador del bruto y no su opresor abusivo como tan grandemente lo es hoy día. Todas las formas de crueldad irán desapareciendo poco a poco y la sangre de los animales no manchará la tierra como con tanta abundancia la mancha ahora. Los animales ya no huirán con horror y espanto del hombre mirán­dole como enemigo en vez de reconocerle por amigo, porque caminaremos hacia una edad de oro en que todos los seres vivientes sentirán amor sin sombra de odio. Todo cuanto expongo parece un cuento de hadas, pero es la reali­dad de la próxima etapa de la humana evolución, el resultado de la conquista del plano astral. ¿Qué sucederá cuando el hombre se eleve a todavía superior nivel y ocupe en plena y despierta conciencia el plano mental? Sólo puedo poner un par de ejemplos que os muestren el triunfo de la explayada conciencia. En aquellos remontísimos días, un orador causará en el auditorio muy diferente efecto que causan los de hoy día, pues en vez de escuchar los oyentes palabras de articulados sones que conducen por el oído a la mente tan sólo una parte y aún imperfecta del pensamiento, percibirían en toda su integri­dad el pensamiento del orador, que brotará ante sus ojos en bellísimas formas de radiantes colores y armoniosos sonidos, como si el orador entonara un himno que hinchiera la sala de perfectos acordes, formas y matices. Así serán los oradores del porvenir cuando el hombre domine el tercer plano de conciencia y de vida. ¿Diréis acaso que sueño? Pues os responderé que aún hoy mismo hay quienes actúan en el plano mental y lo perciben y lo ven y lo conocen, porque atravesaron el velo que ciega a la mayoría de la humanidad y le oculta las posibili­dades de la vida superior. Porque así como un hombre puede ver desde lo alto de una torre todo el paisaje circundante y percibir for­mas, sonidos y colores en todos los puntos del panorama; pero si baja de la torre sólo descubrirá la porción de paisaje que alcance a ver desde un ventanuco abierto en los bajos de la escalera, así en el plano mental le afluye al hombre el conocimiento de todas partes, no por conducto de los actuales sentidos del cuerpo físico, sino por medio de un sólo sentido capaz de percibir cuantas vibraciones le hieran. Pero cuando el hombre desciende de la torre mental a los bajos del cuerpo físico, sólo puede ver lo que del mundo exterior le permitan percibir los ventanucos de ojos, oídos y narices abiertos en la pared del cuerpo físico. Únicamente cuando nos elevamos más allá de este cuerpo, hasta llegar a lo alto de la torre mental, podemos contemplar el mundo circundante con todas sus maravillosas glorias y hermosuras. También entonces será la vida mucho más intensa. Los más vigo­rosos pensamientos científicos llegan del plano mental a través del astral. Las poderosas Inteligencias que hoy día auxilian al hombre en el mundo físico vienen del plano mental enviadas por Quienes en él actúan conscientemente. Los discípulos de los Maestros, los que trans­pusieron el portal de la iniciación, trabajan allí en conciencia vigilica para ayudar al hombre y realzar el nivel de la humanidad. Pueden actuar los discípulos en el mundo físico; pero trabajan mucho más y con mayor eficacia en el plano mental. Allí intensifican sus activida­des y prestan sus más amplios servicios. Cuando la mayoría de los hombres lleguen al plano mental, ¡cuán numerosos serán los obreros y cuán nutrida la hueste de auxiliadores! Hoy día sólo actúan unos cuantos centenares para auxiliar a millones de gentes, y la tarea ha de ser forzosamente incompleta a causa del exiguo número de operarios. Pero cuando la masa general de la humanidad alcance el plano de la mente, se apresurará en grado extraordinario la evolución de los tipos inferiores. Progresará entonces la raza humana con una rapidez que no cabe ahora imaginar. Todavía más allá se extiende otro plano que también el hombre ha de conquistar. Es el plano búdico, la esfera llamada turiya, donde prevalece la unidad y el hombre se reconoce en unidad con todos los seres del universo manifestado. Antes de que termine el actual man­vantara, ocupará el hombre colectivo la región búdica, hoy día sólo accesible conscientemente a los que están en la última etapa del sendero del discipulado. La séptima raza de la humanidad actuará en el plano búdico, donde la amplísima conciencia no consentirá separa­ción divisoria entre los hombres. Cada cual reconocerá su unidad con los demás, y sentirá, pensará y conocerá como ellos sientan, piensan y conozcan. La Conciencia humana será entonces lo bastante amplia para abarcar millones de conciencias y la confraternidad se habrá realizado en toda su plenitud. En el plano búdico se ve la esencia de las cosas y no sólo sus aspectos exteriores. Se ven las realidades que entrañan los fenómenos. Se reconoce la existencia del único Yo resi­dente en todas las cosas. El odio será por jamás imposible para el hombre consciente. Aún más allá, se extiende otro plano inefable al que los sabios llaman nirvánico, sin lograr describirlo, aunque lo intentaron, porque a tanto no llega el lenguaje humano, y de cuyos esfuerzos para darlo a comprender sólo han resultado errores y tergiversaciones. Alcanza allí la conciencia un estado inimaginable por lo sublime, porque abarca el universo entero y así le parece inconsciencia a la limitada mente concreta del hombre físico. Pero valga decir que la conscien­te vida de los Seres del plano nirvánico es tan excelsa y sublime, que con ella comparada resulta la nuestra como la del mine­ral por las limitaciones que la sujetan, las tinieblas que la ciegan y la incapacidad de sus métodos de actuación. La vida en el plano nirvá­nico supera a cuanto pueda soñar el hombre terreno, y su actividad transciende todas las posibilidades de nuestro pensamiento. Es vida una, y sin embargo se derrama en manifestadas actividades, como la manifiesta luz del Lagos cuyos rayos alumbran el universo entero. Es la meta final del hombre en este manvantara. Llegará a ella cuando la séptima raza haya terminado su carrera, y las primicias de nuestra humanidad que ya la han alcanzado, verán en su alrededor innumera­bles multitudes que entonces la alcanzarán para gozar por toda una eternidad de la vida del Logos perfectamente reflejada en quienes crecieron a su imagen y semejanza, hasta que un nuevo universo nazca a la manifestada actividad. Los seres unidos al Lagos del pasado universo constituirán el Logos que construya el nuevo universo donde evolucione una nueva humanidad. ¡Tal es el porvenir que nos aguarda! ¡Tal la gloria que se nos ha de revelar!

FIN




[1] Este es el fundamento del sistema filosófico de Descartes resumido en el famoso apotegma: cogito, ergo sum (pienso, luego existo) que identificaba el Yo con la mente.-N.deI T..

[2] La palabra "materiales," se contrae aquí a la acepción física
[3] Bhagavad  Gita Estancia 6:34.
[4] Bhagavad. Gita Estancia 6:35.

[5] No discuto la cuestión filosófica acerca de lo real y lo ilusorio. Trato del Universo fenoménico y empleo las palabras en su acepción ordinaria y corriente en la conversación.