Annie Besant
Las ya extinguidas religiones del pasado han sido tan numerosas y diversas como las vivientes
lo son en la actualidad. Pero dirigiendo una mirada retrospectiva a la historia antigua para
compararla con la moderna, se nota la gran diferencia de no haber en aquella indicio alguno de
persecuciones religiosas. Se observa que cada culto tenía su propio dominio, su terreno propio en
el que reinaba. Cada nación tenía su religión propia que vivía en buenas relaciones con las de
las naciones vecinas, salvo en caso de guerra. Así se vé que en Roma, por ejemplo, se edificó un
grandioso panteón donde tenían sitio y eran debidamente honrados los dioses de todas las
naciones del imperio romano. Pudieron haber a veces celos o envidia entre las religiones, pero
estaban muy lejos de pensar en que debía imponerse determinada religión a todas las naciones;
antes bien se consideraba natural que cada nación tuviese su culto peculiar y que los ciudadanos
adorasen a su Dios nacional.
Estudiando lo que sucedía en el pasado, se ve que las dificultades a causa de la religión fueron
más bien políticas que religiosas. Abandonar la religión del Estado equivalía a traicionar al país, y
así vemos que de cuando en cuando se castigaba al que apostataba de su religión. Pero esto se
hacía porque pensaban que el tal individuo había renegado de su patria y no porque tuviese
opiniones propias en materia de religión, pues es evidente
que algunas religiones antiguas consideraban que en lo concerniente a la aceptación intelectual de
la doctrina, el intelecto podía desplegarse a su conveniencia, y que no tenía límites el campo del
pensamiento.
Por otra parte, en una época relativamente moderna, se vé que las persecuciones religiosas
desempeñan un gran papel en la historia de las confesiones rivales. Se vé a los misioneros hacer
grandes esfuerzos y repetidas tentativas para convertir a otros pueblos a una religión que no es la
de sus antepasados y, no sin razón, se pregunta: ¿de qué procede esta diferencia entre el mundo
antiguo y el mundo moderno en materia de tolerancia?
¿De dónde proviene la idea de que todos los pueblos han de aceptar determinada representación
de la verdad y abjurar de la religión de sus antepasados, para recibir la traída de un país
extranjero?
No es menos significativo que la tendencia a la persecución coincida históricamente con la época
en que desaparecen de Europa los Misterios. Con motivo de su gradual desaparición vemos
levantarse el espectro de la persecución religiosa, de tal suerte que nos vemos forzados a
relacionar los dos fenómenos y a preguntarnos si la desaparición de los Misterios señala el
comienzo de las persecuciones.
Cuando examinamos la diferencia entre el culto exotérico y la enseñanza esotérica, cuando
consideramos las religiones del pasado y estudiamos los Misterios de otros tiempos, vemos que
en el mundo antiguo eran los cultos tan diferentes como la son en el
mundo moderno, pero tambien comprobamos que todo culto tenía Misterios en que se iniciaban
los individuos más adelantados de cada religión, y en los que se formaban los Instructores de
estos cultos. Avanzando más en nuestro estudio hallamos que si la exposición de las doctrinas
religiosas en el culto exotérico difería según la nación, el temperamento y las tradiciones de los
ciudadanos, el fondo y esencia de la enseñanza, que pone al individuo en posesión de la Gnosis o
Conocimiento real, el saber místico que
substituye la creencia por el conocimiento y permite decir al hombre con toda certeza: "Yolas cosas de los mundos superfísicos», esta enseñanza era en todas partes única e
conozco
idéntica, y aunque difiriesen los cultos externos, lo que constituía la entraña, el culto interno y
fondo de los Misterios era semejante en todos.
Es lo que sucede si entramos al atardecer en una catedral. Vemos que la luz penetra por los
ventanales y toma el color de la vidriera de modo que quien solo viese la luz de un ventanal en el
interior del templo diría que es roja, al paso que otra persona colocada
ante otra vidriera diría que es azul, y una tercera persona podría a su vez afirmar que amarilla, y
una cuarta que violeta. Esto es lo que ha sucedido con las religiones exotéricas del mundo; cada
una tiene su propio color, su manera propia de exponer las verdades espirituales, y quienes
detienen la vista en el culto externo afirman que las religiones difieren unas de otras, y que no la
misma la luz de la verdad se abre paso a través de cada una. Pero vosotros los teósofos, si entrais
en la catedral de que he
hablado sólo veréis la luz blanca, y os daréis cuenta de que la diferencia de color está en las
vidrieras y no en la luz. Asímismo al entrar en el templo de los Misterios, veréis que la verdad es
única, aunque pueda estar expresada de difel-entes maneras, y que si los matices que afectan los
diferentes cultos son tan diferentes como los colores del arco iris, no hay en el interior del templo
de los Misterios más que la blanca luz de la verdad. Creo
que gracias a este conocimiento basado en los hechos, y por lo tanto invariable, mientras que el
lenguaje en que los hechos se exponen varía con el orador; gracias a que en el corazón de todas
las religiones antiguas palpitaban los Misterios, reveladores de la
verdad una, no mancillaron el mundo antiguo las persecuciones religiosas. Los instructores de
entonces sabían que no hay más que una sola verdad, aunque los pueblos difieran en su manera
de comprenderla cuando está velada por las formas externas del
dogma, ritos y ceremonias.
De esto se desprende que, si hoy deseamos persuadir a las religiones del mundo a que
confraternicen y no sigan por más tiempo luchando entre sí, será preciso en primer término
descubrir la fuente de común orígen en donde todas puedan también encontrar sus instructores.
Debemos por lo tanto, trabajar, anhelar y esperar el restablecimiento de la antigua institución de
los Misterios para iluminar y ayudar al mundo. Debemos estudiar y vivir de tal suerte que
encontremos discípulos capaces por el ardor de sus aspiraciones, pureza de vida y profundidad
de conocimientos, de atraer de lo alto a los grandes instructores y de mostrarse dignos de que los
instruyan hombres perfectos, cuyos
conocimientos sobrepujan a los de la ciencia terrena.
Reflexionemos sobre lo que eran los Misterios. Consideremos las fases por que pasaron y
digamos si es posible encontrar hoy elementos de donde salieran discípulos dignos de instrucción.
Jamás en los mundos superiores hay parsimonia en la dispensación de la verdad. Nunca proviene
de lo alto el obstáculo que impide el derrame del conocimiento en el mundo, sino que en nuestro
mundo terrestre, en la rebeldía del espíritu humano está
el impedimento para que la verdad arraigue. En la tendencia moderna de hacer sin cesar
objeciones y preguntas, reside la dificultad que se opone a la restauración de los Misterios. El
mundo levanta las barreras que obstruyen el paso de la verdad. Sin embargo, estas condiciones,
en apariencias deplorables, estaban previstas en el gran plan de evolución. No hay nada que esté
fuera de este plan, y si a veces pensamos que las cosas van mal, es por cortedad de nuestra vista,
porque no somos capaces de ver la totalidad del plan y juzgamos unicamente por la porción que
percibimos. La gran evolución de la humanidad se extiende por millares y millares de años, y un
millón de años es, para las grandes inteligencias que presiden la evolución, como un día para
nosotros. En la ejecución de tal plan, en el desenvolvimiento gradual y sucesivo de sus etapas,
nadie queda olvidado, ni aun los malvados. Todos tienen su lugar en la senda de la evolución, y el
arquitecto que trazó el plan sabe bien qué edificio ha de levantar.
Para el desarrollo de la humanidad, para la evolución superior del hombre, fue necesario un
período en que nuestra inteligencia desarrollase el indócil aspecto de inquirir y razonar, sin el cual
no hubiera podido conocer el mundo inferior. Era conveniente que en un remoto pasado, las
infantiles naciones elevasen los ojos hasta los divinos instructores y aprendiesen docilmente las
lecciones que les daban estos maestros divinos. Pero era
igualmente conveniente que a medida que crecía la joven humanidad, desarrollase los poderes de
la virilidad, lo que no hubiese sucedido si siempre hubiera sido conducida como con andadores
por los grandes seres que la habían guiado. Así llegó tiempo en que los instructores dijeron al
adolescente: " Vé hijo mío, vé al mundo y descubre en él por tí mismo la verdad. Desarrolla en tí
el conocimiento, que es uno de los aspectos del Espíritu.divino, y conquista, por tu propia fuerza,
el conocimiento que el mundo puede desenvolver en tí, pues tarea peculiar tuya es dominar el
mundo inferior, descubrir las leyes de la naturaleza y encontrar tu sendero mientras el guía
permanece temporáneamente invisible.»
Pero así como el padre vela por su hijo con tierno amor mientras éste lucha en la vida, y siempre
está dispuesto a ayudarle con sus consejos cuantas veces sea necesario, de la propia manera
obran los Padres de la raza, los Hermanos Mayores que alcanzaron la perfección antes de que los
más jóvenes empezasen a remontar la escala de la evolución Aunque fuera de nuestra vista, vigilan
sin cesar por la joven humanidad, y aunque invisibles para los ojos físicos, están siempre cerca de
ella, dispuestos a socorrerla. Mientras ocultaron sus externas formas guiaron a las naciones tan
positivamente como cuando permanecieron personalmente en la Ciudad de las Puertas de Oro,
de la Atlántida, o en la Ciudad Blanca, de Shambala, en los comienzos de nuestra raza aria.
Pero los tiempos han cambiado con el consiguiente cambio de métodos, y con razón se ha dicho
que la evolución no es una escala ascendente, sino más bien una espiral que vuelve sin cesar sobre
si misma elevándose gradualmente a medida que la evolución
progresa. Así vuelve de nuevo lo pasado a presente, pero un presente de un nivel superior al
camino recorrido por la humanidad en el pasado, y están cercanos los tiempos de laporque hoy día se preparan los discípulos, y como dice el antiguo
restauración de los Misterios
adagio: Cuando el discípulo esté presto, aparecerá el Maestro.
Trasladaos con el pensamiento a la época en que se instituyeron los Misterios y daos cuenta de
cuál era su función. La religión externa o exotérica ordena, manda y dice: «Harás esto, no harás
aquello». Esta religión exterior mantiene al hombre en el camino recto por la autoridad exterior y
superior a él, por un código de moral y reglas de conducta que los hombres obedecen sin como
prender frecuentemente su razón, y unicamente por que un profeta las declaró, porque sus
preceptos están contenidos en una Escritura Sagrada, porque una Iglesia ha proclamado sus
mandamientos y porque la tradición dice: «Tal es el camino, seguidle».Por esta manera de instruir,
por este código de moral, por este sistema de leyes, se forma el hombre de bien, el ciudadano
digno, el amante marido y buen padre, siempre dispuesto a trabajar por su país, al que todos
miran y admiran por su enérgico carácter y noble conducta. Pero la perfección no consiste
solamente en esto. Un sabio dijo, hace mucho tiempo: «La leyes un maestro de
escuela para conducirnos a Cristo». En efecto, llega una hora en la evolución humana en que
termina la obra de la ley externa por que se desarrolla interiormente la ley del espíritu, hora en que
ya no guía al hombre un mandato externo, sino una autoridad interna, cuando solo habla el Dios
interno y no el Dios externo. Precisamente los Misterios explayan el Dios interno y transmutan al
hombre de bien en hombre perfecto, en que el escondido Dios brille y se manifieste en toda su
gloria.
Así vemos que en la escuela de Pitágoras, eran muchos los que al recibir las enseñanzas externas
aprendían las virtudes cívicas y sociales, y llegaban a ser modelos de virtud y gloria de
la antigua Grecia. Pero esto no era más que el atrio del templo, el aspecto correspondiente al
mundo exterior, el anteumbral de los Misterios. Porque habia otra escuela, secreta y oculta, en
donde podían ser admitidos quienes habían alcanzado el bien, y en la que el hombre de bien se
convertía en un Dios. Tal era el objeto de los Misterios: admitir al hombre de bien que había
dominado todas las tentaciones ordinarias, que había llegado al punto en que el mundo ya no le
atraía ni le dominaba, que había desenvuelto en sí las esenciales virtudes, base de todo el edificio
moral, y era capaz de atravesar el atrio para acompañarle al Templo en donde se le enseñaba a
educir los poderes del Dios interno y a moldear y transmutar sus materiales vestiduras en
vehículos de las fuerzas divinas, en lugar de ser obstáculos para ellos como le sucede en el mundo
a la mayoría de las gentes.
Los Misterios enseñaban al hombre, en primer término, a purificar sus vestiduras materiales, no
solamente de los pecados comunes entre los hombres y de las ordinarias pasiones de la
humanidad, sino sutilizarlas de modo que lograra distínguirlas una de otra a fin de vivir consciente
y deliberadamente en la material mansión de la que es habitante y no prisionero. Porque la mayor
parte de los actuales hombres viven como prisioneros en la mansión de carne en que habitan.
Ignoran que existe una llave capaz de abrirles las puertas; no saben que la llave está en ellos
mismos y no en poder ajeno; piensan que la muerte tiene la llave y que sólo la muerte puede abrir
la puerta del cuerpo para que el espíritu se eleve, libre e inmortal a conocer su naturaleza divina.
Pero no es así.
Los Misterios enseñan, por el contrario, que el cuerpo no es una prisión, sino una morada con
llave para abrir las puertas y salir a voluntad. Así los discípulos aprendían primeramente cómo,
por intensa y profunda meditación, era posible substraerse de la envoltura externa, y fijar
temporaneamente la vida en las más sutiles vestiduras internas. Aprendían los discípulos a separar
lo grosero de lo sutil, a educar los sentidos sutiles por el mismo método con que la naturaleza
educó los sentidos físicos a través de inconmensurables espacios de tiempo. Aprendían que los
poderes reales de la visión y de la audición residen en el hombre
espiritual, y no en el cuerpo de que está revestido, de suerte que el cuerpo debía valerse de
órganos para servir a las fuerzas espirituales, pues de por sí no era más que un obstáculo, hasta
que transmutada y moldeada la materia por el espíritu para sus propios fines, llegaba a ser el
cuerpo un instrumento adecuado.
Estos Misterios aún existen bajo la dirección de la Gran Jerarquía Blanca, cuyos miembros son
los únicos seres que tienen el derecho de conceder o denegar la entrada.
En verdad, jamás la tierra ha estado privada de los verdaderos Misterios. Han existido siempre,
porque se hallan en manos de los Hombres perfectos, que revelan a sus neófitos las realidades de
los mundos superiores, enseñándoles a familiarizarse consciente y deliberadamente con ellos, de
la misma manera que el científico de hoy día comienza a familiarizarse con el mundo fisico.
Aun en nuestros días, en los verdaderos Misterios, cuando la puerta de la iniciación se abre ante
el neófito que, una vez preparado, ha sido conducido hasta la entrada, este neófito se desprende
de su cuerpo físico para iniciarle primeramente en su cuerpo astral, y ponerlo a prueba, sin que
conozca el manejo de los poderes de este mundo astral ni la manera de hacer servir sus
influencias en beneficio de la humanidad. Cuando llegue este caso, que se presenta de cuando en
cuando, y leáis la descripción de las pruebas de los Misterios, y de los obstáculos que hay que
vencer, advertid que estas pruebas están relacionadas con el saber y el poder y no con el
endurecimiento físico, como se relata en las historias mal llamadas ocultistas, que mencionan el
paso a través del fuego, del agua y de todos los elementos terrestres.
Estas no son más que las primeras y las más elementales de las pruebas que esperan al neófito en
el plano astral, y son a propósito para el hombre que ha de demostrar al maestro su capacidad de
dominar las fuerzas de la naturaleza por el conocimiento, única fuente de poderío. Porque en el
mundo en que estéis, ya en este bajo mundo en que viven los hombres, o en la altísima región del
mundo nirvánico, sólo el conocimiento da poderío. El conocimiento permite a los hombres
mandar, y como justamente se ha dicho, para el espíritu no está velada ninguna región de la
naturaleza.
Por esto se designaba en tiempos pasados con el nombre de Gnóstico (que significa "el que
sabe", al hombre que debía entrar en el Templo de los misterios. Toda iniciación implica una
dilatación de conciencia. Cada vez que atraviesa una puerta, la siguiente no se abre sino despues
de adquirir suficientes conocimientos para mover la llave en la cerradura. A medida que estudieis
las iniciaciones sucesivas, encontrareis que cada una comprende los tres grados de neófito,
candidato e iniciado, para penetrar en mundos cada vez más superiores, donde prueban que son
capaces de manejar sus fuerzas, de emplear sus influencias y de perseguir siempre el sólo y único
fin de llegar a ser más útiles a sus semejantes y ayudar a los que emprenden una más rápida vía
de progreso, o un camino más corto, que conduzca a la felicidad.
En efecto, la adquisición del conocimiento sólo se justifica por el uso que podais hacer de él para
servir, y aquellos en cuyo poder están las llaves del Conocimiento no las pondrán sino en manos
de quien se haya mostrado ansioso de servir, haya sojuzgado los deseos de su yo inferior, y se
haya entregado a la voluntad de su Yo superior que no conoce otra voluntad que la de Dios.
Por un instante apartamos nuestras miradas de estos altos Misterios, de que aun al presente se
habla en el mundo exterior con más frecuencia que en el pasado, encontramos que en otros
tiempos existían muchas escuelas preparatorias de los Misterios de grado inferior, que
gradualmente disponían a los neófitos para los Misterios superiores. y que algunas de estas
instituciones aún hoy día existen. Siempre se encuentran escuelas ocultas diseminadas por nuestro
globo, y todas ven únicamente el fin de sus aspiraciones en la Gran Fraternidad Blanca. Estas
escuelas marchan en muy distintas direcciones. siguiendo cada una la vía por que fue orientada en
otros tiempos. Difieren en sus caractéristicas, en sus métodos y sus maneras de instruir, pero
todas se dan cuenta de que preparan a los candidatos para los verdaderos
Misterios, presididos por la Gran Jerarquía. y si nos remontamos al pasado vemos que era
efectivamente conocida la existencia de los Misterios menores, si bien sus métodos de enseñanza
permanecian ocultos.
Encontramos, por ejemplo, que en la evolución de las religiones, hubo un estado en que los
discípulos no pudieron ya dejar a voluntad su cuerpo físico para acudir al Templo de los
Misterios, único lugar donde podía conferirse la gran Iniciación.
Puede que alguno de vosotros sepa que en comunicación con las Pirámides de Egipto había
cámaras de iniciación desprovistas de puertas, porque el no destinado a entrar no podía pasar a
traves del muro que rodeaba el Templo, y aquellos que podían a voluntad dejar el cuerpo físico
no tenian necesidad de puertas, porque únicamente el cuerpo sutil llegaba a presencia de los
Hierofantes de los Misterios. Por la misma causa existen aún en Irlanda antiguas torres que han
preocupado mucho a los arqueólogos, porque no tienen abertura alguna de entrada. Las puertas
son, en efecto, inútiles para el hombre que sabe utilizar sus cuerpos sutiles, porque no hay muros
que le detengan ni puertas que se le cierren. Nada hay que pueda impedirle ir donde desee, nada
en esta tierra que pueda levantarse como barrera a su paso. Así es que en los Misterios de
tiempos pasados, tanto superiores como inferiores, sólo podían ser admitidos en el sendero de
iniciación quienes sabían hacer uso de sus vehículos sutiles.
Pero llegaron tiempos en que los candidatos no pudieron ya dejar a voluntad sus cuerpos físicos,
y hubo necesidad de otro método. Se sumerge entonces al neófito en un sueño mágnetico o
hipnótico tocándole con lo que en la Grecia antigua se llamó el tirso, que era una varita
originariamente llena de fuego vivo, y cuyo contacto, rompiendo de pronto los lazos entre los
vehículos inferiores y los superiores, permitía al espíritu funcionar libremente en el interior de su
vehículo astral y tener en él conciencia de la vida superior.
Por esto vemos en alguna pintura al fresco, o en antiguas esculturas, un sacerdote en pie con una
varilla terminada en cono en las manos. Esta era una de las formas de la Varilla de Poder que se
usaba entonces y que se aplicaba a lo largo de la columna vertebral hasta el punto de enlace con
el cráneo.
A medida que la varilla ardiente remontaba la columna vertebral, se replegaba el cuerpo astral
sobre si mismo, siguiendo la ascensión de la varilla, hasta el momento en que tocando ésta la
cabeza, dejaba escapar el cuerpo astral, por el cráneo, libertándole para alcanzar los mundos
superiores.
Más tarde perdióse tambien este poder, continuando el mundo su descenso a los abismos de la
materia. Permanecieron sólo disponibles los poderes de la visión y de la audición astrales, por
cuyo medio se instruía a los candidatos, mostrándoles cuadros animados, modelados en materia
astral, que representaban las realidades de otros mundos. No actuaba entonces el candidato en
el mundo astral, sino que tan sólo se le mostraba un cuadro del mismo, pero tan animado, que le
proporcionaba muchas informaciones, y aun en nuestros dias, este es el método de enseñanza
comunmente empleado. Cuando los cuadros animados compuestos por los grandes Instructores
se muestran del modo dicho, se encuentra en ellos la reproducción de la historia del pasado. Así
se representa en la materia del plano astral la gran obra de la construcción de los mundos; el
discípulo estudia este cuadro a medida que ante él se desarrolla, y comprende, mejor que por la
palabra, cuan real es esta historia del pasado.
Descendiendo aún más la humanidad. vemos que también perdieron este poder los oficiantes de
los Misterios, y llegamos a un estado, que mencionan los autores griegos, en que la enseñanza
debía representarse en escenas de nuestro mundo físico y no por los animados cuadros del
mundo astral. Se trataba entonces simplemente de hombres que se habían ejercitado en
representar escenas que servían de complemento a las lecciones que los neófitos debían
aprender. El mundo astral estaba representado por una escena dramática, o por animales que
simbolizaban las pasiones, y en las que hombres vestidos de pieles y con caretas
de animales rodeaban al candidato a los Misterios, tratando de espantarle y hacerle retroceder,
de tal manera que si el neófito conservaba en su fondo algún gérmen de vicio, este enemigo
interior, encerrado en la ciudadela de la mente, respondía a la amenaza externa que le hacía el
actor que representaba el vicio, y el hombre, aterrado, viendo, por así decirlo, manifestado el
vicio en una forma exterior, retrocedía sin atreverse a afrontar a su enemigo ni llegar al fin de la
prueba.
Continuaron así los Misterios hasta el advenimiento del Cristianismo, y si leeis los primitivos libros
cristianos, principalmente los escritos por los Padres de la Iglesia, de los discípulos de los
Apóstoles, y de los autores que les sucedieron, encontraréis en ellos sus huellas. Leed a San
Clemente de Alejandria y las obras de Orígenes, tal como las poseemos, y veréis que, en los
orígenes del Cristianismo, existían los Misterios -los verdaderos Misterios de Jesúscomparables,
en cierto modo, a los de tiempos más antiguos.
Y efectivamente, tambien había en los primeros tiempos del Cristianismo dos clases de
instrucción. En un principio las enseñanzas estaban en poder de quienes,-según declaran Orígenes
y San Clemente- habían sido instruidos en las enseñanzas dadas secreta y oralmente por el
Cristo, cuando vivía entre los hombres. Recordaréis que dijo a sus Apóstole s-«A Vosotros es
dado saber el Misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera por
parábolas todas las cosas»- (Marcos, 4:11). Y actualmente la Iglesia se contenta con parábolas,
y no parece advertir que le faltan las enseñanzas interiores que explican los Misterios de Dios.
Estos conocimientos perpetuados por la tradición, y que sucesivas generaciones de hombres
dignos y santos se transmitian oralmente, constituían las primeras enseñanzas de los
Misterios, de las que dice Orígenes que dió en secreto el Cristo a sus propios discípulos.
Despues había otros Misterios más elevados en los que se enseñaban los secretos de los mundos
superiores, no ya por labios humanos, sino por labios sobrehumanos, como se puede
ver en San Ignacio de Antioquía, o en San Ireneo, quienes declaran que los instructores de los
primitivos Misterios cristianos eran los ángeles o seres sobrehumanos que asistían a los individuos
que, despues de recibir oralmente el conocimiento transmitido, habían sido juzgados dignos de
aprender de los mismos ángeles esta enseñanza superior y de relacionarse directamente con los
habitantes de los mundos sutiles.
Según ya se ha dicho, esto mismo ocurría en Grecia y Egipto en donde, los llamados ángeles por
los cristianos, y las religiones más antiguas llaman seres brillantes o devas, revelaban los Misterios
de los mundos superiores.
En el Cristianismo primitivo existían los Misterios, tras el culto exterior, como en cualquiera de las
antiguas religiones. Se bautizaba a los hombres en la Iglesia cristiana, pasando enseguida por la
Comunión y utilizando de este modo las formalidades externas dejadas por el Cristo para ayudar
a los creyentes. Pero recordad que San Pablo dijo: «Hablamos sabiduría entre los
perfectos» (1 Corintos 2: 6.) Declara asímismo que no se dé enseñanza superior a quienes,
aunque bautizados y admitidos a la comunión, eran todavía «niños en Cristo».
Pero todo esto desapareció, aunque no por completo, porque los verdaderos Misterios siempre
subsisten, con la sola diferencia de que por lo menos en Occidente se cerró el camino para llegar
a ellos. En efecto, no existían escuelas intermediarias en que los fieles pudieran recibir instrucción.
No queda más que la tradición para atestiguar que tales Misterios existen o habían existido, y
solamente, de tarde en tarde, surje un hombre que instruido personal e individualmente en estas
cosas, llega a ser bastante esforzado para abrirse paso hasta los Misterios, por siempre existentes
en manos de la verdadera Fraternidad de los Maestros de
Sabiduría. Sin embargo había aún algunos centros de estudios de esta clase. Hallaréis sus huellas
en la literatura antigua y en la de la Edad Media, y os comunicaré una palabra que sirve de clave
para hallarlas, aunque sin conocer exactamente su significado. Cuando entre los libros antiguos
encontréis uno designado bajo el nombre de Rosario, sabed que este es el nombre que daban en
la Edad Media a los libros Secretos, en que el alquimista, el astrólogo y el investigador, en
demanda de sabiduría secreta, escribían jeroglífica y simbólicamente las verdades que conocían,
pero que no osaban exponer abiertamente. Porque no olvidéis
que hablamos del tiempo de las persecuciones, del tiempo en que los hombres no osaban decir
las cosas que sabían por miedo a que la religión exóterica los condenase a la hoguera y que los
conocimientos materiales destruyesen la verdad espiritual. Pero a pesar de todo había algunos
grupos de estudiantes y de sabios, porque en la tierra jamás se rompió del todo la cadena.
Solamente que los hombres no sabían a donde dirigirse; buscaban sin cesar y no encontraban
instructores, y los que entonces sabían recelaban de comunicar su saber por temor a que un
llamado discípulo fuese un espía o un traidor y los pusiera en riesgo de muerte. Conocida es la
terrible tragedia de los Templarios, que tenían algunos conocimientos de los Misterios ocultos,
como lo prueba que en la tortura algunos de ellos divulgaron fragmentos de conocimientos por los
cuales se les hizo condenar. Recordaréis que en el tormento declaró un Templario que por estar
iniciado en los Misterios debía marchar sobre la Cruz, y esta palabra simbólica fué, quizá por
ignorancia, tomada como prueba de impiedad y condenado por blasfemo. Y, sin embargo, esto
significa que el hombre pone su fé sobre la Cruz que le eleva hasta el conocimiento, y que si
posaba sobre ella un instante sus pies, era para que la Cruz le elevase hasta un medio más puro,
en donde se enseñaban algunos misterios inferiores.
La gran Sociedad de la Franc-Masonería es un organismo que ha subsistido desde los días en
que desaparecieron los Misterios, y fué en su origen depositaria del simbolismo y uno de sus
canales, aunque la mayor parte de sus actuales miembros no saben lo que poseen, y en general
desconocen los símbolos, cuyas expresiones, pero no sus realidades, diputan por sabiduría. Los
francmasones han conservado en símbolos lo que han perdido en saber, con el fin de atestiguar
que nunca desapareció la sabiduría por completo de la tierra.
Continuando nuestra investigación a través del pasado, vemos que, procedente de Oriente, llegó a
Europa Christian Rosenkreutz para fundar la muy conocida Sociedad de los Rosacruces. Digo
«muy conocida» porque la menciona la historia, aunque los ignorantes crean que se trata de un
mito y no de un hecho histórico, olvidando que frecuentemente el mito y la leyenda son la historia
de una gran verdad en ellos encubierta. Christian Rosenkreutz era un discípulo de la Sabiduría y
había sido enviado por la Gran Fraternidad para reavivar en Europa la llama del conocimiento.
De esta primera Sociedad Rosacruz salieron los doce Hermanos que restablecieron en Europa las
bases de la ciencia, cultivaron la alquimia, de que derivó la química, y enseñaron la astrología, de
que nació la astronomía, y de este modo cimentaron
las bases de los modernos conocimientos. El verdadero conocimiento proviene de las regiones
superiores para descender al mundo material, y no nace en el mundo inferior para elevarse a
las regiones superiores. Entonces comenzó a reflorecer en Europa la ciencia, y fué posible la lenta
y gradual difusión del conocimiento. Podéis seguir las huellas de muchas Sociedades secretas,
ligadas todas entre sí, aunque con diferentes nombres, que enseñan todas un mismo
conocimiento, cuyo fin era preparar a Europa para la restauración de los Misterios en forma más
amplia y efectiva.
Así llegamos a los siglos XVII y XVIII en que el misterioso personaje Conde de San Germain
trabaja con nuestro antiguo instructor H. P. Blavatsky , miembro entonces de una gran familia
austriaca que aún lleva el nombre de Zimsky. Se vió entonces a estos dos hermanos, discípulos
de la Gran Logia, trabajar sin descanso a fin de que Europa pudiese acrecentar sus
conocimientos. Después se vieron detenidos por una barrera porque trataron de modificar por el
conocimiento el estado de cosas existentes, y el conocimiento cayó entonces en manos de gentes
no dispuestas para recibirlo. En efecto, el hambre, la miseria, la tiranía, el sufrimiento y la
corrupción, tanto en la Iglesia como en el Estado, gra vitaban sobre los instructores que trataban
de guiar a los hombres hacía el conocimiento, y el tremendo estallido de la Revolución Francesa
levantó olas de sangre que interrumpieron las enseñanzas esotéricas. A pesar de esto, ciertos
individuos recibieron entonces, en algunos puntos, esta enseñanza, hasta el día en que los dos
precitados instruetores, hermanos ya en el pasado, pudieron reanudar su obra en mayor escala.
Lo que había fracasado en el siglo XVIII fué, en efecto, intentado de nuevo en el siglo XIX en
otras condiciones, fundándose y afirmándose por ellos las bases de la Sociedad Teosófica.
Permaneció uno de ellos oculto, porque había alcanzado el nivel de Maestro y ya no trabajaba
abiertamente entre los hombres.
El otro era H.P.Blavatsky , la noble dama rusa a quien se debe la fundación de la Sociedad
Teosófica y, en gran parte, su vida actual. Comenzaron entonces los preparativos para la
restauración de los Misterios; y el hermano de quien un Maestro ha dicho: «El Hermano que
conocéis con el nombre de H.P.Blavatsky, pero no con otro», este hermano comenzó a echar los
cimientos de los Misterios que, más tarde, serán plenamente restablecidos entre nosotros,
instituyendo en el seno de la Sociedad Teosófica una Escuela preparatoria.
Desde que los Misterios desaparecieron de Europa, se mostró entonces a los hombres por vez
primera la verdadera Via para que pudiesen avanzar, indicando el camino hacia los Maestros
que la fundaron, y la Escuela instituida por su mensajero traza la senda que ha de seguir el
discípulo para llegar al Portal de los verdaderos Misterios. De nuevo se proclama la existencia
del Sendero, y prestos se hallan los Instructores a comunicar la enseñanza.
Una vez más resuena en el mundo entero la promesa de las Escrituras induistas: «Despiértate,. Este grito ha sonado de nuevo, y hay oidos
levántate, busca a los grandes Instructores y presta atención porque el sendero es estrecho
y aguzado como el filo de una navaja de afeitar»
para escucharlo y labios dispuestos a responder.
De este modo, en nuestra época, en nuestros mismos días, en las numerosas naciones de este
nuestro mundo mortal, hay Discípulos que reciben la enseñanza con el fin de que sea posible el
gradual restablecimiento de los Misterios y restituirlos a lo que eran en el pasado, y se encuentran
también Portales que conducen a los verdaderos Misterios, regidos por el directo gobierno de la
Gran Fraternidad.
Nuestro título de gloria es saber para qué trabajamos, y nuestro privilegio el de ser colaboradores
conscientes en la ejecución del plan en que trabajan los Maestros a fin de difundirlo por la tierra.
Pero jamás debemos nosotros fijar Sus límites ni señalar Su pujanza, sino mostrar Su amor y
compasión, pues pueden hacer llegar a Ellos a los hombres desde donde les convenga, si bien,
hoy dia, solamente hay una ruta francamente indicada, por la que con seguridad se llega a
encontrarlos.
De modo que el sendero está libre; el portal exterior completamente abierto y cuantos lo deseen
pueden entrar en él. Pero en lo que concierne a los Misterios no sucede lo mismo. «PorqueMateo 7:14.
estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida eterna, y bien pocos son los
que le hallan».
Pocos hay al presente, pero habrá un número cada vez más considerable a medida que los años
transcurran; pocos hay hoy dia, pero acrecerá grandemente su número durante los dias venideros.
Porque poderosas fuerzas se explayan sobre nuestro mundo. Se han abierto las puertas del
mundo celeste, y la vida y la pujanza se vierten sobre el mundo de los hombres.
Gran dicha es que vuestro karma os haya hecho nacer en estos propicios días, y gran ventura que
en ellos vivais. Pero mil veces más felices seríais si se despertase en vosotros la intuición,
esa voz del Espíritu que habla a fin de que podais responder al llamamiento de los Maestros y
franquearos un camino para llegar a sus pies.