EL APRENDIZ DE BRUJO: Obra capital de la época en que Disney todavía era sinónimo de audacia y compromiso creativo con MAYUSCULAS, La película "Fantasía" presenta por primera vez en un film de categoría el entonces balbuceante sonido estéreo, que acompañará con un nivel de sincronización asombroso a las piezas animadas que se suceden en la película.
La mítica historia "El aprendiz de brujo", una obra maestra indiscutible que saca brillo a la famosa composición de Dukas. En ella, el ratón insignia de la casa (Mickey, no podía ser otro) se ve envuelto en una revolución de escobas a causa de un mal uso del grimorio de su maestro. Esta pieza, junto con la que acompaña a "Noche en un monte pelado" de Mussorgsky y al "Ave Maria" de Schubert, es de lo mejor de la película.
El aprendiz de brujo ha despertado la imaginación de algunas de las mentes más creativas de la historia.
Pero todo comenzó con un poema de Johann Wolfgang von Goethe, un gran escritor, pensador y naturalista alemán, autor en 1797 de la memorable balada “Der Zauberlehrling”.
El poema de 14 estrofas está narrado por el mismo aprendiz de brujo quien, al ser dejado a solas por su anciano Hexenmeister (mago), decide en su arrogancia demostrar sus propias artes mágicas.
El aprendiz le ordena a una vieja escoba cubrirse con unos trapos, adquirir una cabeza y dos brazos y, con un balde, prepararle un baño al aprendiz. Pero la escoba viviente no solo llena la tina, sino cada recipiente y taza que encuentra en su camino; y el aprendiz ha olvidado la fórmula mágica para detenerla, lo que acaba provocando una terrible inundación.
El aprendiz toma un hacha y parte a la pobre escoba en dos pedazos… lo que da origen a dos hacendosas escobas nuevas. Finalmente el Hexenmeister regresa y salva, literalmente, al aprendiz. El anciano mago rápidamente ordena a la escoba regresar al armario del que salió, con la prohibición de salir si no es bajo las órdenes exclusivas del verdadero maestro.
Cien años más tarde, el compositor francés Paul Dukas adaptó el poema a una pieza sinfónica de 10 minutos inmensamente popular: L’apprenti sorcier. Un éxito inmediato por su brillante coloración musical, excelencia rítmica y su alegre “marcha de las escobas”, la obra ha verdaderamente superado la prueba del tiempo y es, para el público popular al menos, la pieza más consagrada de Dukas.
Walt Disney la descubrió unas cuatro décadas más tarde, y creó una versión animada para su inmortal película Fantasía, interpretada nada menos que por Mickey Mouse como El aprendiz de brujo.
En el verano de 1937, mientras cenaba en el restaurante de Chasen en Beverly Hills, el aún joven rey de la animación cinematográfica invitó al afamado director de orquesta Leopold Stokowski, y entre ambos dieron vida a una pieza extraordinaria.
Walt Disney ya había utilizado música como fundamento de su serie de cortometrajes animados, “Silly Symphonies”, y esperaba colaborar con Stokowski en un cortometraje de dibujos animados basado en la pieza El aprendiz de brujo de Dukas.
La idea de poner música clásica a segmentos animados luego se extendió y culminó en la arriesgada pero tan extraordinariamente ambiciosa Fantasía.
La película de 125 minutos —inusitadamente extensa incluso hoy en día para un largometraje animado— se estrenó a pura fanfarria el 13 de noviembre de 1940, en el Broadway Theatre de la ciudad de Nueva York.
La música se realzó con un sistema de sonido multicanal especialmente desarrollado para la película denominado Fantasound, y Fantasía se convirtió en la primera película comercial jamás exhibida con sonido estereofónico.
La película hoy permanece como un testimonio perpetuo de las ambiciones artísticas y voluntad inquebrantable de Walt Disney por hacer progresar el arte tanto de la animación como del cine, creando algo nunca antes visto ni escuchado por el público.
Fantasía es una de las películas seleccionadas para ser preservada en el United States National Film Registry de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, y El aprendiz de brujo es generalmente considerado el mejor y más entrañable episodio de todos.
MENSAJE FILOSÓFICO
Lo más maravilloso de la historia es esta pequeña lección sobre querer tomar el camino más corto, hacer las cosas de la manera más fácil, buscando satisfacer ese deseo que todos tenemos de crecer un poquito más rápidamente.
La mejor obra es la que se realiza sin las impaciencias del éxito inmediato.
La paciencia es un ejercicio de amor y fe, pero sobre todo un ejercicio de HUMILDAD que hace crecer a las personas.
Es LA IMPACIENCIA una distorsión psicológica que tiene cura. Tan sólo basta comprender que es inútil. No sirve absolutamente para nada. Por más que nos quejemos, enfademos y lamentemos, las cosas van a seguir yendo a su ritmo, tal y como lo han estado haciendo y lo van a seguir haciendo siempre.
Y no sólo eso. Es muy perjudicial para nuestra salud emocional. Cada vez que nos invade la impaciencia es como si tomáramos un vasito de cianuro, vertiendo veneno sobre nuestra mente y nuestro corazón. Eso sí, a pesar de que vivimos en una sociedad que premia y ensalza la velocidad y la inmediatez, desprenderse del hábito de "querer las cosas para ya" es posible. Todo se reduce a un simple cambio de actitud.
EL VENENO DE LA PRISA
"Deseamos ser felices aun cuando vivimos de tal modo que hacemos imposible la felicidad" (san Agustín)
Imagínese que está al volante de su coche, conduciendo tranquilamente por una calle de un solo carril. De pronto se forma una inesperada caravana. Aunque usted no puede verlo, parece que un camión se ha detenido unos cuantos metros más adelante para realizar una descarga. Pasan los segundos y usted sigue sin poder avanzar. Poco a poco empieza a ponerse nervioso. Echa un vistazo a su reloj y suelta un tedioso resoplido.
Al poco rato comienzan a sonar los primeros bocinazos. En medio de aquel insoportable ruido, finalmente pierde la paciencia y, harto de esperar, se suma a la protesta y toca varias veces el claxon con rabia.
Al cabo de un rato retoma la marcha, impotente y molesto por lo sucedido. Puede que usted no sea consciente, pero las emociones negativas que ha creado mientras apretaba el claxon con fuerza le van a acompañar el resto del día. ¿Y todo ello para qué? ¿Acaso su impaciencia le ha servido para acelerar la descarga realizada por el camión? ¿Realmente cree que el conductor ha tardado más de lo necesario aposta sólo para fastidiarle? Lo paradójico es que la impaciencia sólo le ha perjudicado a usted.
LA RAÍZ DE LA IMPACIENCIA
"Lo que causa tensión es estar 'aquí' queriendo estar 'allí', o estar en el presente queriendo estar en el futuro" (Eckhart Tolle)
Pero entonces, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué somos impacientes? Aunque parezca mentira, ninguno de nosotros elige tomar esta actitud cuando la vida no se ajusta a nuestros planes. Por el contrario, la impaciencia surge mecánica y reactivamente de nuestro interior cuando vivimos de forma inconsciente. Se trata de un efecto, un síntoma, un resultado negativo que pone de manifiesto que la mirada que estamos adoptando frente a nuestras circunstancias es errónea.
Si volvemos al ejemplo del atasco de tráfico anterior -que puede ser extrapolado a cualquier otra situación cotidiana-, nos damos cuenta de que nuestro malestar surge al poner el foco de nuestra atención en el denominado "círculo de preocupación". Es decir, en todo aquello que no depende de nosotros, como que el conductor del camión realice la descarga más rápidamente. Y al no poder hacer nada al respecto, nos invade la impotencia, y con ésta, el agobio, el enfado y la lamentación.
Sin embargo, el camión tiene todo el derecho de pararse y realizar la descarga, de igual manera que nosotros también detenemos nuestro coche a veces, haciendo demorar a otros conductores. Si nuestro día a día no es más que un continuo proceso repleto de otros necesarios para que todos podamos completar nuestras actividades personales y profesionales, ¿dónde está el problema? ¿Por qué es tan difícil adaptarse a lo que sucede?
EL ARTE DE VIVIR DESPIERTO
"Si no hallas satisfacción en ti mismo, la buscas en vano en otra parte" (François de la Rochefoucauld)
La respuesta se encuentra dentro de nuestra cabeza. Cada vez que nos sentimos impacientes, ocasionándonos a nosotros mismos un cierto malestar, significa que estamos interpretando los acontecimientos externos en base a una creencia limitadora: que nuestra felicidad no se encuentra en este preciso momento, sino en otro que está a punto de llegar. O, dicho de otra manera: como creemos que no podemos estar a gusto en medio de un atasco, deseamos que éste termine de inmediato para poder llegar a nuestro destino, donde sí podremos gozar de nuestro bienestar.
Sin embargo, funcionar según esta falsa creencia revela una verdad incómoda, que suele costarnos bastante aceptar: la impaciencia suele ser un indicador de que no estamos a gusto con nosotros mismos. Porque si lo estuviéramos realmente, no tendríamos ninguna prisa en que el camión (o cualquier otra persona, cosa o situación) avanzara a una velocidad mayor de la que lo está haciendo. Ni siquiera aparecería la prisa, pues ya sabríamos de antemano que no sirve para acelerar el ritmo de lo que nos sucede.
Lo cierto es que sólo a partir de un estable bienestar interno podemos empezar a relacionarnos con nuestras circunstancias de una manera más consciente, pudiendo tomar la actitud y la conducta más convenientes en cada momento. A esta capacidad, los psicólogos y coachs contemporáneos la llaman "vivir despierto". Al darnos cuenta de que no podemos cambiar lo que nos sucede, sí podemos modificar nuestra actitud, centrándonos en el denominado "círculo de influencia". En el caso del atasco, implicaría respirar profundamente, poner la radio, cantar, pensar en positivo y otras acciones que dependieran por completo de nosotros.
De esta forma nos ahorraríamos la desagradable compañía de la impaciencia, un huésped que de tanto visitarnos termina por instalarse indefinidamente en nuestro interior. Eso sí, para adoptar esta actitud más constructiva es necesario que nos recordemos de vez en cuando que todos los procesos que conforman nuestra vida tienen su función y su tempo. De ahí que, por más que intentemos acelerarnos, siempre terminaremos chocando una y otra vez con esta inmutable verdad, causándonos por el camino la experiencia del malestar.
LA VIDA TIENE SU PROPIO RITMO
"El hombre corriente, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla" (Lao Tse)
Cuenta una historia que un hombre paseaba por el campo, aburrido, sin nada qué hacer. De pronto se encontró un capullo de mariposa y decidió llevárselo a casa para distraerse un rato, viendo cómo ésta nacía. Tras veinte minutos observando la crisálida, empezó a notar cómo la mariposa luchaba para poder salir a través de un diminuto orificio.
El hombre estaba realmente excitado. Jamás había visto nacer a una mariposa. Sin embargo, pasaron las horas y allí no ocurrió nada. El cuerpo del insecto era demasiado grande, y el agujero, demasiado pequeño. Impaciente, el hombre decidió echarle una mano. Cogió unas tijeras y, tras hacer un corte lateral en la crisálida, la mariposa pudo salir sin necesidad de hacer ningún esfuerzo más.
Satisfecho de sí mismo, el hombre se quedó mirando a la mariposa, que tenía el cuerpo hinchado y las alas pequeñas, débiles y arrugadas. El hombre se quedó a su lado, esperando que en cualquier momento el cuerpo de la mariposa se contrajera y desinflara, viendo a su vez crecer y desplegar sus alas. Estaba ansioso por verla volar.
Sin embargo, debido a su ignorancia, disfrazada de bondad, aquel hombre impidió que la restricción de la abertura del capullo cumpliera con su función natural: incentivar la lucha y el esfuerzo de la mariposa, de manera que los fluidos de su cuerpo nutrieran sus alas para fortalecerlas lo suficiente antes de salir al mundo y comenzar a volar. Su impaciencia provocó que aquella mariposa muriera antes de convertirse en lo que estaba destinada a ser.
LA FILOSOFÍA DEL 'AQUÍ Y AHORA'
"Bendito regalo es este al que llaman presente" (Sebastian Skira)
Más allá de comprender que todos los procesos que forman parte de nuestra existencia tienen su propio ritmo, despedirse de la impaciencia también implica descubrir que lo que necesitamos para ser felices ya se encuentra en este preciso instante y en este preciso lugar. De hecho, es imposible hallarla en ningún otro momento ni en ninguna otra parte.
Aunque se ha repetido hasta la saciedad, los seres humanos tenemos un peculiar rasgo en común: tendemos a olvidar lo que necesitamos recordar y a ser víctimas y esclavos de esta negligencia. Así, el pasado es un recuerdo y el futuro es pura imaginación. Lo único que existe de verdad es el presente, que es el espacio y el tiempo donde podemos recuperar el contacto con nuestro bienestar interno. Aunque no nos lo parezca, ahora mismo todo está bien. Todo está en su sitio, tal y como tiene que ser. El problema lo crea nuestra mente cuando no acepta lo que hay, tratando de cambiar lo externo, que no depende de nosotros, y posponiendo nuestra propia transformación, que sí está a nuestro alcance.
Algunos coachs especializados en desarrollo personal proponen que la próxima vez que nos invada la impaciencia nos preguntemos: "¿Qué es lo que no estoy aceptando? ¿Qué le falta a este momento? ¿De qué manera lo que está sucediendo me impide ser feliz? ¿Qué prisa tengo? ¿Qué voy a hacer luego?". Al analizar las respuestas, concluimos que desear que llegue un futuro imaginario suele ser una consecuencia de no estar en paz con nosotros mismos en el presente. Aprendemos a fluir cuando comprendemos que la realidad siempre es aquí y el momento siempre es ahora.